Competitividad no es recortar salarios
El entorno socioeconómico caracterizado por los mercados globales genera una dinámica de cambio permanente en las actividades humanas, ya sean de aprendizaje, productivas, relacionales o lúdicas, que acelera la obsolescencia y obliga a una búsqueda permanente de la eficiencia en los esfuerzos y recursos dedicados para alcanzar la eficacia en los resultados.
Minimizar los esfuerzos, costes y recursos empleados y maximizar los resultados es el binomio perseguido en toda actividad humana. En especial, en aquellas de carácter económico donde su desarrollo se produce en un marco de competencia entre organizaciones que, actuando sobre un mismo mercado y ofertando productos y servicios similares, buscan obtener los beneficios que garantizan su continuidad.
En consecuencia, las empresas afrontan la batalla de la competitividad sabedoras de que sólo logrando el éxito en la misma podrán crecer, garantizar su existencia, afrontar problemas complejos, aumentar su rentabilidad y convertirse en marcas de referencia.
Una competitividad que obliga a ser planteada frente a terceros y frente a uno mismo, buscando la excelencia en las actividades propias, aprovechando las oportunidades que surgen día a día, y sin ignorar las fortalezas y debilidades de los competidores.
Este proceso de búsqueda constante de la competitividad va estrechamente ligado a los paradigmas que mueven y rigen las sociedades, a los marcos jurídicos que regulan las actividades, a las capacidades de liderazgo, al acceso a la información y a los avances técnicos científicos.
En definitiva, se trata de un conjunto de hechos cambiantes que obligan a que la competitividad sea abordada de forma continua y permanente, entendiendo que está condicionada por todo un conjunto de requisitos y apoyada en un amplio abanico de técnicas y herramientas, pero que únicamente si se tratan conjuntamente se pueden lograr los máximos resultados.
Por consiguiente, en la coyuntura actual no debería hablarse de forma aislada de los conceptos que confluyen en la competitividad. Deben ser gestionados como una unidad, entendiendo que la competitividad de toda organización está condicionada por factores endógenos, responsabilidad de la organización, y de forma creciente por factores exógenos estrechamente vinculada a los escenarios potenciadores de la competitividad en cada uno de los territorios donde se ubica y desarrolla la actividad.
En ese contexto, la consolidación de altos niveles de competitividad exige dejar de poner el acento en los salarios, y asumir en plenitud los paradigmas de la sociedad contemporánea, una sociedad tecnificada, interconectada, asimétrica, desequilibrada en cuanto a costes y posibilidades de futuro, y que la clave reside en el uso intensivo de los progresos técnicos y científicos. Sólo de esa manera es posible generar la riqueza que permite el progreso económico y social.
Lograr el objetivo de la competitividad exige asumir y afrontar cuatro retos: el primero es el relativo a entender la formación de los ciudadanos cono una misión estratégica que comporta adquirir la capacidad intelectual que posibilita aprender y desaprender a lo largo de toda la vida.
El segundo reto obliga a que las empresas adquieran el volumen necesario, ya sea por crecimiento propio o con modelos de colaboración en red, para adquirir la capacidad de llegar a los mercados globales con productos diferenciales y de alto valor.
El tercer reto hace referencia a la necesidad de reconvertirse en nodo de progreso en cuanto al trabajo sincrónico entre la investigación y la empresa, en la línea expresada por Rafael Suñol en su artículo “No hay industria sin I D i ni esta sin ecosistema”.
En cuarto lugar, no se pueden descuidar las políticas encaminadas a preservar la calidad de vida y el bienestar de los ciudadanos, teniendo especial cuidado en la salud, el fomento de la cultura, la libertad de elección, el equilibrio medioambiental del ecosistema, y las actuaciones que impidan la fractura social y la exclusión del progreso por motivos generacionales, culturales o geográficos.
Las empresas conocen esos retos y la administración también. Es preciso, consecuentemente, ponerse manos a la obra para terminar, de una vez por todas, con las erróneas políticas de recortes salariales que, si bien pueden aportar productividad a corto plazo, generan recesión y pérdidas de competitividad a medio y largo plazo.