De esos polvos, estos lodos

La guerra no es la causa principal de nuestro deterioro económico. Hay reformas postergadas sistemáticamente que deberíamos haber emprendido hace tiempo y así presentarnos en mejores condiciones a estos momentos de incertidumbre

Y, de pronto, llegó la guerra. Con las heridas abiertas aún en carne viva tras dos años de pandemia, la guerra llamó a las puertas de Europa y todo lo que ya veíamos mal ha empezado a ponerse peor.

Podrán decir que nadie se prepara para un escenario como el que dibujó la pandemia. Y es verdad. Tampoco estaba en el radar de nuestras cabezas algo como la invasión de Ucrania y toda su parafernalia de destrucción de vidas y bienes. Y, está claro, que también tendrían razón.

Pero esos mismos buscadores de excusas, esos mismos que con tanta facilidad se convierten en víctimas de cualquier circunstancia, deberían reconocer que cuando mantienes tu casa continuamente en desorden cualquier visita no prevista no tarda ni un minuto en poner negro sobre blanco tus más íntimas vergüenzas.

La casa de España está en un profundo desorden en los fundamentales económicos desde hace tiempo. Desde bastante antes de que llegara la pandemia. La pandemia las agravó y las voces que reclamaron entonces que, a la vez que se atendían las urgencias derivadas de esa situación excepcional, se atendiesen los daños estructurales que nuestra economía venía presentando fueron, sencillamente, ignoradas o descalificadas.

“En estos momentos de incertidumbre generalizada por la duración y consecuencias de la guerra, España carece de una mínima hoja de ruta, no sólo para hacer frente a las dificultades sobrevenidas, sino para atender los deberes que ha ido postergando en el tiempo”

Juan García

La guerra va a aportar más desequilibrios a lo que ya no era estable desde ningún punto de vista. Las críticas, las advertencias ante esa situación, apenas recibieron una mala respuesta ideológica a lo que eran necesidades económicas de manual.

Los presupuestos del 2022, por poner un último ejemplo, que el Gobierno hizo aprobar eran inverosímiles y, por tanto, increíbles e inútiles, menos para salvar la cara a esa insoportable, para ellos mismos, coalición gubernamental. Pura ficción que encontró, no obstante, la cobertura suficiente para meter mano a los deseados e imprescindibles fondos europeos. De esos polvos, estos lodos.

En estos momentos de incertidumbre generalizada por la duración y consecuencias de la guerra, España carece de una mínima hoja de ruta, no sólo para hacer frente a las dificultades sobrevenidas, sino para atender los deberes que sistemáticamente y por diferentes motivos ha ido postergando en el tiempo.

Vamos a los datos. En primer lugar, la deuda, claro, uno de los principales indicadores para medir la salud económica de un país. Desde mediados de los 70, en que llegamos a tener cifras de un 7,3% respecto del PIB, la deuda pública española ha venido teniendo un crescendo continuo y escarpado hasta el 123% actual. Y subiendo.

Hubo un valle a principio de los 2000, coincidiendo con nuestro ingreso en la UE y descendió hasta el 35,8%, pero de nuevo volvió a dispararse. Tanto en épocas de bonanza como en los malos momentos, la determinación de nuestra clase dirigente por el endeudamiento parece a salvo de cualquier circunstancia temporal. Los niveles actuales de deuda son inéditos al menos en el último siglo. Palabras mayores.

La deuda pública española, que ya partía de una considerable altura, aumentó un 26,3% durante la pandemia, desde el cuarto trimestre del 2019 hasta el tercero de 2021. La italiana lo hizo un 21%, la griega un 20… los Países Bajos, un 4,1%. El conjunto de la UE de los 27, un 13%.

Podríamos poner más ejemplos en otras magnitudes de esa propensión a la indisciplina presupuestaria, pero quizás para la dimensión de ese artículo baste con el que es quizás el más representativo: el de la deuda, el que nos hace más dependientes.

No. La guerra, como es evidente para casi todos, no es la causa de nuestros problemas, pero los va a agravar, y de qué manera. Va a obligarnos a un mayor gasto militar y, por supuesto, social, va a empeorar la ya muy elevada tasa de inflación y va a retrasar sine die reformas necesarias e importantes de nuestra economía por la aparición y urgencia de otras prioridades.

Sin embargo, esas reformas siempre postergadas son ineludibles. Podemos retrasarlas, pero sólo empeorará nuestra posición competitiva y, por tanto, el crecimiento de la riqueza que este país puede generar. Esas reformas llevan tiempo señaladas y se trata, sólo, de marcar el calendario que queramos y podamos desarrollar, si existe la voluntad política de hacerlas, claro.

El presidente ruso, Vladimir Putin. EFE

En orden no jerárquico, y por continuar el hilo de los párrafos anteriores, España necesita un severo ajuste fiscal: hay que reducir urgentemente la deuda pública o, al menos, aumentarla lo mínimo posible esperando tiempos mejores, pero adelgazándonos todo lo posible en aquellos gastos no productivos o que no tuvieran una explícita justificación social.

Hay que quitar grasa a este Estado que ha ido creciendo continuamente, desmesuradamente, y que ha generado un clientelismo que resta recursos a actividades productivas que los necesitan como el comer. Por ejemplo, la I+D. De paso, mejoraremos la eficiencia de las administraciones públicas y, por ende, la productividad del país, uno de nuestros mayores déficits actuales.

España presenta una economía con unos niveles de productividad preocupantes desde hace unas cuantas décadas. Por varias razones: los sectores con más peso son en general de poco valor añadido, el tamaño medio de nuestras empresas… y la formación. Es fundamental que generemos un amplio acuerdo para una nueva ley de educación menos sectaria que la actual y que sobreviva a gobiernos de diferentes colores.

Y, finalmente, hay que implicarse en construir una amplia mayoría social para una reforma de las instituciones españolas, que las aísle de la lucha cainita a la que los dirigentes políticos las someten y las conviertan en poderosos instrumentos de control social.

Nada impide, salvo la miopía y el sectarismo políticos, que a las tareas más urgentes provocadas por la sucesión de pandemia y guerra, añadamos a nuestra lista de deberes las más importantes, las que llevamos bastante años pendientes de hacer.

Este artículo pertenece al nuevo número de la revista mEDium 10: ‘Economía de Guerra’, cuya versión impresa puede comprarse online a través de este enlace: https://libros.economiadigital.es/libros/libros-publicados/medium-10-economia-de-guerra/