De la Famélica Legión al Gran Hermano

Hoy en día hay televisiones públicas enteras que ya da igual lo que programen, lo que cuenta es a qué productoras contratan y dan trabajo y a cuáles no

Vergonzoso fue el pacto entre PP y PSOE para repartirse el control de RTVE, como vergonzoso ha sido el des-pacto: la tumultuosa por no decir tumultuaria salida del director general del Ente, José Manuel Pérez Tornero, visualiza de forma sangrante el drama de los medios de comunicación en este país. Se estará más o menos conforme con la gestión de Tornero, cuya evaluación no es el objeto del presente artículo. Sí lo es el tremebundo contexto de todo lo que ocurre.

A nadie se le escapa la querencia de los partidos políticos “de toda la vida” por controlar con mano más o menos de hierro las televisiones y las radios públicas (y todas las privadas que pueden, por la vía de la subvención). Cualquier cambio de gobierno precipita apresuradas destituciones y flamantes nombramientos. A veces verdaderas purgas. Pocas tan bestias, exhaustivas y sangrantes como la que se vivieron al acceder Pedro Sánchez a la Moncloa de la mano de Podemos.

Se notó el efecto Pablo Iglesias. Se notó mucho. Rodaron cabezas incluso de periodistas considerados desde siempre como próximos a Ferraz. Pero esta vez eran más a repartirse el pastel, es decir, tocaban a menos cada uno, y encima los nuevos llegaban pisando fuerte y con hambre atrasada. Como botón de muestra, una anécdota verídica: cuando la Sexta empezó a acoger masivamente dirigentes de Podemos como estrellas invitadas de sus tertulias, lo mismo en Al Rojo Vivo que en La Sexta Noche, etc, no había catering en el mundo (y los de Atresmedia son de los mejores) que aguantara el paso por sus instalaciones de los comunicadores morados y de su nutrido séquito de acompañantes.

Bandejas enteras de canapés y de tortilla de patatas se volatilizaban en segundos, dejando en ocasiones en ayunas a peluqueras, maquilladoras, realizadores y demás. Hubo quien acuñó la ingeniosa expresión “Famélica Legión” para referirse a los podemitas entonces todavía exóticos, a los que todavía costaba imaginarse apoltronados y tirando de todas las cadenas posibles del poder.

Una cosa que diferencia a un ¿partido? Como Podemos de todos los demás es que, allá donde los otros disimulan, estos pisan el pedal del descaro. Sus redes clientelares son las más tupidas y a la vez muy visibles. No se esconden para colocar afines y descolocar y hasta purgar “enemigos”, sino que, todo lo contrario, procuran que se les note a la legua que lo hacen. Es la manera más rápida de mandar un mensaje devastador: o estás conmigo, o estás bajo las ruedas de mi tanque.

Iglesias y su control de los medios de comunicación

Pablo Iglesias tenía y sigue teniendo un concepto estalinista del control de los medios de comunicación. Y no lo oculta. No lo ocultaba cuando presentaba La Tuerka, patrocinada, entre otros, por el mismo gobierno de Irán, que ahora asesina a las mujeres que se quitan el velo, no lo ocultó cuando era vicepresidente del gobierno y menos va a ocultarlo ahora que, oficialmente zafado de las restricciones de ser (más o menos) un servidor público, ha vuelto a su verdadera misión y vocación: ser el Ciudadano Kane o directamente el Gran Hermano que controla todos los tentáculos posibles de la comunicación en España.

Algo hemos notado en Barcelona cuando Iglesias se tomó una especie de sabático y se vino a la Ciudad Condal a hacer, no se sabe muy bien qué. Ese “no se sabe muy bien qué” incluía ser tertuliano estrella de RAC1, la radio del Grupo Godó que es líder de audiencia en Cataluña, muy por delante de la que antaño fue gloriosa Catalunya Ràdio y ahora es el cuarto de las escobas de la Corporació Catalana de Mitjans de Comunicació (CCMA, popularmente conocida como Corpo).

Pero eso era sólo para calentar los músculos y hacer flexiones. A lo que de verdad Pablo Iglesias se ha estado dedicando es a fortalecer su alianza con otro Darth Vader de la comunicación en España, el productor Jaume Roures, una especie de caballo de Atila que allá por donde pasa, difícilmente vuelve a crecer la hierba. No del mismo color, por lo menos. Roures salió tarifando de la Sexta, fundó el diario Público y luego se lo cargó, ha protagonizado sonados escándalos en el marco del Fifagate, ha sido el amo y señor de la TV3 procesista mientras tuvo vara alta en Moncloa, algo que desde el PSC se intentó bloquear… porque los socialistas catalanes demasiado le conocen y demasiado saben cómo puede acabar esto, si le dejan.

El líder de Podemos, Pablo Iglesias. EFE

El caso es que el nombre de Roures va asociado a un importante punto de inflexión en la política de medios de comunicación públicos en este país: cuando José Luis Rodríguez Zapatero, asesorado por el inteligente Miguel Barroso, comprendió que se le podía dar la vuelta a lo que se había hecho siempre. Que: a) Se podía, en lugar de bregar por el control de los medios públicos, dejarlos languidecer y palidecer mientras se apuesta por medios privados, donde no se deja de tener mando en plaza por detalles tontos como perder las elecciones b) que había vida en el mundo más allá del grupo Prisa.

El PSOE de Zapatero le hizo unos cuantos desaires importantes al grupo Prisa para favorecer a la Sexta, cadena que vio nacer a Podemos, que elevó a Pablo Iglesias al estrellato televisivo (que le pone más que el político) y donde ahora se vive una batalla a muerte por hundir a Antonio García Ferreras con argumentos que un observador imparcial sólo puede calificar de asombrosos. A ver, estamos como antes: Ferreras, como Tornero, te podrá gustar más o menos. Pero pretender, como Pablo Iglesias pretende, equipararle con las “cloacas del Estado” por haber dado pábulo a una información sobre Podemos que era de todo menos increíble, precisamente Podemos, que ha sido la “Famélica Legión” a pan y cuchillo en todos los programas de la cadena… Vamos, que te entra la risa.

Generalizando y simplificando: mientras PSOE y PP, un poco antiguos ellos, siguen jugando al control tradicional de los medios, con cierto cuerpo de ventaja para los socialistas porque priorizan el control de los privados sobre los públicos, mientras cargan con el deshonor y el bochorno de impedir concursos públicos así en el cielo como en la tierra, así en TVE como en TV3 (y desde Ciutadans nos hemos quedado muy solos denunciándolo, aunque recibiendo, eso sí, incontables mensajes de apoyo por secretísimo privado de aterrorizadas huestes periodísticas de este país…).

Mientras todo eso ocurría y ocurre, unos y otros cometen el error de dejar a Pablo Iglesias (con Jaume Roures detrás) volver por sus fueros, imponer sus fatwas contra García Ferreras y cualquiera que les estorbe, hacerse con parcelas de poder y de discurso único tan sofocantes que luego son difíciles, muy difíciles de remover. En lo político, y en lo económico. Porque hoy en día hay televisiones públicas enteras que ya da igual lo que programen, lo que cuenta es a qué productoras contratan y dan trabajo y a cuáles no…

Ya hay quien profetiza que el objetivo de Pablo Iglesias ni siquiera es echar a Yolanda Díaz y volver a la Moncloa. Es quitarle el sitio a Ferreras, erigirse en el p… amo de la teleprédica nacional. Si en España no lo consigue, siempre le quedará Venezuela, para erigirse en el Gran Hermano bolivariano de las Américas. Al tiempo.

Pero aquí pronto van a faltar burdeles y pianos donde teclear algo parecido a una información crítica, independiente y veraz. O que lo intente al menos.