Del papel higiénico a la cerveza

El confinamiento decretado para hacer frente al Covid-19, ha transformado el balcón en el “lugar” de la socialización que sustituye a la terraza del bar

Durante el confinamiento, según los informes de la startup Gelt y la consultoría Kantar, la compra cotidiana de los españoles en el supermercado ha dado un vuelco. Concretando y resumiendo: del papel higiénico a la cerveza. ¿Por qué durante los primeros días se compró mucho papel higiénico y, posteriormente, con el paso de los días, mucha cerveza?

La pirámide de Maslow

La respuesta a la primera parte de la pregunta se encuentra en la denominada pirámide de Maslow que establece la jerarquía de las necesidades humanas (Abraham Maslow, Una teoría sobre la motivación humana, 1943).

Según el psicólogo humanista (?) norteamericano, en la base de la pirámide se encuentran las necesidades fisiológicas indispensables que ha de satisfacer el ser humano para sobrevivir. A saber: la respiración, la alimentación, el descanso, el sexo y la homeóstasis. Vale decir que el descanso incorpora la necesidad de tener un refugio, la necesidad de dormir y la necesidad de eliminar los desechos o residuos que genera el cuerpo humano.

Concentrándonos en el asunto que nos ocupa, el confinamiento motivado por la pandemia del Covid-19 ha disparado la compra -¿compulsiva?- de aquellas mercancías que satisfacen la necesidad fisiológica “alimentación” así como la necesidad igualmente fisiológica “descanso” en la modalidad “eliminación de desechos humanos”.

Por eso, para alimentarse, se almacena agua, leche en polvo, legumbres, conservas, arroz, pasta y aceite. Por eso, para descansar/eliminar, se almacena papel higiénico. Es lo que algunos llaman la “compra del búnker”. Esto es, hay que protegerse para hacer frente a lo peor que pueda pasar.    

«Si la pirámide de Maslow ha sido tildada de rígida, simplista y reduccionista; lo mejor que puede decirse de la Pirámide 2.0 es que es pura sociología y psicología recreativas»

Llegados a este punto hay que decir que la pirámide de Maslow –desde hace unas décadas- no goza de buena salud. Ya desde los orígenes se apreció que respondía a las necesidades de los white-collar workers; es decir, el personal administrativo y de ventas de una empresa.

Con el tiempo, la pirámide de Maslow, con la excusa de adaptarla a los nuevos tiempos, ha caído en las manos del marketing de bajo vuelo, la autoayuda y los propagandistas del lifestyl del siglo XXI. Entre unos y otros, han diseñado una nueva pirámide introduciendo necesidades como la creatividad, el crecimiento personal, los entornos ubicuos, la extimidad, el sharismo, el sexo virtual, las necesidades estáticas y dinámicas, el wi-fi, los likes, los megas.

Si la pirámide de Maslow ha sido tildada de rígida, simplista y reduccionista; lo mejor que puede decirse de la Pirámide 2.0 es que es pura sociología y psicología recreativas. Con una ventaja a favor de Abraham Maslow: su pirámide resulta útil para definir las necesidades fisiológicas del ser humano. El papel higiénico, por ejemplo.           

Una cerveza en el balcón   

Superada –volviendo al tema del consumo en tiempos de Covid-19- la tentación de incluir el aumento del consumo de cerveza en cualquiera de los otros escalones –seguridad, reconocimiento, afiliación y autorrealización- de la pirámide Maslow, avanzo la siguiente hipótesis: el aumento del consumo de cerveza constata que el balcón recupera la categoría de “lugar”. Me explico.

El antropólogo urbano Marc Augé, en su ensayo Los no lugares. Espacios del anonimato (1992), enfrenta el “lugar” al “no lugar”. Mientras el “lugar” es un punto de identidad, relación e historia, el “no lugar” –vías rápidas, aeropuerto, metro, espacios de intercambio, hotel, centros comerciales o cajeros- lo es de paso.

La pandemia del Covid-19 ha hecho que el balcón –hasta ahora un “no lugar” de entrada y salida para observar el tiempo, subir y bajar el toldo, colgar alguna pieza de ropa, regar las plantas, vaciar el recipiente del agua que genera el refrigerador o limpiar los vidrios de la puerta del salón- recupere la categoría de “lugar”.

El confinamiento decretado para hacer frente al Covid-19, ha transformado el balcón en el “lugar” de la socialización que, de facto, sustituye a la terraza del bar, al comedor del restaurante, al escenario de una mini sala musical. Y en esos lugares –en ese “lugar” llamado balcón que mucha gente asocia ahora, a pesar de la epidemia, con lo “festivo” – hay gente que consume cerveza.  De ahí, el aumento de la venta.  

Volvamos a Marc Augé. El francés nos dice también que los “lugares se recomponen”, las “relaciones se reconstituyen” y las “artes de hacer pueden abrir allí un camino y desarrollar sus estrategias”. En nuestros balcones, por ejemplo. ¿O es que algunos de ustedes no han iniciado algún tipo de contacto o relación –a distancia, por supuesto- desde el balcón? Cheers.