¿Diálogo? ¿Qué diálogo? El problema de Cataluña es el nacionalismo catalán 

En las últimas semanas, se plantean alternativas al desafío y la desobediencia impulsados por el secesionismo catalán.

Hay quien insiste y persiste en la catalanización de España. Según este parecer, el catalanismo debería democratizar y modernizar España. Discrepo. Hoy, la tarea es otra.

El catalanismo –lo que del mismo quede después del populismo y la marea independentista-, así como otras fuerzas políticas democráticas, han de dedicar sus esfuerzos a articular una alternativa al totalismo nacionalista. ¿La democratización y modernización de España? No se preocupen. España ya está democratizada y modernizada.

El problema está en Cataluña. El problema de Cataluña es un nacionalismo catalán pretencioso que exige relaciones bilaterales con el Estado por ser quien es y mantiene unas pésimas relaciones con la democracia y el Estado de derecho.

Hay quien habla de diálogo. Sea. La política –que no es otra cosa que representación de intereses y mediación entre las partes- requiere diálogo. Pero, ¿qué diálogo?

¿Cómo dialogar con quien habla de «referéndum o referéndum», prepara leyes de desconexión y convoca una cumbre pro referéndum? ¿Cómo dialogar con quien presume de «astucia» para incumplir la legalidad?

El nacionalismo catalán, ¿quiere desbloquear el conflicto o desea tensionar la situación como táctica –desesperada o no -de la secesión? El nacionalismo catalán, ¿se conformará con la reforma de la Constitución y el Estatut, un nuevo sistema de financiación autonómica, inversiones económicas y la introducción de singularidades en la Carta Magna? ¿Singularidades para uno o unos cuantos? ¿La legalidad se ha de moldear para satisfacer a quien más presiona o amenaza? ¿Cesiones del Estado a cambió de una lealtad institucional y constitucional que se resquebraja o rompe cuando se puede o conviene? ¿El principio de legalidad ha de sucumbir ante los intereses del secesionismo? ¿Qué diálogo es posible con un nacionalismo catalán cuya voluntad se desconoce?

Bienvenido sea un diálogo que observe las condiciones, marco y límites propios del Estado de derecho. Pero, para que el diálogo sea posible, tenga sentido y fructifique, se precisa un interlocutor que acepte las reglas de la democracia y entienda que todo diálogo tiene suelo y techo. La condición necesaria de posibilidad del diálogo es la democratización y modernización de un nacionalismo catalán atrapado en su propio discurso.

¿Democratización? ¿Modernización?

1) Que el nacionalismo catalán acepte la legalidad y el Estado de derecho y cumpla las resoluciones de los Altos Tribunales.

2) Que actúe con la debida lealtad constitucional e institucional

3) Que renuncie al victimismo y la desobediencia –un abuso de poder que raya la corrupción política- que perpetúa el conflicto, genera división y provoca sistemáticamente e intencionadamente al Estado.

4) Que desactive la brigada política móvil que, de Juzgado en Juzgado, presiona a la Justicia cuando declaran los investigados o encausados.

5) Que, en beneficio de la democracia liberal, abandone esa suerte de democracia orgánica que encuentra «legitimidad» en la familia (Assemblea Nacional Catalana o Súmate), el municipio (Associació de Municipis per la Independencia), el sindicato (CCOO, UGT, Moviment Obrer per la Independència) y otras corporaciones útiles (Òmnium Cultural, Consell Assessor per a la Transició Nacional, Mesa pel Dret Decidir, Pacte Nacional pel Dret a Decidir).

Al nacionalismo catalán –misionero, mesiánico, hiperventilado y aficionado al mobbing político e ideológicole cuesta asumir la democracia y el Estado de derecho. ¿Cómo conseguir que el nacionalismo catalán acepte la legalidad democrática?

La realidad obliga, dicen. Y el mantenimiento del poder, también. Teniendo en cuenta la debilidad e inviabilidad –legal, política y social- del «proceso», teniendo en cuenta que no se celebrará el referéndum anunciado, teniendo en cuenta la inquietad que se percibe en el seno del independentismo –adiós a la coartada de la España inmovilista- cuando se habla de un diálogo que podría desmovilizar a parte de la feligresía soberanista, teniendo en cuenta el estado de quiebra de las finanzas de la Generalitat, teniendo en cuenta eso, ¿asistiremos a un pacto entre el Estado y una parte del secesionismo para desbloquear el conflicto en beneficio mutuo y evitar el enfrentamiento en campo abierto?

¿Quizá una parte del independentismo aceptará –de la necesidad, virtud- una Tercera Vía que sirva para salvar lo que se pueda de un «proceso» en fase de colapso? ¿A qué precio? ¿Con quién negociar? ¿Habrá en el bloque independentista algún pragmático –»traidor», dirán- que dé el primer paso y esté dispuesto a asumir las consecuencias y evitar, de paso, una posible inhabilitación? Para el nacionalismo catalán, ¿el diálogo puede ser una suerte de retirada táctica que busca la acumulación de fuerzas? ¿Persistirá en el empeño a través de microrupturas puntuales en espera de tiempos mejores?

El catalanismo político y otras fuerzas democráticas –derecha, centro o izquierda, liberales, democratacristianos o socialdemócratas: partidarios de la legalidad, el diálogo, la negociación, el pacto y la administración de la realidad en beneficio del ciudadano-, deberían plantearse la tarea de regenerar la vida política catalana y formular alternativas al secesionismo que conduce a la nada.

Quizá habrá que empezar de nuevo después del naufragio de ese nacionalismo catalán, prepotente y displicente, malhumorado y faltón, infatuado e inmovilista, que vive en su particular ínsula barataria y que, por decirlo a la manera de Gaziel, siempre pierde porque es «un mal jugador» que «no acierta ni una». ¿Cómo administrar la frustración de quienes creyeron de buena fe en el sueño independentista de una calurosa tarde de septiembre a la sombra de las esteladas en flor? ¿Qué papel jugará una izquierda antisistema que –tacticismo, oportunismo, convicción o interés- apuesta por el llamado «derecho a decidir»? ¿La izquierda antisistema se aliará con ERC –quizá también con el PSC- para alumbrar un nuevo tripartito «decisionista» que recupere el «proceso» después de una tregua?

Hay que regenerar la vida política catalana por responsabilidad e interés.

Por responsabilidad: basta ya de «verdadera democracia», de un «mandato democrático» que no existe, de recalentar el ambiente a la carta, de excitar al ciudadano con fantasías, de apelar al sentimiento y las pasiones del «pueblo», de peronismo mediterráneo, de provocar al Estado para obtener ventajas de índole diversa, de señalar el recto camino que seguir bajo amenaza de excomunión, de convertir en enemigo al adversario político, de sacralizar una identidad plural que es ajena a cualquier afirmación heráldica de carácter místico o narcisista, de patrimonializar Cataluña en beneficio propio.

Por interés: basta ya de un «proceso» providencialista y desestabilizador que divide, que desgasta, que aísla, que extranjeriza a más de la mitad de la ciudadanía, que devalúa la imagen de Cataluña, que compromete el futuro de una Cataluña europea, que no ofrece seguridad a las inversiones, que obstaculiza la obtención de crédito, que causa estragos en la política, que resquebraja la convivencia ciudadana, que subordina la política de las cosas a la entelequia de la reconstrucción nacional de una Cataluña que ya está construida.

Menos nación y más gestión.

Miquel Porta Perales es autor del libro ‘Totalismo’, editado por ED Libros

Licenciado en Filosofía y Letras. Ensayista, articulista, columnista, comentarista y crítico de libros
Miquel Porta Perales