Ecología de guerra

Surge ahora un ecologismo adulto y “patriótico”, nacido de esta crisis que nos obliga a abordar debates pendientes y revisitar prejuicios. Y una oportunidad para que, restablecida la paz, nos ayude a afrontar los desafíos medioambientales del S. XXI con perspectivas de éxito mejoradas

Apenas habían cruzado los tanques rusos la frontera ucraniana y un sinnúmero de politólogos y opinadores ya afirmaban que la “invasión de Ucrania, cambiará el mundo”. Las predicciones solemnes y seculares son inevitablemente temerarias. Pero los sesudos analistas parecen bien encaminados en lo que se refiere a la “ecología”. La relevancia, objetivos y prospectiva de las políticas medioambientales y energéticas en particular de los países occidentales están dando un vuelco… solo que quizás no del modo que algunos esperaban.

Inicialmente los hubo que predecían el abandono de todo lo “verde” en aras de la seguridad, pero rápidamente fueron desmentidos por voces que, como la del Ministro de energía del Reino Unido, afirmando que las mismas políticas (o casi, como veremos más adelante) que parecían motivadas por buenismo planetario ahora son bienvenidas en nombre de la seguridad nacional.

¿Como es posible tal giro? ¿Es un diagnóstico sincero o una exageración retorica nacida de la crisis?

Para responder a esta pregunta, es necesario remontarnos al concepto del “trilema energético”: partiendo de la aspiración de que el sistema energético ideal es “Fiable, limpio y barato”, históricamente se ha entendido que es imposible conseguir los tres objetivos a la vez y que inevitablemente toda decisión de política energética implica priorizar uno de los tres ejes (seguridad, el coste o la sostenibilidad) a costa de los otros.

La rotura del trilema

Hasta hace unas semanas el énfasis estaba claramente en la sostenibilidad, segundamente en el coste, y la seguridad de suministro era solo una preocupación técnica ajena a la gran mayoría de la población. Los acontecimientos dramáticos de las últimas semanas han recordado a los europeos que (como recordó el Alto Representante de Exteriores de la UE, nuestro Josep Borrell) “el mundo en que vivimos no es un jardín a la francesa”, que los riesgos son reales y que no es aceptable depender energéticamente de regímenes que invaden a países que comparten frontera con seis estados miembros de la UE.

Y aquí nos encontramos con una tremenda sorpresa: la oposición histórica entre los ejes del trilema, ya no es tal: gracias al tremendo abaratamiento de las energías renovables, lo sostenible, resulta barato en la mayoría de los casos. Y también parece que es menos arriesgado contar con que el sol vaya a salir cada mañana o que el viento vaya a soplar en las lomas, que con el buen comportamiento de los déspotas del mundo.

Entonces, ¿A más renovables, menos gas ruso? Sí, pero no de la noche a la mañana. Construir una nueva planta de energías renovables lleva años. Y (como no contamos con el viento ni el sol exactamente cuándo nos hace falta energía) llegar al 100% renovable, con la tecnología actual, solo es posible con inversiones astronómicas que llevarían décadas. Así, en los próximos años acabaremos construyendo más renovables, pero también nuevas terminales de importación de gas natural licuado que nos permita diversificar nuestros proveedores, infraestructuras de almacenamiento, plantas de hidrogeno,… y también nuevas centrales nucleares, como han avanzado, además de los franceses, británicos, finlandeses, polacos y checos, entre otros.

“Winter is coming…”

Pero en tiempos de guerra, los problemas son de otro tipo: como llegar a la primavera con las reservas de gas que quedan, como evitar apagones en los días más calurosos del verano, y como prepararnos para el próximo invierno.

En esos horizontes temporales tan cortos las opciones se reducen. Pero también es cuando lo indeseable se convierte en necesario y se rompen tabús. Así, la extensión de la vida de centrales de carbón y nucleares (¡en Alemania!) se convierten en soluciones temporales asumibles. Obstáculos burocráticos infranqueables, como el problema de licencias que impidió que la planta regasificadora del Gijón llegase a funcionar, se evaporan. Negocios antes ruinosos (como el fallido proyecto de gasoducto Midcat a través de los Pirineos) se convierten en oportunidades irresistibles. Y los sacrificios que eran inasumibles se convierten en razonables, como ha sugerido el gobierno holandés, al respecto de reabrir la producción de los campos de gas que se habían abandonado por causa de los temblores que afectaban a la población.

También se recalibran las prioridades, como olvidarnos de biocombustibles por un tiempo para dedicar al sector alimenticio toda la capacidad agrícola, como sugería hace unos días el eurodiputado Luis Garicano. Y se abandonan dogmas históricos, como por ejemplo le parece estar ocurriendo al “el mercado” con el anuncio de la Comisión Europea de medidas para desvincular del precio del gas la producción eléctrica de ciertas tecnologías. Y se aceptan nuevas normalidades, como ciertas administraciones públicas, que por no poder permitirse el coste de la calefacción a los precios actuales, están enviado a sus funcionarios a teletrabajar desde sus casas.

“También se recalibran las prioridades, como olvidarnos de biocombustibles por un tiempo para dedicar al sector alimenticio toda la capacidad agrícola”

Los cambios, ya de por si complejos, en tiempos de guerra parecen caóticos por la rapidez con la que suceden. Pero ese aparente caos produce siempre un “dividendo”: la adaptación, manifestación del ingenio humano puesto a trabajar, hace surgir un nuevo paradigma con un universo entero de oportunidades. Así, del mismo modo que en tiempos de racionamiento se aprovechan recursos que antes se desperdiciaban, la necesidad de reemplazar los hidrocarburos rusos, va a permitir una revolución de eficiencia energética.

El ahorro de energía que antes era insignificante para compensar la molestia ahora será aprovechado. Las innovaciones que antes eran demasiado arriesgadas ahora atraerán financiación. Las inversiones que antes eran extravagancias (p. ej., aerotermia en lugar de calentadores de gas) ahora serán muestras de buen espíritu ciudadano. En resumen, a corto plazo reduciremos nuestro consumo, tendremos más renovables, aumentaremos la independencia energética, y abandonaremos dogmas inútiles que por inercia y desconocimiento se mantenían.

Pero otro “dividendo”, quizás el más importante, es la oportunidad para establecer claridad discursiva. Frente a los relatos medioambientales habituales, a menudo dominados por las utopías altermundistas o las señas de identidad de una tribu ideológica concreta, surgen nuevos motivos para la defensa del medio ambiente. Razones como el pragmatismo superador de herencias trasnochadas, o el apego por lo propio y cercano: familia, amigos, ciudad, país,… entorno natural.

“Esto ya no se trata de combatir el cambio climático o emisiones cero. Asegurar la independencia energética con energías limpias es una cuestión de seguridad nacional. Putin puede fijar el precio del gas, pero no puede controlar el precio de las renovables y de la nuclear que generamos en el Reino Unido”

Kwasi Kwarteng, Ministro de Negocios y Energía del Reino Unido. 15 de Marzo del 2022

Una nueva narrativa “verde” que se nutre de intuiciones muchas veces compartidas. Por ejemplo, esa extraña sensación de orgullo al ver, en un viaje cualquiera, molinos girando, sin dejar de preguntarse qué pasa cuando no hay viento. O el preocuparse por como el cambio climático afectará a la cuenca mediterránea, pero también el intuir que llenar la ciudad de carriles bici quizás sea menos importante que contar con infraestructuras que nos ayuden a adaptarnos a un futuro clima subdesértico. O el saber que la carne no crece en los estantes de supermercados y que importa de dónde viene, pero también que mucha gente no puede permitirse el producto de ganadería artesana.

O la lejana tristeza que da el leer sobre la destrucción del Amazonas, sin olvidar la indignación, rabiosa, ante el ecocidio negligente del Mar Menor. O el hábito (aprendido en la infancia) de no dejar la luz encendida sin necesidad y la sospecha de que hay cosas parecidas que podríamos enseñar a los nuestros. Así, un ecologismo adulto y “patriótico”, surgido de esta crisis que nos obliga a abordar debates pendientes y revisitar prejuicios. Y una oportunidad para que, restablecida la paz, nos ayude a afrontar los desafíos medioambientales del S. XXI con perspectivas de éxito mejoradas.