El gran fracaso de Puigdemont

En el primer apartado ha cosechado varios éxitos al no ser extraditado, si bien pasó por la cárcel en Alemania. Sin embargo, está por ver cómo las resoluciones finales, ya próximas, de las instancias judiciales superiores europeas afectan a su futuro.

Una vez consumada gracias a sus errores de iluso principiante una facilísima derrota del independentismo, Puigdemont, tras huir, se propuso dos retos. Uno, demostrar en los tribunales europeos que el intento independentista no justificaba las condenas de la justicia española. Y dos, ostentar una vara tan alta en la política catalana que nada se pudiera determinar sin su voluntad o consentimiento.

En el primer apartado ha cosechado varios éxitos al no ser extraditado, si bien pasó por la cárcel en Alemania. Sin embargo, está por ver cómo las resoluciones finales, ya próximas, de las instancias judiciales superiores europeas afectan a su futuro. Sea como sea, lo más probable es que se quede en Bruselas aunque pueda, en teoría, viajar a España sin ser detenido.

Desde luego que no se va a cumplir el sueño húmedo de algunos abogados independentistas y asimilados según los cuales la despenalización de las consultas tipo 1-O va a ser tan contundente que cualquiera podrá organizar un referéndum de autodeterminación sin temor a represalias a cargo del estado correspondiente.

Los jueces han construido Europa casi más que los políticos. Siguen haciéndolo, pero su objetivo no es desestabilizar sino asegurar un espacio común de libertades y garantías democráticas sin poner en riesgo lo fundamental, y menos ahora que no está el horno de la Unión para bollos ni experimentos. Bastante trabajo tienen en meter a Polonia y Hungría en el redil como para encender mechas en España. Así que de ‘prohibir prohibir’ (lema de origen gargantuesco) a los estados miembros según que convocatorias, nada de nada.

Una cosa son las libertades individuales y otra muy distinta los procesos sociales. Así que, descartadas grandes novedades y todavía menos vuelcos significativos tras las sentencias de las altas instancias judiciales, vamos a por lo segundo.

Si una ecuación puede establecerse sin grandes márgenes de error en los últimos años, ésta puede ser la siguiente: a más Puigdemont, menor sosiego en la sociedad catalana. Y viceversa, claro. Así que echen cuentas. Y por si alguien duda, que atienda a las recientes palabras de Quim Torra, otrora delegado de Puigdemont en la presidencia de la Generalitat.

El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont. EFE

Presumiendo que hace un favor a quien le designó, pregunta Torra en qué se ha acercado Cataluña a la independencia durante el mandato de Pere Aragonès. La respuesta está clara. No se ha acercado sino que se alejado. Mejor dicho, se ha continuado alejando, porque tomó el rumbo actual, a 180 grados del anterior, y a ojos vistas, durante la etapa de Quim Torra, el que se asesoraba con expertos a fin de calibrar la (pseudo) desobediencia a fin de fabricarse una hornachuela en el martirologio independentista sin pasar por la cárcel.

Antes, mientras, y aún más después, Puigdemont había mostrado y demostrado no diremos su poder porque no lo tenía, pero sí su capacidad de influencia, cargándose al partido de Pujol, del cual procedía, a fin de alejar de si y sus partidarios tanto toda sombra de corrupción como cualquier atisbo de autonomismo, que como todo el mundo empieza a barruntar parece ser todo lo contrario a la independencia.

Bueno, pues consiguió su propósito al presentarse como cabeza de cartel en las pasadas elecciones catalanas, no en coalición con el PDECat, el heredero de CDC, sino en solitario, con el partido forjado por él mismo, a su medida, bajo su imparable liderazgo, siempre con la consigna del no surrender, como instrumento para avanzar hacia el objetivo en vez de desistir.

Por fortuna para él aunque parezca lo contrario, ERC le adelantó y se adjudicó la presidencia. En consecuencia, y a diferencia de una Generalitat igual de inútil y contraproducente en este sentido pero presidida por Laura Borràs, ahora pueden culpar a Aragonès y Esquerra del retroceso. Porque si bien lo analizan, siempre es mejor culpar a otros de la propia inutilidad que asumir la responsabilidad de caminar en dirección contraria a la predicada en la campaña electoral.

Resultado

Resultado: el administrador de JxCat, Jordi Sánchez, abandona el puesto. Otros se propugnan para sustituirle, en apariencia convencidos de que se puede gestionar mejor la contradicción entre disponer de la mitad del Gobierno que más contribuye a clausurar toda perspectiva de conseguir la independencia y seguir pregonando que están en ello.

Al contrario de Sísifo, el esforzado antihéroe de Camus que empujaba la roca monte arriba cada vez que rodaba hasta el valle, el partido de Puigdemont no hace más en la práctica que aumentar el peso y por lo tanto la velocidad de la acción gravitatoria que certifica el hundimiento del independentismo en términos de distancia entre el propósito y la acción práctica. Si a esto no se llama fracaso…