Puigdemont se queda sin partido

ERC asume lo que es pero JxCat se niega salir del armario y confesar su verdadera naturaleza de aprovechados de la derrota del independentismo

Tras hundir los restos de la transformada CDC a fin de desprenderse de los que titubeaban ante su supuesta determinación de culminar la independencia, el nuevo partido de Puigdemont ingresa de pleno en la categoría neoautonomista. Ni más ni menos que ERC.

Quienes peor lo pasan no son los que, estando en ajo de lo que se ocultaba tras la máscara del no surrender, contribuyeron a sostenerla. Son quienes, después de proclamar su adhesión a un programa de máximos, descubren el verdadero rostro de JxCat. Estos, de manera especial los provenientes de la izquierda que creyeron desmentir con su presencia el carácter conservador heredado del pujolismo, se descubren como mercancía ideológica de usar y tirar.

La gran diferencia entre JxCat y ERC no es la cada ves más tenue línea que separa el centroderecha del centroizquierda. Es algo más complejo, casi freudiano, ERC asume lo que es pero JxCat, poseído por el mismo frenesí de regocijarse a buen precio en las poltronas gubernamentales, se niega salir del armario y confesar su verdadera naturaleza de aprovechados de la derrota del independentismo.

Por más que siga negándose a reconocer que comparte con ERC, y claro está que con la CUP, la misma falta de estrategia para conseguir cualquier avance ni siquiera en términos de autogobierno efectivo, JxCat ha empezado a transitar ya, y de modo irreversible, desde el disimulo inicial a la exhibición, en su caso lastimeramente vergonzante, de un plumerazo tan vistoso como el de su rival y sin embargo compañero de arrumacos ante las puertas del poder real, sito en La Moncloa.

Por si alguien era aún capaz de poner en duda tamaña evidencia, las declaraciones de Gabriel Rufián evidencian, no la ingenuidad o desfachatez de unos contactos con terceros países, hinchados por unos y deshinchados por quienes los protagonizaron, sino la soledad de Puigdemont.

Siendo un poco serios, si algo está claro es que dichos contactos, aún admitiendo que existieron como hace Gabriel Rufián, no influyeron para nada ni en el desarrollo, ni el éxito inicial ni en fracaso final del ‘procés’. Para nada es para nada, del todo y por completo irrelevantes, baladíes, pura cháchara con sordina de murmullo trivial e intrascendente.

El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont. EFE

Que el Kremlin ha destinado parte de sus esfuerzos a desestabilizar y dividir bajo cuerda a Europa e incluso los Estados Unidos, es algo palmario, y ahí están las pruebas de su apoyo a la ultraderecha antieuropea. Ahora bien, lo de prometer apoyo y reconocimiento a una declaración de independencia real y efectiva de Cataluña, solamente puede entrar en mentes muy entrenadas a la hora de fantasear. Desde luego, que no en la de Putin o sus colaboradores.

Que Puigdemont se viera o no se viera con un supuesto o no supuesto espía ruso en Suiza solamente afecta, a estas alturas del reingreso en la normalidad, a la propia imagen de Puigdemont. Francesc Macià se fotografió con orgullo en Moscú cuando acudió, en su gira mundial, a recabar ayuda a fin de invadir Cataluña y librarla a la par de la dictadura de Primo de Rivera y del secular yugo español.

La intentona de Prats de Molló fracasó, pero el fracaso, y la propaganda que el juicio en Francia le aportó le condujeron a la presidencia de la Generalitat. Se la había jugado por la causa en la que creía y eso le confirió un aura de héroe para quienes la compartían.

Muy al contrario, Puigdemont, en vez de jugársela, se la ha jugado a quienes confiaron en su liderazgo. Probablemente por incapacidad. De modo a la vez similar y contrario, Macià se erigió en símbolo de lo podía llegar a ser, mientras Puigdemont se convirtió en símbolo de lo que no pudo ser pero aún podía ser, si bien ya ha dejado de poder ser.

Es ahí, en la línea de flotación del símbolo, donde impacta el torpedo de ERC. El verdadero sentido de la declaraciones de Gabriel Rufián advierte a los que aún creían en él que el supuesto líder Puigdemont era en realidad un patán, un ingenuo capaz de creer la primera milonga que pudieran canturrearle.

Volviendo al principio, la cosa no habría pasado de ahí si su partido le hubiera defendido, pero los pocos que han hablado, en vez de ensalzar las virtudes, el carisma y los grandes aciertos del gran timonel capaz de lograr la independencia, se han dedicado a atacar al mensajero, con lo que no hacen más que abonar la credibilidad del mensaje.

Puigdemont se ha transformado en obstáculo para los fines del núcleo postconvergente que dirige JxCat

Puigdemont, cuya determinación en culminar lo emprendido es la razón de ser de JxCat, se ha transformado en obstáculo para los fines del núcleo postconvergente que dirige el partido, que no son otros que los ya descritos de la ocupación de cargos. Es peor a la inversa, porque los apoltronados de su partido son al mismo tiempo el mayor impedimento para que Puigdemont pueda dar alguna muestra, por pequeña que sea, de que no se ha quedado solo, inoperante, pasmado y ultracongelado sosteniendo el asta, donde ondean los jirones del cuento del no surrender.

Obligado si le queda un mínimo de dignidad a abandonar la presidencia de JxCat, le queda su desnutrido Consell, cuya perspectiva consiste en rivalizar con la ANC en la muy entretenida, para los independentista que aún desearían practicar, competición de cangrejos por la inoperancia.