El ojo clínico de Mas

Debo reconocer que la política de Convergència Democràtica (CDC) siempre ha tenido para mí un halo de cierto misterio. En el terreno que va de la táctica a la estrategia con frecuencia no he sabido definirla correctamente. Partido bisagra por excelencia en la política española con los dos grandes partidos, negociadora indispensable de muchas de las más importantes batallas que se han librado en La Moncloa, y sin embargo nunca en los créditos oficiales. En Catalunya, por el contrario, con mucho poder y con muy poco, en sus peores y en sus mejores momentos, pal de paller inevitable y apabullante ocupadora del inmenso centro electoral.

Pero más allá de definiciones y posibles clasificaciones, a CDC y a los dos grandes líderes que hasta ahora ha tenido hay que concederles el mérito de un ojo clínico para detectar la situación más favorable a sus intereses del que otros muchos contendientes de la arena política española han carecido, con excepción quizás de Felipe González, aunque aún sea pronto para comparar a Artur Mas con el líder socialista.

Las últimas decisiones adoptadas por Mas, planificadas o improvisadas, y a la espera de que el tiempo las ponga en el lugar que las corresponde, han sido un acierto que nadie debería negarle y que previsiblemente van a proporcionarle a corto plazo una excelente rentabilidad política. El pistoletazo de salida para una convocatoria adelantada de elecciones con el proceso hacia la independencia como horizonte político ha conseguido ya cuatro éxitos no menores.

El primero, y muy importante en política, ha sido retomar la iniciativa política. Desaparecido de las principales cabeceras de los medios de comunicación, volcados en problemas de amplio alcance como la crisis fiscal y económica, y con la caja vacía para desarrollar políticas que le dieran una cierta visibilidad, Mas se sitúa con su reclamación del derecho a separar Catalunya de España en el centro de la agenda política del país.

El segundo, el de obviar el balance de sus casi dos años de legislatura. Mas se va a presentar de nuevo a la presidencia de la Generalitat como el hombre que se ha comprometido a dotar a Catalunya de estructuras de estado. Muy pocos le van a reclamar que responda de temas menores, pero que estaban en su mano, como el adelgazamiento de la administración pública bajo su competencia o el contenido social de sus políticas.

El tercero reside en los efectos colaterales de su decisión: destroza al ya bastante debilitado PSC, hoy por hoy aún su gran enemigo electoral. Las elecciones pillan a los socialistas con el lider, Pere Navarro, en mantillas, sin autoridad y sin equipo a apenas unos meses de ser elegido, quemado en mil batallas internas y fuera del Parlament. Sin una línea de mando clara y sin líderes consolidados, divididos, los socialistas catalanes van al matadero en estas elecciones si no hay un milagroso cambio de tendencia.

El cuarto, y en línea con el anterior, se erige como único líder y CDC como la única fuerza organizada capaz de iniciar un camino ilusionante para muchos, a pesar de que nada se sabe aún de cómo será. El espectáculo dado por el resto de fuerzas soberanistas, incapaces en un momento histórico como el actual de olvidar sus míseras rencillas y dejarse de pelear por un puesto más arriba o más abajo, centran todos los focos en el actual presidente de la Generalitat.

Artur Mas, un hombre templado y nada ajeno al establishment político y empresarial, sólo tiene un pero en su por ahora exitosa tarjeta de presentación: hasta donde podrá gobernar el proceso abierto y las incertidumbres generadas entre el empresariado, principal soporte suyo y de la formación que representa.