El País y la señora Simpson: los socialistas y el 23F

Tal vez Felipe Sicilia no pretendía simplemente armar ruido; tal vez pretendía echar un manto de amnesia sobre el papel de los socialistas en aquel episodio

Es posible que la intervención del portavoz socialista Felipe Sicilia en el Congreso el pasado jueves, comparando “los tricornios y las togas”, fuese un exabrupto poco meditado, que termine, más pronto que tarde, con su fulgurante aunque gris trayectoria política. Su súbita desaparición de la escena al día siguiente, coincidiendo con la evidente incomodidad de algunos ministros socialistas por defenderlo, así parece sugerirlo. 

Pero, ¿por qué quedarnos en la explicación más obvia? Supongamos, aunque solo sea por un momento, que Sicilia es un avezado político, florentino más que siciliano, y que su intervención responde en realidad a un meditado plan político.  Supongamos que Sicilia es lector voraz de nuestra historia política, y sabe perfectamente que el golpe del 23F no lo dio en realidad “la derecha”, sino que se hizo más bien “contra la derecha”, en concreto, contra el Presidente Suárez y la inminente investidura de su sucesor, Leopoldo Calvo Sotelo.

Sicilia sabe, porque conoce los entresijos de su propio partido, que el papel de los socialistas en aquel episodio tiene algunas sombras. En primer lugar, por el sistemático ataque a Adolfo Suárez durante los meses previos al golpe («Suárez salió de las cloacas del fascismo», diría por ejemplo Alfonso Guerra). En mayo de 1980, los socialistas habían presentado una moción de censura contra Suárez, a pesar de no contar con los números para que saliese adelante (¿les suena esta estrategia?). ¿Reconocían los socialistas la legitimidad del Presidente Suárez? Más bien lo hacían de aquella manera: “El señor Suárez ya no soporta más la democracia. La democracia ya no soporta más a Suárez”, diría Guerra durante su intervención en la censura.  

Felipe Sicilia conoce también los flirteos de destacados dirigentes socialistas con algunos de los instigadores del golpe, como el general Armada. Lo cuenta, por ejemplo, Jordi Gracia, actual subdirector de opinión de El País, en su biografía de Javier Pradera. El propio Pradera denunció en los meses previos al golpe las maniobras de los socialistas, que culminaron en octubre de 1980 en un almuerzo en Lérida entre Enrique Múgica, diputado socialista, Joan Reventós, líder del PSC, y Antonio Siurama, alcalde de Lérida, con el general Armada. Según un documento inédito redactado por Múgica y que, según revela el subdirector de El País en el libro ‘Javier Pradera o el poder de la izquierda’, fue entregado a Felipe González, Múgica resume los planes de Armada para derribar a Suárez y postularse como presidente de un Gobierno de coalición.  

La “solución Armada” no fue un simple rumor político.  El 8 de noviembre de 1980, El País titulaba su editorial: “el PSOE y la señora Simpson”: merece la pena reproducir algunos de sus párrafos: “Santiago Carrillo se ganó más de un rapapolvo de los socialistas por su insistencia, durante el período constituyente, en proponer un Gobierno de concentración como remedio preventivo de un supuesto golpe de Estado. Ahora los socialistas hacen suyo ese temor y también, aunque con una variante que excluye al PCE, esa receta. La conocida fábula del pastor, que de tanto simular a gritos la presencia del lobo hace que nadie le crea cuando la amenaza se convierte en realidad, tal vez pueda aplicarse en el futuro a nuestra vida pública”.  

Según Jordi Gracia, aquel editorial, como muchos otros aquellos años, había sido escrito por Javier Pradera. Por si la metáfora no había quedado clara, el editorial (es decir, Pradera), insistía unos párrafos mas adelante: “No terminan, así pues, de verse las razones, como no sean motivaciones por el deseo de llegar cuanto antes al poder, por las que los socialistas puedan ahora pretender o exigir su entrada en el Gobierno por la puerta falsa de las maniobras extraparlamentarias, incluidos documentos firmados por altos mandos militares”  

Como temía el propio Pradera, la fábula del pastor acabó haciéndose realidad. Tejero entró en el Congreso (“los tricornios”) y durante aquella noche apareció en el Congreso el general Armada, para postularse como Presidente de un Gobierno de concentración nacional. En la lista de ministros que propuso a Tejero durante la noche del 23F el Vicepresidente para Asuntos Políticos era, nada menos, Felipe González. La lista contaba también con Gregorio Peces-Barba como Ministro de Justicia, Javier Solana como Ministro de Comunicaciones y el propio Enrique Múgica como Ministro de Sanidad, según revelaría Victoria Prego. 

El editorial de El País aquella noche es bien conocido: “El País, con la Constitución”. El de ayer, en cambio, se titulaba “En el límite del sabotaje”, y calificaba lo ocurrido como “un momento sin precedentes en nuestra historia democrática”. No hacía ninguna mención a la intervención de Felipe Sicilia, aunque todo el editorial estaba imbuido de la misma narrativa: daba cuenta de “la irrupción del Poder Judicial en un pleno del Poder Legislativo, suspendiendo una votación que estaba prevista en el orden del día”, como consecuencia de la “maniobra obstruccionista urdida por el brazo jurídico de la derecha política”. 

No, tal vez Felipe Sicilia no pretendía simplemente armar ruido. Tal vez pretendía echar un manto de amnesia sobre el papel de los socialistas en aquel episodio. Porque la distancia que media entre lo que entonces ocurrió y lo que hoy cuenta (“un golpe de la derecha contra los socialistas”), es, aproximadamente, la misma que media entre quien escribía los editoriales de El País en 1981 y quien los escribe ahora. El mismo periódico, que entonces defendía los pilares de nuestra incipiente democracia frente a los más próximos (que es como verdaderamente se defienden los principios), parece que ahora le ha dado por jugar a la señora Simpson.