El regreso de la estrategia nuclear de la OTAN

Durante un tiempo nos convencimos de que la amenaza nuclear podría irse reduciendo progresivamente hasta hacerla testimonial, pero la guerra de Ucrania la ha vuelto a poner sobre el tapete

La larga sombra de la disuasión y coerción nuclear se proyecta sobre la cumbre de la OTAN en Madrid. La actual guerra en Ucrania es ante todo un conflicto nuclear (no guerra nuclear aún), por el que Rusia logra impedir tanto una intervención occidental directa, como limitar la cantidad de ayuda militar que se envía a Ucrania que impida una victoria militar ucraniana y una ulterior humillación de Rusia que la induzca a escalar nuclearmente.

El terror nuclear regresa a los debates estratégicos en la OTAN después de años creyendo que se podía vivir de espaldas a esa realidad. En el concepto estratégico del año 2010 se recalcó que la OTAN, aun siendo una alianza nuclear, se comprometía a seguir reduciendo el papel de las armas nucleares en la disuasión. El de 2010 fue también el año en el que se firmó el tratado New START entre EE.UU. y Rusia, para reducir ese arsenal a solo 1.550 ojivas nucleares estratégicas y 800 vectores de lanzamiento.

Por su parte, Reino Unido y Francia también fueron reduciendo significativamente su depósito estratégico. Eran años en los que en Occidente se creía que se podía deshacer la maldición de vivir bajo la espada de Damocles de la disuasión atómica.

Los tratados de reducción de armas nucleares estratégicas parecían reafirmar la percepción de que, sin la hostilidad de la guerra fría, el correcto camino a largo plazo consistía en un proceso de reducción paulatina, mutua y constante de los arsenales nucleares que culminara, después de varias décadas, en su virtual eliminación

Sin embargo, cuando Obama propuso en 2013 reducir a 1.000 ojivas los arsenales nucleares estratégicos, Rusia rechazó la proposición. En sus modelos de disuasión e intercambio nuclear, los rusos establecen que el límite para mantener la estabilidad estratégica ronda las 1.500 ojivas. Un año más tarde Rusia se anexionaría Crimea e invadiría el Donbás, todo bajo la cobertura de la disuasión de las armas nucleares que Putin se encargó de poner sobre la mesa para cohibir cualquier tipo de intervención occidental.

Rusia no solo podía esgrimir el arsenal estratégico regulado por el New START, sino que tenía como mínimo unas 1.800 armas nucleares no estratégicas. Eso contrastaba con la decisión del presidente Bush en 1991 de eliminar las armas nucleares no estratégicas terrestres. Esa decisión presidencial eliminó todas las armas nucleares «tácticas» de Corea y Europa desplegadas por las fuerzas armadas estadounidenses (dejando unas pocas bombas nucleares aéreas B-61 para países OTAN).

Mucho ha cambiado la disuasión nuclear de la OTAN desde los años en los que se adoptó la Represalia Masiva en la MC-48 en 1954; o cuando en 1957, en la cumbre de París, se aprobó el despliegue de misiles IRBM y se abriría la posibilidad del nuclear sharing (compartición nuclear) para los países aliados. Durante la guerra fría se temía que la superioridad militar numérica del bloque comunista liderado por la URSS arrollara a los ejércitos occidentales, por lo que las armas nucleares se consideraban una suerte de garantía de seguridad que equilibraba el balance militar.

La opción del nuclear sharing que se inició en 1957, permitiría a los países OTAN que lo solicitasen disponer de armas nucleares prestadas por los EE.UU.. Aquello sirvió al doble propósito de compensar la inferioridad convencional europea y evitar que esos países eligieran la proliferación para obtener disuasión. Actualmente solo quedan unas 150 bombas B-61 desplegadas en Alemania, Italia, Holanda, Bélgica y Turquía.

Junto al nuclear sharing, la disuasión nuclear extendida de EE.UU. ha sido el tema central de la estrategia nuclear de la OTAN. Esto fue tan central que cuando Washington planteó disminuir su importancia relativa, proponiendo la doctrina de la «respuesta flexible», provocó un escándalo en varios países europeos ya que evaluaron que los estadounidenses reducían su compromiso con la defensa europea, dejándolos más inseguros frente al Pacto de Varsovia.

Central nuclear. Imagen: Pixabay.

Francia llegó al punto de retirarse de la estructura militar de la alianza y reforzar su disuasión nuclear independiente. Dado que era la inferioridad militar europea occidental la que impulsó las garantías nucleares de la OTAN durante la guerra fría, con la disolución del Pacto de Varsovia y la URSS, las armas nucleares se contemplaron en Occidente como una rémora del pasado.

La decisión de Bush de 1991 y los tratados de reducción de armas nucleares estratégicas parecían reafirmar la percepción de que, sin la hostilidad de la guerra fría, el correcto camino a largo plazo consistía en un proceso de reducción paulatina, mutua y constante de los arsenales nucleares que culminara, después de varias décadas, en su virtual eliminación (salvo un puñado de ellas almacenadas en países clave).

Pero esa percepción era, desgraciadamente, subjetiva y parcial. En la posguerra fría, la inferioridad militar convencional de la OTAN se transformó en inferioridad militar de la Federación Rusa. La sensación de seguridad y de obsolescencia de las armas nucleares en los países europeos de la OTAN, no emanaba de un mundo real en el que las amenazas hubieran desaparecido sino de la preponderancia incontestable del poder unipolar del aliado estadounidense. La superioridad militar americana generó un sistema internacional de estabilidad hegemónica que protegió esa quimérica ilusión europea de una realidad soterrada mucho menos feliz.

La percepción rusa de la posguerra fría fue la contraria, la de un mundo más amenazante e inestable que el de la guerra fría. La reducción de capacidad militar no implicó el fin de las amenazas sino que estas se consideraran menos manejables. En ese contexto, la estrategia nuclear rusa siguió el camino inverso al occidental, ganando en importancia y protagonismo.

Queramos o no, estamos ante un conflicto nuclear

Rusia ahora optaría por el primer uso nuclear cuando considere apropiado. Si en la Doctrina Militar rusa de 2010 y 2014 hablaban de Disuasión Estratégica y de primer uso nuclear cuando el estado ruso estuviera bajo amenaza existencial, las palabras de Putin al invadir de Ucrania ampliaron por la vía de los hechos el uso nuclear, yendo más allá de contrarrestar amenazas existenciales para amenazar con ataques nucleares si la OTAN se implicaba demasiado en la guerra.

Además de la gran superioridad rusa en armas nucleares no estratégicas, Putin anunció en 2018 nuevas armas nucleares estratégicas, como el dron submarino kamikaze de ojiva nuclear «Poseidón», el misil hipersónico «Avangard» (ojiva nuclear) y el misil de crucero de propulsión nuclear «Burevestnik» (también ojiva nuclear), que no se contaban en el New START (una violación del espíritu del mismo).

Ensueño postnuclear

El ensueño postnuclear europeo occidental duró hasta 2021, cuando en Alemania se debatía seriamente si salirse del nuclear sharing y Holanda coqueteaba con adherirse el Tratado de Prohibición de Armas Nucleares (que la habría sacado del compartimiento nuclear e incluso de las garantías nucleares de la disuasión extendida). En 2022 eso ya suena más caduco que las esperanzadas palabras de paz de Chamberlain en 1938.

En la cumbre de Madrid resonará la debilidad convencional rusa, pero también su gran poderío nuclear para chantajear a la alianza en Ucrania y cualquier otro conflicto futuro. Las decisiones nucleares de la cumbre, tácticas y estratégicas, y las subsiguientes del Grupo de Planificación Nuclear (órgano de la OTAN para armas nucleares) serán la clave de bóveda de la seguridad europea las próximas décadas.

Este artículo pertenece al nuevo número de la revista mEDium 11: ‘La encrucijada de la defensa’, cuya versión impresa puede comprarse online a través de este enlace: https://libros.economiadigital.es/libros/libros-publicados/medium-11-la-encrucijada-de-la-defensa/