El rey que se ‘agarra’ a la Constitución y no la suelta

La monarquía española es homologable a la que han adoptado los Estados monárquicos que están a la cabeza de las listas de calidad democrática y bienestar social

José Antonio Zarzalejos ha escrito un espléndido libro sobre Felipe VI con el título Felipe VI. Un rey en la adversidad (2021). Un trabajo altamente recomendable –un punto de referencia que viene a llenar un vacío: no es un tópico- que se inicia con un Prólogo igualmente recomendable en donde se ofrecen argumentos que dan cuenta y razón de las virtudes de la Monarquía en sí.

Dicho Prólogo se acompaña de un subtítulo –El rey que se “agarra” a la Constitución- del cual me he apropiado para titular el presente artículo. Vale decir que el texto completo es el siguiente: “Cuando tengo una duda me agarro al cuello de la Constitución y no la suelto”. Frase que Pedro González-Trevijano –catedrático y magistrado del Tribunal Constitucional-atribuye a Felipe VI.

La legitimación de ejercicio de la Corona

En unos tiempos -hablo de España- en que una parte de la izquierda y los nacionalismos cuestionan a la Monarquía, no por el comportamiento poco ejemplar de Juan Carlos I, sino por el mero hecho de serlo –ya saben, democracia y Monarquía son incompatibles, dicen-, José Antonio Zarzalejos señala las fuentes de legitimación de ejercicio de la Corona.

Nuestro periodista y jurista advierte que la legitimidad monárquica reside en la dignidad y la ejemplaridad del monarca, en el papel y función que juega en el sistema democrático, y en su carácter integrador y apartidista. Esto es, la jefatura del Estado “configura un constructo de institucionalidad permanente” que ofrece “simbolismo y representación con la permanencia de los valores democráticos”. Función que cumple sin poderes –no forma parte del legislativo, ni del ejecutivo, ni del judicial- y con el apoyo del Estado para “amparar la convivencia en libertad bajo el imperio de la ley”.

Nada nuevo bajo el sol de la democracia si tenemos en cuenta –recuerda nuestro autor- que la opción monárquica española es homologable a la que han adoptado los Estados monárquicos que están a la cabeza de las listas de calidad democrática y bienestar social. Cosa que se verifica consultando los índices internacionales de The Economist, Freedom House, Rule of Law Index, The Gobal State of Democracy y Varieties of Democracy.

Concluye José Antonio Zarzalejos que “la monarquía parlamentaria es un instrumento, nunca un fin en sí mismo, para dotar de la mayor funcionalidad al Estado y para constituir un referente social que actúe como un denominador común. Esa es la tarea de Felipe VI”.

Monarquía y República

La legitimidad monárquica es dinástica y la legitimidad republicana es sufragista. A tipos de Estado diferentes, legitimidades distintas. ¿Acaso la legitimidad monárquica no es democrática?

Hoy, la legitimidad monárquica ya no descansa en la tradición del derecho divino, sino en una tradición secularizada hereditaria acorde con las revoluciones liberales. De ahí, surge la tradición de las monarquías constitucionales que superan el absolutismo monárquico y se incardinan de pleno en los regímenes democráticos. Y lo hacen –como se decía y constataba más arriba- exhibiendo una alta calidad democrática.

Al respecto, siguiendo los tipos ideales de monarquías existentes en Estados territoriales, caracterizados por Alfred Stepan, Juan J. Linz y Juli F. Minoves (Monarquías Democráticas Parlamentarias, 2016), la Institución Real – la expresión es de Ramón Pérez-Maura- transitaría de la monarquía gobernante a la monarquía constitucional y de ésta a una monarquía democrática parlamentaria que, por decirlo sintéticamente, sacando a colación a los politólogos citados, se “rige según la ley” y “reina, pero no gobierna”.

A base de trompicones

De la teoría a la práctica, el camino de la monarquía parlamentaria en España no es un camino de rosas. A las piedras en el camino dejadas por Juan Carlos I, hay que añadir –advierte José Antonio Zarzalejos- a quienes “pretenden tumbar” el sistema, a quienes “lo defienden con debilidad y desgana, con silencios y simulaciones”, a quienes “entienden el patriotismo como una imposición de criterios de parte”, a quienes “se abonan a lealtades interesadas” y “están en la actitud del sabotaje, del frentismo, de la confrontación sistemática y en la ideación destructiva”.

Volviendo al inicio de estas líneas, hay que recordar que Felipe VI es el rey que se agarra a la Constitución y no la suelta. Por ello, José Antonio Zarzalejos termina el Prólogo advirtiendo que “lo que el rey jamás hará es desistir de su legítima responsabilidad”. Prosigue: “si los que le hostigan piensan que podrá sucumbir por extenuación frente a su acoso, deberían abandonar, seguramente, la esperanza de alzarse con el trofeo de un reinado fallido. No lo será”.

William Armand Thomas Tristan Garel-Jones (parlamentario británico e hispanista): “Algunos países hemos tenido la suerte de llegar (a base de trompicones) al siglo XXI con monarquías constitucionales que ni dividen políticamente, ni son una `sombra´ que no se nota, sino que son un reflejo vivo de nuestra historia, de nuestro presente y nuestro futuro” (Monarquía: un debate fácil de ganar, 2012)