El silencio a voces de Errejón

Hay muchos tipos de silencio. El silencio como conspiración, miedo, prudencia, asentimiento, amenaza o venganza. El silencio de Errejón tiene mucho de prudencia pero también de amenaza a los pablistas, como Iglesias denomina a los suyos.

Estos días me preguntaba qué designa el término pablistas y he llegado a la conclusión de que designan más a los que obedecen a Iglesias, no tanto a los que creen en él. Esta conclusión viene dada por la forma en que Iglesias ha afrontado su crisis de liderazgo.

La forma de ejecutar a los hombres de Errejón ha implicado a éste a realizar una gestión del tiempo político desde el silencio, sin declaraciones. Nada desgasta más a un político que sus palabras cuando son recordadas y atizadas por los contrarios.

Errejón durante unos días ha construido un muro de silencio, un torreón de silencio desde donde avistar, a partir de la reacción de los otros, el grado de conflicto al que muy probablemente se verá expuesto.

Se trata de un silencio con rasgos de prudencia e incluso de la elegante templanza. Ahora bien, este silencio tiene también mucho de amenaza a Pablo Iglesias. No en balde su negativa a dar declaraciones acentúa la idea de que la crisis no se ha cerrado, que aún está viva.

Algunos pensarán que Errejón se está preparando para el asalto, otros que está pactado con Iglesias, algunos, pocos, que su silencio tiene mucho de retirada, y otros tantos que el miedo lo atenaza.

Yo considero que Errejón está cargando su silencio de razones para una negociación a puerta cerrada. La desaparición de la voz de Errejón recuerda a la desaparición silenciada de los altos dirigentes de la extinta Unión Soviética.

Para mí, el silencio de Errejón, desde el punto de vista estético, tiene algo, no sé cómo expresarlo, del jovencísimo Rimbaud huyendo a edén, entre otras cosas, del promiscuo y absorbente Paul Verlaine.

Es un silencio orientado hacia el sol abrasador para que destruya las sombras de intriga y pasiones desbocadas de Verlaine. Es un silencio que busca hacer desaparecer al otro, después de que Verlaine, léase Iglesias, disparase a la mano de Rimbaud, léase Errejón por amor. El disparo de Iglesias, por pasión política, y el silencio de Errejón, por agotamiento de tanta banal intriga.