El síndrome de Graham Green arraiga en Cataluña

Unas decenas de ayuntamientos catalanes –mayoritariamente de ERC y la CUP- abren sus puertas el 12 de Octubre. Más allá del postureo, el espectáculo, la estrechez intelectual, el antiespañolismo cavernícola de manual, el populismo rampante, el sectarismo y la imagen jactanciosa y totalitaria de un teniente de alcalde rompiendo la interlocutoria del juez ante las cámaras de televisión; más allá de todo eso, el evento permite constatar que en Cataluña está arraigando el síndrome de Graham Green. Me explico.

En Conociendo al general. Relato de un compromiso (1984), una suerte de reportaje en que el escritor británico reflexiona sobre el comportamiento del dictador panameño Omar Torrijos, Graham Greene toma nota de la fascinación que el llamado intelectual crítico siente ante la figura del dictador de izquierdas.

A partir de esta obra, el escritor y dramaturgo venezolano Ibsen Mártínez, habló del síndrome de Graham Greene. Esto es, del conjunto de síntomas característicos de una determinada patología, en este caso política e ideológica. Concreto: dicho síndrome explicaría la atracción y seducción que sobre las izquierdas ejerce el antiliberalismo, el anticapitalismo, el antiamericanismo USA y el dictador de izquierdas.

Una fascinación que todavía perdura ante personajes como, por ejemplo, Ernesto Guevara, Fidel Castro, Hugo Chávez, Daniel Ortega, el subcomandante Marcos o el Timochenko colombiano.   

En el caso que nos ocupa, la izquierda que abre las puertas de los ayuntamientos como protesta ante el 12 de Octubre, más allá de lo dicho al inicio de estas líneas –hay mucho de «proceso» en el postureo de nuestros corregidores y ediles: casualmente, todos son nacionalistas-, alude a la colonización española de América.

¿Que la colonización española –a pesar de Bartolomé de las Casas y del estatuto jurídico y los derechos concedidos a los indígenas- no fue un camino de rosas? Cierto. Como no lo fue el comportamiento de otros colonizadores entre los cuales podríamos destacar a Holanda, Gran Bretaña o Francia. A partir de este hecho, obviando que toda colonización tiene su contexto y sus aspectos positivos, cosas que deberían saber incluso los indigentes intelectuales; a partir de este hecho, decía, una parte del municipalismo nacionalista y antisistema tergiversa conceptos –»genocidio», por ejemplo- e incurre en una suerte de presentismo histórico, epistemológicamente inaceptable, que es incapaz de superar el parti pris, la distorsión analítica y el cliché.

¿El matiz? ¿La complejidad de lo real? ¿La comprehensión histórica? Todo eso no importa. Todo eso no interesa. Todo eso da igual. Se conforman –son ellos quienes citan al escritor uruguayo- con la lectura de Eduardo Galeano y Las venas abiertas de América Latina (1971). Libro de cabecera, por cierto, del caudillo Chávez.

En lugar del análisis, la Biblia y la Revelación. Esa summa antiliberal y anticapitalista –también, un peculiar libro de autoayuda izquierdista- escrita para demostrar lo que había que demostrar antes de empezar: que el capitalismo explotó, saqueó y despojó a América Latina. Sin más. Y, oigan ustedes  -lectura nada subliminal y sí explícita del mensaje lanzado por nuestros galeanos locales-, es el liberalismo y el capitalismo –añadan España, no se olviden- quienes siguen, hoy, explotándonos, saqueándonos y despojándonos a nosotros. Aquí y ahora. Ese es el mensaje de los «anti» que critican –tienen todo el derecho a hacerlo, por supuesto- el 12 de Octubre.     

En la II Bienal del Libro y Lectura de Brasilia (2014), Eduardo Galeano, símbolo de la izquierda intelectual latinoamericana y catalana, confesó públicamente que «no sería capaz de leer el libro de nuevo», porque «esa prosa de izquierda tradicional es pesadísima» y escribió el libro «sin conocer debidamente de economía y política».

Al respecto, el economista y jurista uruguayo Hernán Bonilla indicó que «con estas declaraciones Eduardo Galeano se suma a la lista de intelectuales latinoamericanos que luego de haber influido de forma nefasta en las ideas de millones de personas admiten, al menos parcialmente, sus errores».       
Y en Cataluña, ¿qué ocurre en Cataluña? No se enteran. Sordos como una tapia. Todo sigue igual. En Cataluña, arraiga el síndrome de Graham Green –ese disfrazarse de demócrata sin tacha y coquetear o comulgar con un totalitarismo practicado a conveniencia- de una izquierda prepotente y displicente, siempre dispuesta a aleccionar al personal, que se considera por encima del bien y del mal y sabe cuál es la línea correcta que seguir bajo pena de excomunión social, política e ideológica. A esa izquierda, en Brasil, la llaman la «izquierda festiva».

¿Fiesta? ¿Qué fiesta?

Licenciado en Filosofía y Letras. Ensayista, articulista, columnista, comentarista y crítico de libros
Miquel Porta Perales