El soberanismo en manos del Tea Party

De nuevo un representante de la Generalitat ha viajado a los Estados Unidos para volver a explicar el llamado proceso soberanista. Esta vez ha sido el consejero de Exteriores, Raül Romeva, quien ha cruzado el charco, con cargo al contribuyente, a ver si al otro lado se aclaran con tanto ir y venir de días históricos, neologismos y acrónimos, porque a este lado parece que ni los propios independentistas se aclaran, como recientemente reconocía Josep-Lluís Carod Rovira hablando en TV3 de la «empanada monumental» del proceso.

Y, una vez más, el encuentro más destacado que ha mantenido el representante de la Generalitat ha sido con el diputado Dana Rohrabacher, presidente del subcomité de Asuntos Europeos del Congreso, un personaje excéntrico, miembro del Tea Party, admirador declarado de Putin y conocido por su radicalismo ideológico y por su intransigencia en materia de inmigración, rayana en el racismo.

En España, y muy especialmente en Cataluña, un político como Rohrabacher sería con toda seguridad considerado un peligroso ultraderechista, cuando no directamente un fascista, y, en cualquier caso, una mala compañía política. Sin embargo, parece que para la Generalitat todo queda dispensado por el hecho de que Rohrabacher se mostrara en su día partidario del reconocimiento del derecho de Cataluña a la autodeterminación. Mención aparte merece el tratamiento que TV3 le dio a la noticia, destacando que «Romeva se reúne con congresistas de los Estados Unidos» y enfatizando la presencia en la reunión del presidente del subcomité europeo (Rohrabacher).

Total, en Cataluña nadie tiene por qué saber quién es el tal Rohrabacher, y, teniendo en cuenta que es prácticamente el único congresista que ha tenido a bien recibir a Romeva, tampoco es cuestión de ser meticuloso. Por supuesto, ni palabra de su militancia en el Tea Party, lo cual no deja de resultar sintomático toda vez que se trata de un movimiento bastante nombrado -aunque, en general, con escaso rigor- en los medios catalanes, donde hubo un tiempo en que se generalizó la referencia al Tea Party como grupo reaccionario para denostar al PP.

Desde luego, no cabe duda de que si un representante del Gobierno del PP se hubiera reunido con un congresista miembro del Tea Party, ese hubiera sido el aspecto más destacado por los mismos medios que ahora lo soslayan. Se da la circunstancia de que los nacionalistas vienen recurriendo a la comparación con el Tea Party no tanto para atizar al PP por conservador como para denunciar su supuesto jacobinismo.

Tan acostumbrados están a presentar como reaccionario y ultramontano cualquier planteamiento no ya centralista, sino simplemente favorable a la unidad de España, que no están dispuestos a renunciar a utilizar el espantajo del Tea Party, la quintaesencia del conservadurismo más rancio y antiprogresista, para apuntalar su firme prejuicio. Pero el caso es que si por algo se caracteriza el Tea Party -movimiento, en todo caso, muy heterogéneo- es por su oposición al centralismo de Washington y su defensa de las tradiciones populares locales y del poder de los estados frente a las leyes federales y el Gobierno de la Unión, cuyo poder juzgan excesivo y arbitrario.

El Tea Party es lo más parecido a los vandeanos legitimistas franceses, contrarrevolucionarios nostálgicos del Antiguo Régimen, o al foralismo tradicionalista decimonónico que en España tuvo especial predicamento en zonas como la Cataluña interior, el Maestrazgo y, sobre todo, el País Vasco, donde hoy predomina el nacionalismo. Así pues, no es de extrañar que el Tea Party concentre su apoyo en los estados del Sur, especialmente en los denominados estados de la Confederación, escindidos unilateralmente de la Unión durante la Guerra de Secesión (1861-1865). Es el caso de Texas, donde las concomitancias entre las asociaciones de base del Tea Party y los líderes del movimiento secesionista tejano son fluidas, sobre todo desde que Barack Obama llegó a la Casa Blanca.

De hecho, en el año 2009 el entonces Gobernador de Texas, el republicano Rick Perry, apoyado por el Tea Party, llegó a insinuar en relación con la posibilidad de que Texas se constituyera en un Estado independiente que «si Washington sigue menospreciando al pueblo estadounidense, quién sabe lo que puede pasar». También allí los populistas, autoerigidos en representantes exclusivos y abusivos de «la gente», tienden a confundir elementos estructurales de la vida política de una comunidad constituida en Estado sobre la base del acuerdo entre ciudadanos libres e iguales, con factores coyunturales como una determinada mayoría de gobierno.

Solo hay que cambiar Washington por Madrid, hoy Obama por Rajoy, y el cuadro deviene de lo más familiar. El secesionismo sigue siendo minoritario en Texas, aunque acontecimientos como el Brexit han espoleado a sus partidarios, que incluso hablan ya del «Texit», al igual que los partidarios de la separación de California hablan del «Calexit». Hay incluso quien lleva su defensa del derecho de «la gente» a decidir hasta sus últimas consecuencias y dice que «si los ciudadanos del Sur de California votan ‘independencia’ o volver a ser parte de México, entonces eso es lo que debería ser para el Sur de California».

Radicalidad democrática, lo llaman. ¿Adivinan quién lo dijo? Dana Rohrabacher, el mismo que defendió el derecho a decidir de Cataluña y la anexión de Crimea a Rusia, cuya reunión con Romeva es presentada por el Govern como un éxito diplomático. Cabe suponer que Rohrabacher, paladín del derecho de la gente a decidir a la carta, diría lo mismo de los ciudadanos de la provincia de Barcelona o de la de Tarragona. A lo mejor entonces alguno se acordaría de su militancia en el Tea Party.