El virus, las pulgas y el creciente malestar

La evolución de la epidemia, todavía más en negativo o incluso en positivo, no depende de las previsiones, como se ha evidenciado en más de media Europa

Que si seis meses, que si vale con ocho semanas, que si quedamos en doce. A la duración del estado de alarma parecen reducirse, tras el rifirrafe por la Comunidad de Madrid del que ya nadie parece acordarse, las diferencias entre el principal partido del Gobierno y el primero de la oposición.

Hay margen de acuerdo, claro, incluso no regateando por un punto intermedio como si de vendedores de zoco se tratara sino cediendo Pedro Sánchez. ¿Ocho semanas? Pues ocho, querido Pablo Casado, y luego ya veremos. Por una vez no va a perder los anillos.

Al contrario. Sánchez puede dar los Presupuestos por aprobados. Pero en términos políticos, no económicos, se verá atacado por haberlos presentado junto a Pablo Iglesias y aún más si, llegado el caso, ERC y el Pdecat exigen algo más que vagas promesas para dar su placet.

La cuestión es seguir en La Moncloa hasta el final de legislatura y, a pesar de la gravedad de la pandemia y el abismo económico, no parece que estén surgiendo o vayan a aparecer obstáculos insalvables más allá de los conocidos que ya sabe como orillar.

Sabido es que, en contrapeso a sus claras inclinaciones por quienes a la hora de verdad le procuran las imprescindibles mayorías, Sánchez juega la carta del centro y exhibe su capacidad para llegar a cuerdos con todos. Con todos menos con Vox.

Otra cosa es que sus manos tendidas no se traducen nunca en nada concreto. No hay manera. No con Ciudadanos, cuya proximidad no ha fructificado en nada más que una mejora de la imagen para ambos partidos.

Quien manda ahora es el virus

Tampoco con el PP, a pesar de que la pasada moción de censura escenificó un acercamiento de los populares al centro, adobado con la retirada por parte del Gobierno de la ley que facilita la renovación unilateral de la cúpula del Poder Judicial.

Una retirada no sabemos si táctica o estratégica. En aquel momento convenía al PSOE y a Casado no le venía nada mal. Luego, hasta que PSOE y Podemos se han puesto de acuerdo para aprobar los Presupuestos, convenía más estar a buenas con Iglesias. Así que donde dije digo digo diego y quién sabe si donde ahora digo diego luego diré digo de nuevo. ¡Y sin que se me trabe la lengua!

Por si acaso pues, y a fin de no tensar cuerdas ni dar más tirones de los imprescindibles, aceptar las ocho semanas de Casado significaría pasar de las palabras a los hechos en algo que, dada la gravedad de la situación, no reviste la menor importancia.

La evolución de la epidemia, todavía más en negativo o incluso en positivo, no depende de las previsiones, como se ha evidenciado en más de media Europa, sino del día a día de las cifras de contagiados e ingresados.

Si las medidas de los últimos días, y las que están por venir, son o no son suficientes para doblegar los índices, si deben prolongarse más o menos, no está en manos ni de los políticos ni siquiera de los virólogos y los estadísticos con sus modelos matemáticos. Quien manda ahora es el virus. Todo depende de si cede y se deja contener dentro de unos límites asumibles o no ceja.

Si en algo están, estamos, todos de acuerdo es en que hay que hacer lo posible para evitar un segundo encierro total. Y dentro de lo posible, dado que no contamos con material para las pruebas masivas, lo único que está en manos de las autoridades, y de todos, consiste en ir limitando la vida social sin llegar al extremo de otro confinamiento total.

Si en España prende la llama de las protestas, nadie sabrá si dirigirlas contra el Gobierno central o los autonómicos

¿Y las pulgas? Las pulgas del título son las que se quita Sánchez de encima en relación a la pandemia. Las medallas, y a qué precio para la economía y la sociedad, se las colgó imponiendo, si bien demasiado tarde, el primer confinamiento, de eficacia segura.

Luego, las pulgas de los rebrotes, incluso de la nueva ola que ya estamos padeciendo, para las autonomías y sus presidentes. Que jueguen a la ruleta y den palos de ciego, a ver si alguien acierta y otros le imitan. El Gobierno pinta un bonito marco general, se lava las manos, y que cada cual se apañe como pueda.

De este modo, las medallas siguen siendo para Sánchez y las pulgas de la mala gestión, o de la impotencia, para las administraciones autonómicas. Si de lo que se trata es de sobrevivir políticamente al desastre con los mínimos rasguños posibles, pues allá va y sálvese quien pueda.

Pero lo mínimo que debería de haberse organizado es una mesa permanente de información y coordinación entre todas las comunidades y el Gobierno central sobre las medidas y sus efectos. Lo contrario a quitarse las pulgas es compartir las penalidades en vez de abandonarlos a su suerte como a los náufragos.

¿Y el creciente malestar? En Francia se anuncian medidas más duras, por supuesto que impopulares. Italia está casi en llamas porqué la extrema derecha, mucho más fuerte que en España, aprovecha la indignación social para intentar sembrar el caos.

Tal vez, tal vez, en beneficiosa contrapartida a la dispersión de responsabilidades, si en España también prende la llama de las protestas, nadie sabrá si dirigirlas contra el Gobierno central o contra los autonómicos.