El virus y la arrogancia independentista

En tres meses de estado de alarma y en un mes de gestión descentralizada, el Govern no ha hecho nada. Un fracaso estrepitoso

En un artículo publicado hace unos meses en Economia Digital, con el título El virus y el nacionalismo, barajaba la hipótesis de que el nacionalismo fuera algo parecido a un virus intrigante y astuto que contaminara el individuo y el cuerpo social.

Un virus –un nacionalismo- que debilitara las defensas de la sociedad en beneficio propio. Es decir, que facilitara el fundamentalismo identitario, el síndrome de la nación elegida, el narcisismo, el chovinismo, el victimismo, la exclusión y el redentorismo.

A lo dicho, añadía el modus operandi del nacionalismo: deslealtad, incumplimiento de la legalidad, desafío, abuso de los sentimientos, técnicas de manipulación de la consciencia, control de los medios, prescripción de la verdad, neolengua que construye la realidad paralela, y fantasía, engaño e irresponsabilidad.  

Mantengo lo escrito y, a la vista de lo sucedido en Cataluña con la pandemia de la Covid-19, agrego lo siguiente: el nacionalismo catalán no solo transmite viralmente sus ideas al cuerpo social, sino que dificulta, por su manera de ser y estar, la lucha contra el coronavirus. La causa está en la arrogancia que le define y caracteriza. Vayamos por partes.  

La arrogancia vindicativa      

Del latín arrogare –esto es, muy orgulloso-, el alcance de la arrogancia hay que buscarlo en el psicoanálisis neofreudiano. Al respecto, Karen Horney –en el marco de sus estudios sobre la personalidad neurótica: Nuestros conflictos internos, La personalidad neurótica en nuestro tiempo o El proceso terapéutico– habla de la “imagen idealizada” y la “idea fija [la propia imagen] a la que idolatra” que “conlleva arrogancia”.

Concluye: “la imagen idealizada es un claro obstáculo al crecimiento [personal] porque niega los defectos o los condena”. En síntesis, la arrogancia es una compensación del ego, un sentimiento de suficiencia,  una sensación de superioridad.  Una arrogancia vindicativa y expansiva –dominante- que muestra su hostilidad al “padre” y se afirma y reafirma exaltando su identidad. En Cataluña, por ejemplo.

Un Govern incompetente e irresponsable   

Antología de tuits: “El gobierno español juega con las vidas de los catalanes… el auténtico virus es el Estado español… los muertos que estamos enterrando… de una inaceptable administración colonial… un Estado que pagamos con nuestros impuestos que trabaja incansablemente en contra de Cataluña… más miedo les da Cataluña que el virus…  ¿cuántos casos de Covid-19 ha resuelto ya su ejército… ¡Largaos!”

Por decirlo a la manera de Theodor Adorno: un “nacionalismo infectado” que crea una “opinión infectada” según la cual “lo propio es bueno y lo que es de otra manera, malo y de escaso valor” (Opinión, demencia y sociedad en Filosofía y superstición, 1975).

Los tuits independentistas –odio, frustración, supremacismo, electoralismo- son la representación plástica de la arrogancia vindicativa –también, del victimismo- del nacionalismo catalán y sus congregantes frente a la política española ante la Covid-19.

Con estos mimbres, no resulta extraño que el independentismo, una vez acabado el estado de alarma, amparándose en la descentralización recuperada, arropado por el ambiente vindicativo diseñado a la carta, vuelva a las andadas e insista en una de sus prácticas preferidas: jugar a ser Estado. El juego se salda con un desastre.    

En tres meses de estado de alarma y en un mes de gestión descentralizada,  el Govern no ha hecho nada. Un fracaso estrepitoso. La Generalitat ni ha detectado, ni ha rastreado, ni ha hecho el seguimiento de la epidemia. Causas: la arrogancia, la incompetencia y el electoralismo.

La arrogancia del nosotros solos -los mejores- que no acepta la política del Estado, que no colabora con el mismo, que rechaza la ayuda de la UME y siempre genera falsas expectativas. La incompetencia de quien es incapaz de elaborar un plan de contingencia -asistencia primaria, detección precoz de contagios, rastreadores de contagiados, coordinación e información- para hacer frente al rebrote. El electoralismo de quien no tiene el coraje de tomar decisiones por miedo al qué votará la feligresía independentista.

Confinar el nacionalismo

¿La reconstrucción de la Cataluña republicana postpandemia que publicita el independentismo? Fantasía y retórica electoralista. ¿Se imaginan ustedes una Cataluña independiente bajo el mando de JxCat, ERC y la CUP? ¿Para qué sirve una autonomía que toma decisiones –tardías, confusas, incongruentes y contradictorias cuando la situación raya la catástrofe? ¿Alguien se fía de quien ha fracturado las relaciones sociales y la economía y afirma que lo volverá a hacer? ¿En manos de quién estamos? 

Pero, Ellos nunca son culpables. Especialistas en la victimización, la culpa o responsabilidad siempre es del otro. A saber, el Estado, los expertos, el ciudadano. Nunca reconocen errores. Y qué bien vivía el independentismo bajo un estado de alarma que permitía –recuerden los tuits citados- imputar cualquier desacierto al Estado.

Al independentismo le convendría leer algunos de los trabajos de Karen Horney que recomienda la humildad como terapia para combatir la arrogancia. ¿Arrogante, yo?

Ahí está Joaquim Torra –Yo, el President- que no acata las resoluciones –aunque, finalmente rectifique: puro electoralismo- de la Justicia que anulan sus decretos, porque Él no obedece “decisiones burocráticas” que pongan  “en peligro la salud de las personas”. Y lo dice el representante por excelencia de un Govern literalmente presuntuoso e irresponsable que ha puesto en peligro la salud que dice defender.     

En Cataluña, la política sanitaria empieza con el confinamiento del nacionalismo. Mejor, en casa. Por eso, los alcaldes metropolitanos –la paciencia tiene su límite- cuestionan la política del Govern e intentan poner un poco de orden en una Cataluña –sin rumbo, ni liderazgo, ni seguridad jurídica- que genera tristeza y preocupación.