Cataluña: engaños y mentiras a la carta

Donald Trump es un buen modelo paralelo para analizar la fase final del colapso independentista en Cataluña

¿Por qué Donald Trump –contra toda evidencia- afirma que él ha sido el presidente que ha obtenido más votos electorales desde Ronald Reagan? ¿Por qué asegura –contra toda evidencia- que en su toma de posesión ha reunido a más gente que Barack Obama en la suya? ¿Por qué engaña Trump? ¿Por qué miente Trump?  

Cuando a Kellyanne Conway –gerente de campaña, estratega, encuestadora y asesora presidencial de Trump- se le pregunta por la “falsedad comprobable” de las declaraciones de Sean Spicer –el secretario de prensa de la Casa Blanca que declara lo antedicho con la anuencia Trump-, responde, sin inmutarse, que no hay que ser “demasiado dramático sobre eso” ya que se trata de “hechos alternativos”.

A lo que el periodista Chuck Todd (presentador de Meet the Press en NBC, que entrevista a la asesora de Trump) responde que “los hechos alternativos no son hechos, son falsedades”. Algo semejante ocurre con el proceso independentista en Cataluña.

Kellyanne Conway durante la polémica entrevista con Chuck Todd en Meet the press (NBC). CEDIDA/NBC NEWS

Kellyanne Conway durante la polémica entrevista con Chuck Todd en Meet the press (NBC). CEDIDA/NBC NEWS

Las primeras mentiras

En primer lugar, el nacionalismo catalán asegura –contra toda evidencia- que Cataluña puede ejercer un “derecho a decidir” inexistente siendo, además, sujeto de un derecho de autodeterminación que no le corresponde de acuerdo con las resoluciones y declaraciones de la ONU.

En segundo lugar, la mayoría de líderes del nacionalismo catalán sostiene hoy que, contrariamente a lo dicho unos meses antes, la declaración de independencia del 27 de Octubre de 2017 fue simbólica y que el referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017 no fue, ni siquiera, un referéndum.

El método Conway

Y, cuando se les pregunta sobre la “falsedad comprobable”, justifican el engaño o la mentira, a la manera de Conway: dicen que “todos sabían que no tenía recorrido real” y que “en política, muchas veces un argumento se infla. ¿Esto es engaño? Puede llegar a serlo”. Y lo dicen sin inmutarse, como la asesora de Trump.  

El caso es que, una vez aceptado el engaño y la mentira, insisten y persisten en el vicio de engañar. Ahí está el “proceso constituyente”, la “Constitución catalana”, el “hacer república”,  el  “despliegue de la república”, el “plan de gobierno de obediencia republicana” o el “espacio libre del exilio” de Bruselas con su presidente “legítimo”.

Entre Trump y el nacionalismo catalán existe una semejanza evidente: los dos comulgan con la teoría de los “hechos alternativos”

Curiosamente, existe un número importante de personas que, literalmente hablando, por decirlo coloquialmente, «tragan».  

Entre Trump y el nacionalismo catalán existe una semejanza evidente: los dos comulgan con la teoría de los “hechos alternativos” de Kellyanne Conway; los dos se merecen la sentencia de Chuck Todd según la cual  “los hechos alternativos no son hechos, son falsedades”. El uno y el otro tienen el engaño y la mentira como práctica.  

A la carta

Engaño y mentira a la carta. Y a gusto del productor y consumidor. Unos engañan y mienten y otros creen el engaño y la mentira. No hay engaño sin autoengaño. Y si los primeros –los productores- son unos irresponsables, los segundos –los consumidores- también lo son.

Unos adoctrinan y los otros –especial mención merece el fundamentalismo hiperventilado- se dejan adoctrinar. Una complicidad perfecta.   

La pregunta: ¿Por qué Trump y el nacionalismo catalán recurren a los “hechos alternativos” popularmente conocidos como engaños o mentiras? Porque, necesitan desinformar,  tergiversar, manipular y pervertir la realidad para movilizar emociones, sentimientos y personas –objetivo: atraer, captar y encuadrar- en beneficio de la supervivencia de la causa y las personas que la enarbolan.  

¿El futuro político del nacionalismo catalán –la república catalana es la vida eterna para el movimiento independentista- no está en peligro por sus engaños y mentiras?

¿Engaño? ¿Mentira? A los amigos del rigor conceptual que distinguen una cosa de la otra, les respondo con una célebre máxima filosófica: Fallendi cupiditas, voluntas fallendi. Esto es, “sin voluntad de engañar, no hay mentira”.

Lo escribe San Agustín en un opúsculo, de título De mendacio (Sobre la mentira, 395), en que el filósofo y teólogo concluye que nunca debe pronunciarse una mentira, porque ello implicaría perder la vida eterna. Dictamen que, hoy, convenientemente traducido, resulta aplicable a Trump y el nacionalismo catalán.

¿O es que la presidencia de Donald Trump –la Casa Blanca es la vida eterna para el personaje- no está en peligro por sus engaños y mentiras? ¿O es que el futuro político del nacionalismo catalán –la república catalana es la vida eterna para el movimiento independentista- no está en peligro por sus engaños y mentiras? Pese a todo, pecan. Quizá, porque cuentan con la indulgencia de sus respectivas feligresías.

Mentiras para proteger a creyentes  

La reflexión de San Agustín sobre el engaño y la mentira no pierde actualidad. Por eso es un clásico. Y es actual, porque sin ir más lejos, sirve para aproximarse al nacionalismo catalán.

Al respecto, conviene recordar una consideración de nuestro teólogo que viene como anillo al dedo para diagnosticar el modus operandi secesionista. En Contra mendacium (Contra la mentira, 420), San Agustín critica a los que pronuncian palabras falsas –esto es, engañan y mienten- en cuestiones de fe para proteger a los creyentes de cualquier desviación de la doctrina oficial de la Iglesia.

Veamos: ¿Fe? ¿Creyentes? ¿Desviación? ¿Protección? ¿Doctrina oficial? ¿Iglesia? ¿Palabras falsas? Todo eso, ¿les suena? ¿Acaso la doctrina nacionalista no es lo más parecido a una fe y una Iglesia con su infierno incluido?

“Camelistas”, diría Josep Pla

Para unos, la redención republicana que nunca llegará; para otros, la condena permanente –revisable- que implica vivir bajo la férula secesionista. Y, para todos, un paisaje devastado propiciado por un nacionalismo derrotado y engreído –“camelistas”, diría Josep Pla– cuya herencia no es otra que la fractura social y la socialización del suplicio y angustia.

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