Entrando en tiempos complejos

Tiempos de fragilidad. Los gobiernos, en general, se muestran desconcertados ante una crisis que está cambiando el paradigma de equilibrio internacional que se mantenía desde la caída de la Unión Soviética. Se avecinan años de fuerte inversión y gasto en defensa y autoabastecimiento energético

Los misiles rusos siguen cayendo de forma discriminada en Ucrania, aunque se desconoce con qué criterio. Nadie sabe si realmente Putin tiene alguno. Las crónicas periodísticas del conflicto cada día se parecen más a las del día anterior y poco a poco van perdiendo la prioridad que mantenían en prensa, radio o televisión al inicio de la agresión rusa. Incluso a un tema tan grave y que tanto afecta al futuro de nuestro mundo libre nos acabaremos habituando.

En contraste, avanza el peso relativo de las noticias sobre las protestas sociales que los efectos del conflicto están generando. En nuestro país, las primera huelgas y reivindicaciones son ampliamente secundadas. Muy lejos de como lo fueron las de las tristes manifestaciones de solidaridad de los primeros días con la presencia de, literalmente, cuatro gatos o algunos más cuando eran convocados bajo las pancartas vergonzosamente neutralistas del “no a la guerra”.

Estas protestas iniciales reclaman exigentes compensaciones para sus colectivos respectivos, todos ciertamente afectados por la disparada inflación de costes en los precios de la energía. Ya antes de la agresión rusa teníamos un grave problema que ahora va empeorando a consecuencia de la restricciones y sanciones al país agresor y de la paralización económica del granero ucraniano tras ser atacado.

Estos días conflictivos en el transporte y en los productores agrarios son solamente la avanzadilla de los que viviremos durante las próximas semanas y aún meses en estos y en otros sectores. En los sumarios de prensa coinciden cada día más las noticias, desgraciadamente repetitivas, de la guerra con las de la conflictividad sobrevenida, derivada de la inflación y del freno a la recuperación económica en la que estábamos todavía esperanzados el día que estalló el conflicto.

La opinión pública, ajena a lo que será sin duda un goteo infernal de disputas y reivindicaciones sociales, apoya mayoritariamente las exigencias al gobierno para que apruebe “soluciones y medidas inmediatas”. Así, el intento desesperado del presidente del gobierno de obtener financiación y acuerdos es despachado por tertulianos y periodistas como una “pérdida de tiempo”, ajenos a unas arcas públicas españolas especialmente vacías.

El gobierno -los gobiernos en general, podríamos decir sin temor a equivocarnos- se muestran desconcertados ante una crisis que está cambiando el paradigma de equilibrio internacional que se mantenía desde la caída de la Unión Soviética. Hoy, Europa, se encuentra perpleja y maniatada por la constatación de que había descuidado una política de defensa y seguridad sólida y autónoma de la norteamericana, y aún más una independencia energética que hubiera impedido el hoy fácil chantaje ruso a Europa.

La fragilidad europea se manifiesta crudamente al confirmarse que los próximos años van y han de ser ejercicios de fuerte gasto e inversión en defensa y en la obtención del auto abastecimiento energético. Se pondrá en ello una determinación política convencida e inaplazable si se quiere evitar otro episodio de descarada agresión en las puertas de la Unión Europea.

Con ello, las decisiones de política presupuestaria y fiscal de cara a la eventual neo recuperación deberán pasar a un segundo plano, mientras las medidas monetarias quedarán condicionadas por la estanflación o por algo que se le parecerá mucho.

“El BCE no podrá renunciar a una cierta normalización de las condiciones monetarias a través de reducir las compras de deuda y empezar a subir tipos, si no quiere que la inflación se desboque aún más, y a pesar del riesgo de acelerar la contracción”

Josep Soler Albertí

Entre las prioridades políticas evidenciadas con la crisis ucraniana y unas finanzas públicas exhaustas tras años de ser utilizadas para los “tratamientos” de las sucesivas crisis y de la pandemia, van a ser muy limitadas las posibilidades de poner en marcha decididas políticas de compensación de rentas como las que se piden en la calle y en los piquetes de los huelguistas.

La única institución europea que ha estado los últimos años firme, aunque pródiga, ha sido el BCE. Sin embargo, en esta ocasión no se salvará de la duda y de la ambigüedad. No podrá renunciar a una cierta normalización de las condiciones monetarias a través de reducir las compras de deuda y empezar a subir tipos, si no quiere que la inflación se desboque aún más, y a pesar del riesgo de acelerar la contracción.

“Un panorama totalmente nuevo”, exclamaba un político del colegio de comisarios europeos hace tan solo unos días. Efectivamente, iniciamos una nueva realidad geopolítica de vuelta a los bloques y a la tensión. En paralelo, una nueva economía de crisis que olvide de momento la recuperación de la pandemia, vuelva a situar en el centro de la política económica a la inflación y se defienda de la acumulación de efectos perniciosos provocados por la paradoja de verse obligados a tomar decisiones monetarias contractivas, justamente cuando deberíamos estar inyectando liquidez para un aterrizaje más suave del shock ruso. Quizás demasiadas novedades e innovaciones para un gobierno y seguro muy difícil de aceptar para una ciudadanía acostumbrada a ser salvada.

Este artículo pertenece al nuevo número de la revista mEDium 10: ‘Economía de Guerra’, cuya versión impresa puede comprarse online a través de este enlace: https://libros.economiadigital.es/libros/libros-publicados/medium-10-economia-de-guerra/