Entre el fuego y las brasas
La movilización independentista de esta Diada ha vuelto a ser una demostración de fuerza por tercer año consecutivo. ¿Han sido más, han sido menos que el año pasado? Es igual que hayan sido unos miles menos que en 2013. Es ya una tradición que las cifras de manifestantes se engorden o se adelgacen según sea la fuente favorable o contraria a los objetivos de la movilización.
Pero sacar a la calle a tanta gente otra vez demuestra que el movimiento soberanista no se deshincha ni aunque el icono nacionalista por excelencia, Jordi Pujol, haya caído del pedestal, ni aunque las encuestas indiquen que cada vez son menos quienes están dispuestos a llegar hasta el final.
A las urnas con garantías
¿Significa que la movilización independentista representa a la mayoría de los catalanes? Eso sólo lo podrán aclarar las urnas, a las que de una forma u otra habrá que recurrir. Con garantías, claro está. Con preguntas claras –dando a elegir entre independencia y reforma constitucional, no entre independencia y un status quo que pocos quieren mantener–. Con neutralidad institucional. Con debates abiertos. Con datos y cifras…
Otra cuestión es que no siempre las mayorías tienen razón. La historia ofrece muchos ejemplos de mayorías equivocadas. Recomiendo la obra de Ibsen Un enemigo del pueblo para quien idealice la voz del pueblo.
¿Una repetición?
¿Y si la mayoría opta por la independencia, la minoría deberá someterse sin más? Este es un tema peliagudo. Los independentistas dicen que de perder ahora una hipotética consulta no abandonarían sus objetivos y los volverían a plantear en el futuro. Los no independentistas, de ganar los partidarios de la independencia, ¿podrían reclamar una revisión de esta decisión en el futuro o serían considerados traidores, cipayos, quintacolumnistas y todo lo que se ha dicho ya de ellos aun antes de que se haya votado?
Jordi Solé Tura, en los años 80, cuando aún estaba en el PSUC, escribió que la izquierda no debería aceptar nunca la independencia de Cataluña si ésta se alcanzaba, porque iba en contra de sus principios y porque suponía una victoria de la derecha. Claro que, en aquellos años, a Solé le parecía inimaginable que socialistas y comunistas apoyaran la vía separatista.
Presión sobre Mas
La movilización de ayer, en la práctica, no iba, o al menos no principalmente, contra el gobierno central y su cerrazón a ofrecer vías de acuerdo. Iba sobre todo contra Artur Mas y su Govern, sospechosos de estar preparando una retirada más o menos ordenada si Mariano Rajoy impugna la convocatoria del 9 de noviembre ante el Tribunal Constitucional y éste, como es habitual, suspende la votación mientras no entra en el fondo del litigio.
Las lideresas de la Assemblea Nacional Catalana y de Ómnium Cultural lo dejaron bien claro en sus intervenciones: la movilización debe servir para presionar a Artur Mas para que el 9 de noviembre saque las urnas «a la calle» aunque ello suponga que el máximo representante del Estado en Cataluña viole la ley, y ello a pesar de que la mayoría de consejeros del Govern y de dirigentes de CDC estaban presentes en la protesta.
Y Mas se encuentra entre la espada y la pared. En los últimos meses se ha publicado –no he visto que se haya desmentido– que Mas y Rajoy pactaron el desacuerdo en su último encuentro. No tengo más remedio que convocar la consulta, habría planteado el primero, consciente de que las masas independentistas le arrollarán si se arruga a la primera. Y no puedo hacer otra cosa que impedirlo, le habría contestado el segundo, creyendo que tiene todas las que ganar y poco que perder con su intransigencia. En ese caso, no sacaré las urnas por imperativo legal, sería la conclusión del president.
Servicios secretos
Es probable que en esa reunión estuviera sobre la mesa, o en un discreto pero visible rincón, una carpeta con el resultado de las indagaciones del CNI, el servicio secreto, y de la UDEF, la policía especializada en fraudes y corruptelas, con datos que van más allá del «asunto familiar y personal» que afecta a la familia Pujol.
Hace un par de años, agentes del CNI se instalaron en un hotel de Barcelona y se dedicaron a llamar a capítulo a los empresarios que tienen relaciones de negocios con la Generalitat. Dicen que éstos cantaron de plano sobre el pago de comisiones y otras sevicias.
Si Mas se echa finalmente al monte y se suma a la vía insurreccional que patrocina Esquerra (desobediencia civil, huelga general, «primavera árabe» a la catalana…) se arriesga a que los aparatos del Estado desmantelen buena parte de la dirección de CDC, de aquéllos que desde los altos cargos que ocupan u ocuparon en la Generalitat u otras administraciones favorecieron (presuntamente) los negocios de los Pujol Ferrusola o participaron en ellos.
Pero si no saca las urnas, Esquerra seguirá apoyando la anunciada comisión de investigación parlamentaria sobre el asunto Pujol y se arriesga a un desenlace parecido. Deberá elegir entre el fuego y las brasas. Por una vía u otra, los ciudadanos sabremos un poco más de la intrahistoria de estos últimos años, aunque eso represente romper la vajilla.