Estado de permanente insatisfacción

Este país parece caminar gustoso hacia una terrible especialización: la del continuo descontento, la permanente insatisfacción. Cualquier momento parece bueno, no para disfrutarlo, sino para mostrar todo aquello que nos molesta. En las, en teoría, mejores ocasiones siempre ahí estamos nosotros lamentándonos más por lo que aún no tenemos que por lo que acabamos de conseguir.

Ayer podría haber sido un día espléndido para todos los catalanes. Por fin se inauguraba y se ponía en funcionamiento –no siempre sucede así- la Terminal 1 del aeropuerto de El Prat, una instalación magnífica que aumenta nuestra capacidad de interconexión con el mundo y genera importantes oportunidades de crecimiento para el país, una inversión considerable.

Podría haber sido un gran día, pero no. Entre la cara de palo del presidente Montilla en muchos momentos de la inauguración, las alucinantes llamadas al boicot por parte de algunos responsables políticos y la, por razones que no puedo entender, amargura mostrada ante el acto por algunos opinantes, lo que podría haber sido un motivo de celebración colectiva, de júbilo por tener ya una instalación tan largo tiempo deseada se convirtió en un lamento por la no resolución aún de la financiación autonómica y algún que otro agravio de los que siempre tenemos guardados en el cajón de nuestras insatisfacciones.

De hecho, hubo algunos programas y medios que dedicaron más tiempo a retratar ese estado de la nación que a analizar la arquitectura que se estaba poniendo en marcha. Así están las cosas, pero no puedo dejar de preguntarme si finalmente esa actitud nos ayuda o nos perjudica en nuestros objetivos, si esa manera de actuar no nos supone más un inconveniente que una oportunidad.

Hace ya tiempo que aprendí que un mal acuerdo es siempre mejor que un conflicto en toda regla y por eso no entiendo bien nuestra tendencia a estar continuamente como desairados.

Algún día de éstos, no sé cuando, que tampoco es cuestión de tomarse al pie de la letra el último compromiso de Zapatero, se pondrá fin al culebrón de la financiación autonómica. Puedo ya vaticinarles que aunque ese día, cuando contemos los billetes que nos van a llegar, veamos que tenemos mucho más de lo que teníamos, sólo encontraremos motivos para la mala uva y la desgracia; no valoraremos el aumento de recursos sino lo que creíamos que nos correspondía y que en pura justicia íbamos a alcanzar. Tendremos entonces más, pero seguiremos sintiéndonos tristes y agraviados. ¿Quieren apostar?