¿Estamos mejor o peor que hace un año?

Nada de lo provocado por el gobierno de Carles Puigdemont tiene secuela positiva, pero no sabemos aún las consecuencias de su caída

En el debate electoral televisado que enfrentó en 1980 a Ronald Reagan contra Jimmy Carter, el primero, que era el aspirante, mirando a la cámara, preguntó: ¿Está Estados Unidos igual, peor o mejor que hace cuatro años cuando empezó a gobernar Carter?

Los catalanes podríamos preguntarnos si hoy estamos mejor que hace un año cuando el entonces gobierno de Carles Puigdemont había anunciado la fecha del pleno para aprobar las llamadas leyes de desconexión y la fecha del falso referéndum.

Desde una perspectiva objetiva Cataluña hoy está peor que hace un año. Todos los hechos presuntamente delictivos y sin duda irresponsables ejecutados por el Gobierno Puigdemont-Junqueras-Gabriel en otoño de 2017 han dejado a Cataluña socialmente tensionada y económicamente debilitada.

Las consecuencias de todo ello se puede discutir si serán para el futuro de los catalanes malas o muy malas pero en ningún caso nada de lo provocado por el gobierno de Puigdemont tiene secuela positiva alguna.

Pero desde una perspectiva de futuro a corto plazo estamos mejor que hace un año. Hace 12 meses la desazón e incertidumbre se habían adueñado de la sociedad catalana que estaba a la espera de un cataclismo que no nos dejó al borde del abismo; nos lanzó al abismo.

Hoy estamos aparentemente mejor porque no estamos a la espera de plenos dramáticos, ni manifestaciones masivas, ni declaraciones imposibles, ni revoluciones promovidas por privilegiados usuarios de los túneles de Vallvidrera.

El otoño que se nos avecina no será plácido

Hoy vivimos en una versión propia del 155. Las instituciones, como el Parlament, suspendidas; los organismos a renovar como el CAC o el CCMA, aplazados sine die; las relaciones con otras administraciones bajo mínimos.

A corto plazo, estamos mejor porque cuando un gobierno es una suma de irresponsables fanatizados sin programa alguno basado en el bien común sino obsesionados en el conflicto e inspirados en las fake news del trumpismo, es muchísimo mejor tener un gobierno paralizado e incompetente que un gobierno hiperactivo que intente llevar a cabo su programa.

Aunque este verano no tenga el aire angustiante del anterior, el otoño que se nos avecina no será plácido. Puigdemont tensará la cuerda al máximo para finalizar su proyecto de partido único del arco indepe.

Tras absorber al Pdecat ahora le llega el turno a ERC que verá como Puigdemont desde la niebla y la pertinaz llovizna de Waterloo vampiriza a sus militantes uno a uno hasta dejar anémicos los cuadros republicanos que con tanto tesón construyeron Joan Puigcercós y luego Oriol Junqueras.

El plan de Puigdemont no es convocar a corto plazo otro referéndum. Su plan es abrir las puertas de la cárcel, pero para eso será preciso antes una crisis de gobierno, el pase a la Crida de diputados de ERC y un consejero de justicia leal a la sinrazón puigdemonista.

En realidad Puigdemont no necesita ni que Quim Torra vaya semanalmente hasta Bélgica a rendirle pleitesía, todo el mundo tiene claro que Puigdemont es el Conde-Duque de Olivares de Torra.

A Puigdemont no le interesan las finanzas de la Generalitat

A todo eso Pedro Sánchez, tras la votación del techo de gasto presupuestario en el Congreso, del pasado viernes, ya sabe, por si no lo había entendido del todo, que a Puigdemont la situación financiera de la Generalitat le da igual. En caso contrario, hubiera apoyado la propuesta de más gasto de Sánchez.

A Puigdemont, una vez Mariano Rajoy realojado en el Registro de la Propiedad, lo que le interesa no son las finanzas ni los servicios públicos que presta la Generalitat catalana.

Quiere reventar con el apoyo de Bildu y, si puede, de Podemos a Sánchez, porque para él, como en la laureada serie de Netflix Fauda (Caos), cuanta más «fauda» mejor.

Pasen un feliz verano.

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