Fuego amigo
«Nada puede ir bien en un sistema político en el que las palabras contradicen los hechos»
Napoleón Bonaparte
A estas alturas de la película, todos tenemos muy claro que el presidente del Gobierno del Estado, Mariano Rajoy, jurista y registrador de la propiedad, no conoce bien la Constitución Española que tanto le preocupa preservar.
Pero más allá de la anécdota lamentable que se produjo en Onda Cero durante la entrevista que mantuvo con Carlos Alsina (es evidente que el señor Rajoy no está habituado a conceder entrevistas), que podríamos considerar «fuego amigo» por el medio de comunicación en el que tuvo lugar. Nada partidario del independentismo (véase por ejemplo la línea informativa de La Razón, perteneciente al mismo grupo empresarial), me interesa profundizar en el tema de fondo de la nacionalidad de los ciudadanos de un Estado independizado.
En el supuesto hipotético de la secesión de Catalunya, que yo sigo considerando inviable hasta que me demuestren lo contrario, los independentistas reiteran que haría falta un proceso de negociación con el Estado español para fijar las condiciones de la ruptura. Ya me parece muy aventurado aceptar que el Estado se siente a negociar con el Gobierno de la Generalitat tras una declaración unilateral del Parlament de Catalunya, cuando hasta ahora se ha negado en redondo.
Pero lo que me parece increíble, desde la perspectiva jurídica, al margen del patinazo presidencial, es que se alegue la validez del artículo 11 de la Constitución de 1978 (redactado para prever cualquier situación de pérdida de nacionalidad menos la derivada de la segregación de una parte del territorio español) y que se ignore el resto del articulado que no prevé, en absoluto, la legalidad de una declaración de ese estilo.
Nos están haciendo trampas constantemente, unos y otros. El artículo 19 (libertad de residencia y de circulación de los españoles dentro del territorio del Estado), el artículo 2 (la «indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles»), el artículo 9 (la sumisión de los poderes públicos a la propia Constitución y al resto del ordenamiento jurídico), o los artículos 137 o 139 (organización territorial del Estado, prohibición de obstaculizar la libertad de circulación de personas y bienes por dentro del territorio español), por citar sólo algunos, implican obstáculos infranqueables para declarar la independencia de una parte del Estado.
La única manera de hacerlo sin romper la legalidad sería mediante una reforma de la carta magna pactada con los principales grandes partidos de ámbito estatal. No hay más. Así que no cabe alegar la garantía de un artículo de la Constitución para preservar determinados derechos (el de la nacionalidad española), cuando lo que se pretende, y así se ha reiterado por parte de los líderes soberanistas, es saltarse a la torera el texto constitucional y el Estatuto de Autonomía.
Tenemos un presidente del Gobierno que es incapaz de defender sus tesis con argumentos de peso, pero al otro lado contamos con un grupo de «fans de la independencia» que ahora se alegran de que esa Constitución de la que abominan (y a la que es evidente que le hace falta un buen repaso) garantice la españolidad de los catalanes que quieran conservarla. Ahora sí que no entiendo nada. Pero, ¿no se trataba de dejar de ser españoles? ¿No tendremos que elegir? ¿Quién nos lo garantiza? ¿Podemos abandonar de una vez la confusión para adentrarnos en la sensatez y la racionalidad?
Para acabar, un apunte «canónico». El arzobispo de Valencia, monseñor Cañizares, nos pide a los católicos rezar por la unidad de España. Lo siento, monseñor, soy creyente, pero con todos los respetos, prefiero rezar por otras cosas: por los cristianos perseguidos en Asia, por la justicia social, por los que han perdido sus casas o su trabajo, y sobre todo por el diálogo y por el sentido común de nuestros gobernantes. El Papa Francisco está luchando de manera denodada por cambiar las prioridades y las formas del discurso de la Iglesia católica sin abandonar la doctrina fundamental en los temas de fondo. No seré más papista que el Papa…