La pornocracia

Un Estado débil y fragmentado es el paraíso terrenal para estas elites extractivas

El sanchismo nunca aspiró a ser una ideología. Es, más bien, una manera de gobernar que persigue la concentración de poder para, así, asegurarse la impunidad. La mentira y el engaño siempre han sido los medios al servicio de su fin. Nunca les ha preocupado la hemeroteca. Tampoco ahora. Los “cambios de opinión” se justificaban con la invención de enemigos y la siembra de paranoia. La técnica resultó eficaz: sus votantes pronto renunciaron a la rendición de cuentas. La falta de cultura democrática y un muro de prejuicios mantenían la realidad en la sombra. Así, el gobierno del descaro y la desvergüenza institucionalizada campó a sus anchas por las instituciones. Todo lo prostituyó, desde TVE al CIS, pasando por el TC y la Fiscalía General.

Es el cinismo absoluto. No son errores ni simples contradicciones. Es una estrategia deliberada: negar lo evidente.  No es solo la mentira, es la exhibición impúdica de la misma. El régimen sanchista se ha convertido en una auténtica pornocracia. Lo indecente es evidente. La “operación de demolición moral” ha sido, así, la hoja de ruta de Pedro Sánchez desde las primarias socialistas hasta la actualidad. Controlaron el partido gracias a un pucherazo, asaltaron la Moncloa a base promesas caducadas y, a los 18 días, empezaron los primeros amaños de contratos. El poder no les corrompió, porque llegaron a él plenamente corrompidos.

Los informes de la UCO y los audios dibujan un PSOE convertido en pestilente cloaca. La “fontanera” Leire Díez tenía el encargo de ensuciar al adversario político y a los mandos de la Guardia Civil y, de este modo, proteger al Número Uno de las salpicaduras de su propio fango. Sin embargo, la misión era imposible. La ambición insana de Sánchez es lo que ha permitido la avaricia descontrolada de todo su entorno, de su familia, de su partido y de su gobierno. El destape era imparable. El presidente va desnudo. Su maquillaje ya nada esconde, solo resalta lo impúdico.

Sí, estamos ante una pornocracia plena. Mientras el gobierno presumía de feminismo y prometía leyes contra la explotación sexual, se repartían las prostitutas como parte del botín. El contraste entre el discurso y la realidad es obsceno. En toda esta espiral de escándalos, las “sobrinas” de José Luis Ábalos ostentan una notable superioridad moral frente a los ministros, los secretarios de organización y las “fontaneras”. Un pendrive entre las piernas de una actriz porno es el auténtico programa del socialismo español. 

Los informes de la UCO y los audios dibujan un PSOE convertido en pestilente cloaca. La “fontanera” Leire Díez tenía el encargo de ensuciar al adversario político y a los mandos de la Guardia Civil y, de este modo, proteger al Número Uno de las salpicaduras de su propio fango

El tono soez y chabacano de la banda del Peugeot es la forma a la ínfima altura del fondo, a saber, los contratos públicos amañados, las comisiones millonarias, la red de favores, el enchufismo. Se sentían impunes, porque, ante sus afiliados, nunca les penalizaron las mentiras. Se sentían impunes, porque su jefe compartía su misma falta de escrúpulos. Todo su ecosistema estaba podrido de arriba abajo. 

La corrupción del PSOE actual es la consecuencia lógica de la falta de ética del Puto Amo. Nunca hubo liderazgo moral, ni visión de España, ni bien común. No había valores compartidos. Su única ilusión era trincar. Todo era un pacto de supervivencia producto de intereses particulares. No había autoritas, solo potestas. No había ejemplaridad, solo reparto de cargos y prebendas. Era como tener amigos pagados o lealtades alquiladas. Y, claro, cuando se acaba el dinero, empiezan las puñaladas. 

Ahora todo ha estallado públicamente, pero persisten contumaces entre la mentira y la autocracia. Están más bunkerizados y son más peligrosos, aunque saben que sus socios no les dejarán caer. Estos no quieren fotografiarse con Sánchez, pero ya están más que retratados. Forman parte de la trama y, simplemente, exigirán su parte del botín. Un Estado débil y fragmentado es el paraíso terrenal para estas elites extractivas. La pornocracia no ha dicho su última palabra: durante los próximos meses el gobierno se enfrentará con todas sus fuerzas a la democracia. El ataque a la independencia judicial y a la libertad de prensa acaecerá, esta vez, sin disimulos.

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