Habrá elecciones y sin embargo…

Mariano Rajoy sabe que no debería ser presidente. Pedro Sánchez sabe que no será presidente. Albert Rivera sabe que quiere ser presidente. Pablo Iglesias sabe que necesita más tiempo para ser presidente. Y los españoles sabemos que vamos a nuevas elecciones.

Ningún candidato parece advertir la importancia de que ahora se está jugando su futuro para los próximos ocho años y que las papeletas electorales, cuando vuelvan a contarse, no les sorprenderán con mensajes de la fortuna en su interior, como ocurre en las galletas chinas, para alegrarles los resultados. Los votos volverán a mostrar el camino para que impulsen acuerdos de gobierno y no escenificaciones de integridad política que sólo conducen a un bloqueo infinito.

Las últimas encuestas, en El País y en El Mundo, dibujan un escenario parecido al actual. Pero esta calma tensa que proyectan las encuestas sigue dejando en el aire algunas incógnitas.

¿Logrará el PP convencer a la opinión pública de que la corrupción es un problema de carácter español y no de su partido político para que no les pase factura electoral? ¿Habrá sido suficiente el esfuerzo de Pedro Sánchez de intentar gobierno para que Podemos no supere electoralmente al PSOE? ¿Cómo será vista por los votantes de Ciudadanos más inclinados a la derecha la voluntad de diálogo de su partido con el PSOE?

¿Qué precio pondrá Izquierda Unida y los partidos de confluencia a Podemos para acometer las próximas elecciones? En el caso de que Podemos gane al PSOE, ¿podremos decir que ha muerto el bipartidismo o que ha nacido uno nuevo? Todos estos interrogantes se esconden bajo las encuestas, como la parte no visible de un iceberg contra el que pueden colisionar los partidos políticos españoles y algunos incluso hundirse por no haber actuado en su momento.

Hay que sumar que a Rajoy, desde hace meses, se le busca un recambio en su propio partido, a medio camino entre buscar candidatos en el PP, tipo Margallo, o fuera, tipo Guindos. Pedro Sánchez, que lo ha intentado todo, muy probablemente será sustituido después de las elecciones, por Susana Diez, tras mucha espera.

Rivera sabe que si pierde esta oportunidad tal vez ya no podrá nunca llegar a la presidencia del gobierno. Y Pablo Iglesias tendrá que asumir un mayor coste político de su formación, al incorporar a Izquierda Unida y renegociar con menos fuerza con los partidos de confluencia que cada vez tienen más autonomía. Todos estos aspectos se han debatido y expuesto públicamente y algunos han sido olvidados durante el largo proceso de negociación. Pero ahora vuelven con más fuerza señalando o un acuerdo o el desastre.  

Señalan unas nuevas elecciones que no juegan a favor de nadie. La cuestión que debemos preguntarnos es ¿cómo es posible que, con tantos elementos a favor para que no haya elecciones, sigamos caminando hacia ellas con paso firme? ¿Cómo es posible que sus protagonistas no acepten que unas nuevas elecciones pueden debilitar tanto al PP como PSOE, a Ciudadanos y a Podemos?

Las nuevas elecciones pueden ser el definitivo adiós al bipartidismo que tanto se intenta preservar. Un PP ganador pero más debilitado. Un PSOE perdedor, dejando su espacio a Podemos. Debemos preguntarnos cómo es posible que sabiendo que van a colisionar con el Icerberg de las nuevas elecciones no intenten cambiar de rumbo y, como el Titanic, se dirijan a toda máquina hacia el desastre.