Horas críticas para La Seda de Barcelona

La Seda de Barcelona ha sobrevivido a durísimas vicisitudes en sus casi cien años de historia. Ahora atraviesa problemas que pueden llevarla a un callejón sin salida.

Es de recordar que su fábrica de El Prat de Llobregat, a la sazón perteneciente a capitales germano-holandeses, se salvó de la quema durante la Guerra Civil española. El motivo no es otro que la Legión Cóndor alemana había pactado previsoramente con el Ejército franquista excluirla de su lista de posibles bombardeos.

Peor suerte corrió la planta que poseía en Blanes su competidora Safa, controlada por intereses franceses. Los aviones de la Luftwaffe la machacaron hasta los cimientos. Acabado el conflicto bélico, las instalaciones de La Seda estaban intactas y se pusieron a trabajar de inmediato. A su vez, las de Safa tardaron largo tiempo en reconstruirse.

En fechas mucho más recientes, La Seda también consiguió superar la repentina estampida de su dueño holandés Akzo. En 1991, tras perder un dineral, Akzo dejó a la empresa en la estacada y se largó con viento fresco. Para complicar más las cosas, hizo entrega de sus acciones a un abogado barcelonés para que con ellas reembolsara a los acreedores y repartiera el resto entre los accionistas de la casa.

Aquel rocambolesco episodio originó, entre otras secuelas, el inaudito espectáculo de una junta general en la que varios trabajadores de la sociedad propinaron a dicho letrado un desagradable zarandeo. Los fotógrafos estaban allí y las imágenes dieron la vuelta al ruedo ibérico.

Luego hubo que aplicar un vasto programa de reconversión. Las fibras que desde su origen venía fabricando La Seda, destinadas al sector textil, se fueron quedando sin clientes a medida que la crisis imperante derribaba, una tras otra, las llamadas “catedrales” de ese ramo. El negocio se orientó entonces hacia los envases plásticos y la empresa dejó de pertenecer al ámbito textil para inscribirse de lleno en el químico. No hay noticia de un proceso de transformación similar en nuestro país.

En estos momentos, la secular existencia de La Seda está otra vez amenazada. Tras un quinquenio de mando portugués, las pugnas intestinas entre sus acreedores y sus accionistas desembocaron el pasado verano en la solicitud de suspensión de pagos. Ello implica que la compañía ha perdido su independencia y habrá de estar y pasar por las resoluciones que adopte el juez mercantil.

En pleno proceso concursal, el grupo industrial lusitano Logoplaste presentó hace pocos días una oferta para adquirir el negocio de envases de La Seda, no sin subrayar que las restantes actividades del conglomerado le importan un comino.

Es ésta la tercera propuesta del mismo género que llega al juzgado. Hay otras dos anteriores, capitaneadas respectivamente por el fondo “buitre” Anchorage, de cuño norteamericano, primer acreedor de La Seda, y por el grupo portugués BA Vidrio, su principal socio. Anchorage se brinda a inyectar fondos frescos cuantiosos para el restablecimiento de la compañía y se compromete a mantener las fábricas y la nómina.

Por su parte, BA Vidrio se niega en redondo a aceptar los auxilios de Ancohorage. Pretende, lisa y llanamente, que el concurso de acreedores derive en proceso de liquidación. De paso, no oculta su propósito de hacerse con las plantas de envases de La Seda a precio de derribo.

Botín jugoso

Se trata de una actuación estupefaciente en los anales económicos hispanos. En efecto, no deja de ser sorprendente que el principal accionista y gestor de una compañía cotizada en bolsa, se empeñe en que eche el cierre, a fin de hacerse con sus activos más rentables.

Huelga añadir que las compañías aseguradoras, firmas inversoras, cajas de ahorro y ciudadanos privados que poseen buena parte del capital, han quedado relegados a un segundo plano. No tienen arte ni parte en el embrollo y asisten a las posibles componendas como convidados de piedra, situación por desgracia no infrecuente en este tipo de peripecias.

Lo que parece bastante claro es que La Seda todavía dispone de activos muy valiosos. El principal de ellos lo constituye su red de fábricas de envases dispersas por media Europa. De ellas sale cada año la friolera de 15.000 millones de unidades, que se destinan sobre todo al sector alimentario y confieren a La Seda un impresionante cupo de mercado del 40% en Europa, con clientes como Coca-Cola, Nestlé, Danone y Pepsi.

Este es el meollo del asunto y el origen de las disputas. BA Vidrio ya domina el mercado ibérico de envases. Y ahora acaricia la idea de hacerse también con la pujante cadena fabril de La Seda.

BA Vidrio entró en el consejo de administración de la firma catalana en 2010 y su capitoste Carlos Antonio Rocha Moreira asumió la presidencia. En 2013 despidió con cajas destempladas al vicepresidente José Luis Morlanes, a quien acusó de “fracasar” en el reflotamiento de la compañía. A la sazón, Moreira ya llevaba tres años en la cúpula de La Seda, pero no dudó en cargar toda la culpa a Morlanes. Ya se sabe que la victoria tiene mil padres…

El lustro de hegemonía portuguesa en La Seda deja un poso de amarga decepción, por decirlo suavemente. Cuando La Seda cayó bajo la férula de BA Vidrio, giraba 1.200 millones y escrituraba unos fondos propios de 300 millones. Hoy un tercio de sus ventas se ha volatilizado, su patrimonio arroja un abultado saldo negativo y, para rematar la faena, se ha declarado insolvente. Si el periodo de Morlanes fue un “fracaso”, tal como pregona Rocha Moreira, el cosechado por este último habría que calificarlo de devastador, pues tras cinco años de manejo de la compañía, ésta ha quedado herida de muerte.

El juez tiene ahora las cartas sobre la mesa. Será él quien con su sabio entender dé curso a una u otra oferta. Dos de los licitantes pretenden el desguace de La Seda y quedarse sus mejores bienes a precio de saldo. El tercero plantea la continuidad de la compañía. Entre tirios y troyanos, el futuro de La Seda está en el alero. Los casi mil trabajadores integrantes de la plantilla aguardan con impaciencia el veredicto.