La derecha y la piel de cordero

Sin vestir piel de cordero, Pablo Casado lo va a tener muy difícil, poco menos que imposible, para conducir el PP al gobierno

Tal vez va siendo hora de recordar que tras la era de Felipe González, que arrolló tras el golpe de Estado que mostró los colmillos de la derecha, José María Aznar no consiguió ganar a la primera. Incluso en plena decadencia felipista tuvo que emplearse a fondo para apear al viejo líder de La Moncloa.

A tal fin, combinó la estrategia de la demolición –corrupción, Roldán, señor X…– con el revestimiento de piel de cordero sobre su propia querencia hacia un implacable ordeno y mando y asimismo cubriendo su ideología poco menos que ultraconservadora.

A Aznar no le dolieron prendas, a la hora de buscar imprescindibles apoyos pujolistas, para declarar que hablaba catalán en la intimidad cuando no lo entendía ni en público. Y no estaría de más recordar que durante la primera legislatura no se desvistió ni un momento de su apacible revestimenta, lo que le llevó a la victoria por mayoría absoluta. La piel de cordero fue mano de santo.

Tampoco estaría de más reportar que, ya lanzado por la su senda y sin disimular en lo más mínimo sus maneras, acabó estrellando a su partido tras el fantasmagórico eje USA-UK-Spain y la quijotesca participación en la cruzada contra Sadam Husein.

Aún así y dejando aparte la política exterior, Aznar resucitó y adaptó a los tiempos lo que podríamos llamar la España recia, de modo que dejó un surco profundo en el devenir de España, que luego ha procurado acompañar de modo más o menos rectilíneo desde la fundación FAES.

Por ello, porque el surco no sugiere nada apacible, su sucesor designado, Mariano Rajoy, no llegó al poder sin antes sufrir dos derrotas consecutivas.

Y tengan por seguro que no habría ganado a la tercera de no ser por dos factores combinados: la pésima gestión de la crisis que hundió a José Luis Rodríguez Zapatero, y el mismo talante adaptable y moldeable que le valió la designación, pero orientado de nuevo, necesidad aprieta, a un perfil bajo, más de bonachón que de lobo feroz.

La herencia de Rajoy es una España más dividida y desorientada

Rajoy ni fu ni fa pasó sin dejar mucho rastro, dominando el partido desde un punto de vista de la disciplina interna pero incapaz de conferirle una orientación. Ni confirmó la de Aznar ni tuvo la menor idea sobre si convenía o no situar al PP como un partido de centroderecha a la europea, moderado, reformista, y con una ética mínimamente creíble.

La herencia de Rajoy es una España más dividida y desorientada, con una sociedad más distanciada de la política y unos líderes que, tal como él les enseñó, se preocupan mucho más por su supervivencia que por la obra de gobierno.

Don Mariano ni siquiera había previsto o considerado que todos podrían ponerse de acuerdo en echarle, pero le echaron. Lo que sienta un precedente que puede convertirse en obstáculo insalvable para las aspiraciones de Pablo Casado.

Ahora que llevamos un tiempo en compañía del nuevo jefe, ya puede decirse que adolece de personalidad política. Desprovisto de compás y carta de navegar, lo suyo es dar tientos, cuando no tumbos. El rumbo zigzagueante se lo marcan las circunstancias cuando lo mínimo exigible, no digamos a un líder pero sí por lo menos de un dirigente capaz, consiste en fijar una posición y marcar un rumbo.

Se diría que, ante la abrumadora mayoría que solamente está de acuerdo en que el PP no vuelva al poder, y sin saber cómo encajar el acoso de Vox, Casado confía en una suerte de milagro con los peces pero esta vez con las papeletas.

La salida de la pandemia va a comportar un sufrimiento mucho mayor que el ocasionado por la última crisis. Eso, en política, favorece la inestabilidad y confiere grandes oportunidades a la oposición, pero Casado no está en condiciones de aprovecharlas porque no parece capaz de levantar la vista del día a día y señalar horizonte alguno.

El invento de la piel de cordero es de Aznar, ténganlo presente los remilgosos

Las esperanzas son gratuitas, como los deseos, pero no bastan ni la fe ni las aspiraciones si no se combinan con una hoja de ruta firme y plausible. El PP cuenta con 80 diputados. Vox con 52. Ciudadanos con 10. Faltan 35 para gobernar. ¿De dónde podrían salir en un futuro?

Pues ni que se redujeran a 20 o siquiera a 10, y aunque el resto no estuviera de acuerdo en otra cosa, seguro que sumarían sus votos para que Vox no alcanzara el poder, lo que mantendría al PP en ayunas y, algo peor, sobre ascuas.

De lo cual, y de la escasa significación de las oscilaciones de los sondeos, se deduce que sin vestir piel de cordero Casado lo va a tener muy difícil, poco menos que imposible, para conducir el PP al gobierno.

Sería quimera aspirar a alguien con personalidad, capacidad y perfil aproximado a Emmanuel Macron o a Angela Merkel, que visten de lo que son pragmáticos centristas capaces de ponerse de acuerdo con la izquierda en cuanto convenga. Al PP no le queda otro remedio que la piel de cordero.

Cordero que, por un lado, reniegue del lobo feroz y deje claro a su electorado que si no abandona la manada de Vox para volver al redil del PP, las izquierdas y los frankostines van a seguir mandando.

Y por otro, piel de cordero para que otros partidos, por lo menos vascos y de conveniencia catalanes, no huyan del PP como alma que lleva el diablo. El invento de la piel de cordero es de Aznar, ténganlo presente los remilgosos.