La falsa unidad independentista

El espejismo de unidad del "poble" que vende el independendentismo se ve rota por una realidad de ataques y tensiones frecuentes entre socios

Desde el primer paso del movimiento independentista la supuesta unión de fuerzas ha sido una ficción política en la que se ha sustentado un único mensaje. El motivo tenía relación con un argumento falaz pero que tuvo y tiene una gran penetración entre el colectivo separatista: “el procés” no nace de una formación política, sino del tan repetitivo “poble”. El pueblo. Denominación que significaba “poble català” dejando de un lado al resto de la ciudadanía catalana.

Cuando todo esto pase, la apropiación del sentido comunitario de pueblo en su conjunto por el movimiento precisará de un trabajo sociológico profundo porque fue repetitivo en los inicios del siglo XX y se ha mantenido como una característica del relato hasta nuestros días. Pero no viene al caso. La cuestión ahora es profundizar sobre el engaño que existe detrás del sentido de unidad independentista.

Las elecciones en que el movimiento se presentó con unas mismas siglas, Junts pel Sí, fue el año en que la necesidad de unidad forzó a los partidos a dejar los primeros puestos de las listas a los líderes de las organizaciones independentistas. Artur Mas (CDC) y Oriol Junqueras (ERC) se situaron en los puestos cuatro y cinco para permitir que Raül Romeva, Carme Forcadell (ANC) y Muriel Casals (Òmnium) fueran en las primeras posiciones. Ese momento fue el de máxima exposición unitaria, aunque, como ocurre ahora, fuera falsa.

Aquello les interesó para evidenciar que las formaciones políticas iban detrás de la fuerza del “poble”. Y les funcionó, pero no todo lo que esperaban. Y así, los partidos que eliminaron sus siglas de aquella campaña las recuperaron superada aquella legislatura.

Pasado el tiempo es normal que el Govern actual de muestras de una descarada desunión. Y esta divergencia en las opiniones no tiene nada que ver con la parte ideológica que, por otro lado, sería lo normal ya que son una formación de izquierdas y otro disimuladamente de derechas las que soportan al gobierno de la Generalitat.

Luchas entre perfiles de distintas siglas

El motivo conecta con la dicotomía de moda: ¿sanidad o economía? Y en Catalunya ese choque de trenes está representado en las posturas de dos consellers. Alba Vergés y Ramon Tremosa. Sanidad y Empresa.

La primera mantiene, con cierta vehemencia, la necesidad de que la restauración se mantenga cerrada en Cataluña a cal y canto. El segundo, hombre que opta, todavía no de forma pública, a ser el candidato de JxCat para las próximas elecciones, prefiere que bares y restaurantes vuelvan lo antes posible a la normalidad, aunque sea progresiva.

Uno y otro se posicionan dentro de sus partidos y también del gobierno catalán con la mirada vista en las próximas elecciones. Y en ese planteamiento están acompañados de sus formaciones.

La cuestión es si sus partidos, y ellos mismos, tendrían la misma postura si sus carteras de responsabilidad fueran las del otro. Si Vergés fuera la consejera de Empresa (tampoco llegó al departamento de Salut como una especialista en cuestiones sanitarias, aunque trabajara en el Consorcio Sociosanitario de Igualada en temas de contabilidad) y Tremosa el de sanidad. ¿Los argumentos cambiarían? Absolutamente.

Eso nos conduce al tuétano de la cuestión: hasta qué forma la posición de un partido ante una cuestión concreta en el independentismo “procesista” no está sustentado en lo que interese en ese momento y no por un ideario.

En este momento, la principal desunión entre las familias del independentismo, sobre todo del que toca poder, está referida a los sectores profesionales que cada partido controla desde las diferentes áreas de las consejerías y no a un ideal político. Ni a un programa electoral.

En consecuencia, es una fotografía cada vez más marcada por la falsedad del contenido. Ni existió nunca un único “poble”, ni una persecución exclusiva de la pretendida consulta, ni una propuesta electoral unitaria, ni un movimiento social que no fuera absolutamente político, ni una coordinación transversal de la Generalitat para hacer frente a la pandemia. Aquí cada uno de los protagonistas reman para el extremo que le interesa. Eso sí, con una única sonrisa engañosa.

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