La increíble capacidad de dilapidar talento

 

La relación maestro-aprendiz ha estado detrás de las mecánicas empresariales desde tiempos inmemoriales siendo el paradigma de difusión de conocimiento hasta hace bien poco.

En una economía equilibrada los trabajadores de diferentes edades se solapan de forma tanto competitiva como complementaria. En las empresas de éxito los jóvenes se nutren directamente de los que llevan más tiempo trabajando y también a través del learning-by-doing. Una jerarquía sana convierte a los más veteranos en maestros, pero al mismo tiempo los jóvenes con aspiraciones saben que la misma estructura les permitirá, si sus méritos lo avalan, tomar las riendas de la empresa en un futuro no demasiado lejano.

Al mismo tiempo el capital acumulado por los años de trabajo se puede combinar con la emergencia de las ideas jóvenes para crear nuevas iniciativas empresariales que generen valor.

En el sector público sucesivas convocatorias de plazas en el cuerpo de funcionarios permiten compensar las jubilaciones incorporando a recién licenciados, que son expertos en nuevas tecnologías y ávidos de utilizar novedades metodológicas en el desarrollo de sus cargos. Los nuevos conviven con los funcionarios con años de servicio que conocen a dedo los entresijos del funcionamiento de lo público, generando dinámicas positivas de aprendizaje

La clase política, de raíz profundamente meritocrática, es reflejo del respeto a la experiencia y el radical aprovechamiento del talento en todas sus dimensiones. Además, la universidad, como pilar del I D i nacional recibe el reconocimiento unánime y la financiación adecuada por parte de la administración. En justa contraprestación sus cercas se convierten en osmóticas para permitir un intercambio constante y enriquecedor con el resto de la sociedad. Además aprovecha al máximo el interés investigador de sus estudiantes permitiendo su promoción transparente y basada en el mérito hasta su eventual incorporación al cuerpo de profesores.

Este escenario de ficción se sitúa desafortunadamente muy lejos de la realidad en nuestro país. La asimetría generacional se ha visto agravada por la crisis económica, pero los problemas estructurales hubiesen sido manifiestos aun sin crisis. La dualidad del mercado de trabajo está dilapidando todas las posibilidades que ofrece el esquema maestro-aprendiz. Por una parte la convivencia laboral entre generaciones se ha limitado, y cuando esta se da, la estructura jerárquica levanta barreras inexcusables que no permiten a los más jóvenes aspirar a ningún tipo de promoción.

Es la generación de los que tienen ahora entre 45 y 65 años la que ha levantado esas barreras. Se han beneficiado de unas cotas de bienestar que posiblemente no se puedan volver a repetir, bienestar conseguido con los cimientos de la burbuja inmobiliaria. Así pues, se dedican a mantener su estatus aun a costa de sus propios hijos, disfrazándolo con un régimen benevolente de prestaciones familiares.

¿Que dinamismo esperamos de una clase política que no aprovecha el talento? ¿y de un sector público que a penas incorporará nueva savia en los próximos años? Puesto que es un mecanismo perverso que se retroalimenta, sólo podemos prever más dualidad.

¿Tendremos una generación con síndrome de príncipe Carlos, que no podrá reinar hasta los 80 años? Corremos el riesgo de que los jóvenes de ahora sean demasiado pobres o estén muy cabreados cuando toque pagar las pensiones de los que ahora mandan.