La desestructurada familia de RTVE
Las nuevas apuestas del presidente, José Pablo López, ponen en peligro las señas de identidad que siempre fueron motivo de orgullo: calidad, prestigio y servicio público; información y entretenimiento digno
Una televisión pública no tiene razón de existir si su objetivo es copiar lo peor de las cadenas privadas. Y cuando decimos lo peor, nos referimos a lo que siempre se ha considerado “televisión basura”, más allá de cualquier otra consideración.
La Familia de la tele, con su desfile de carrozas, cabezudos y colaboradores reciclados del universo Sálvame (Belén Esteban, María Patiño y compañía), no es más que un intento desesperado de rascar audiencia a base de chismorreo y espectáculo zafio.
Lo malo es que se hace con dinero público y con el silencio de los sindicatos y los trabajadores, esos que tan estupendos se ponían los “viernes de negro” por mucho menos.
Aquellos días de pancartas y protestas por la independencia y el prestigio de la cadena han pasado a mejor vida. Ahora, con el deterioro de la marca RTVE en caída libre, los sindicatos mayoritarios guardan un mutismo cómplice.
Tampoco los comités de informativos ni las direcciones de control de calidad y contenidos, tan celosos con el lenguaje de género y las expresiones machistas en los informativos, parecen preocuparse por el desprestigio que el chuminero ha traído a la cadena.
Todos están ahora callados, asumiendo el desánimo y la desconexión con una audiencia que ya no reconoce a TVE como referente siquiera de buen gusto.
El estreno ha sido un fracaso. Apenas ha tenido un 10,1 % de share, con tramos hundidos en un 7,4 %, superado por programas de la competencia que no necesitan dinero público para sobrevivir. La Familia de la tele no es solo un programa fallido, es el símbolo de una TVE que ha perdido el norte.
José Pablo López, un presidente puesto a dedo por el Gobierno, responde perfectamente a lo que se le pide desde La Moncloa: subir las audiencias y hacerlo con contratos millonarios a las productoras amigas. Dos pájaros de un tiro, pensaban, cuando en realidad lo que han conseguido es convertir TVE en un reality de tercera.
López, con su historial de contratos millonarios a productoras afines, parece haber convertido RTVE en un coto privado de favores. La Fábrica de la Tele, ahora mutada en La Osa Productores Audiovisuales, se ha hecho con un jugoso contrato para producir este despropósito.
Porque esto no es servicio público, es un mercadeo de recursos pagados por los contribuyentes, que ven cómo sus 1.300 millones anuales de presupuesto se diluyen en programas que no aportan nada más allá de ruido y titulares baratos.
Y lo más sangrante: todo esto sucede sin un ápice de control, con un presidente que actúa como si RTVE fuera su cortijo personal, saltándose los principios de calidad, pluralidad y rigor que siempre se le exigieron a la cadena pública.
Hubo un tiempo en que los trabajadores de RTVE nos enorgullecíamos de pertenecer a esa empresa. Ahora, el comentario generalizado de quienes hemos tenido que dejarla por razón de edad es: “Menos mal que ya no estoy ahí”.
Pero pienso en los muchos amigos y compañeros que siguen y que esperan terminar su carrera profesional en la radiotelevisión pública.
El desánimo y la impotencia los domina, porque son conscientes de que una parte importante de la plantilla no tiene ningún interés en rebelarse contra la situación; es más, son quienes, desde su posición de poder, hacen todo lo posible por silenciar cualquier voz crítica que discrepe con la dirección.
Las nuevas apuestas del presidente, José Pablo López, ponen en peligro las señas de identidad que siempre fueron motivo de orgullo: calidad, prestigio y servicio público; información y entretenimiento digno.
«El problema es que parece que alguien se ha dedicado a inutilizar los sistemas de alarma y antiincendios de RTVE para que no molesten al personal, que sigue bailando el chuminero como si no pasara nada»
Dilapidar la herencia de tantos años a cambio de audiencias más que dudosas es poner en riesgo el futuro laboral de los trabajadores del ente. Parece mentira que los sindicatos no sean conscientes de la miopía empresarial que supone poner la radiotelevisión pública al servicio cortoplacista de un Gobierno sin escrúpulos.
Dedicar recursos millonarios a un formato que incluso la televisión privada que lo emitía descartó por su baja calidad tenía que haber encendido todas las luces rojas de avería.
El problema es que parece que alguien se ha dedicado a inutilizar los sistemas de alarma y antiincendios de RTVE para que no molesten al personal, que sigue bailando el chuminero como si no pasara nada.