El retorno del ‘homo clausus’ y del pensamiento débil  

El homo clausus y el pensamiento débil acaban desconfiando o relativizando los valores de Occidente

A caballo de los 80 y 90 del siglo pasado, surgió el denominado homo clausus caracterizado por el aislamiento, la incredulidad, la desconfianza, el recelo y el pesimismo. Un homo clausus que habría apostado por el entonces denominado pensamiento débil.

Un pensamiento que ponía en cuestión, o entre paréntesis, todo proyecto de transformación radical de la realidad. Incluso, se cuestionaba la idea de progreso -heredada de la Ilustración- que era la palanca fundamental de Occidente. Vale decir que se cuestionaban también otras ideas como, por ejemplo, la técnica y los discursos emancipadores.   

Hoy, 35 años después, se perciben, de nuevo, los aires del pensamiento débil.  

Ni progreso, ni técnica, ni discursos emancipadores, ni utopía 

¿Qué ha sido del progreso? Se ha metamorfoseado en su contrario brindando desocupación, destrucción del medio ambiente, guerras, nuevas y variadas miserias y un largo etcétera. ¿Qué ha sido de la técnica? Ha propiciado la aparición de nuevas y sutiles formas de dominación y control.

¿Los discursos emancipadores? Son los parientes lejanos, o próximos, del totalitarismo. Por no hablar de una utopía –familia de los discursos emancipadores- que ha demostrado ser la expresión más acabada del totalitarismo. Ejemplos, sobran.  

Cuando la realidad nos supera 

El homo clausus y el pensamiento débil acaban desconfiando o relativizando los valores de Occidente. O lo que es lo mismo, resignándose frente a una realidad que le supera. Dicho lo cual, conviene añadir que el escepticismo, propio del pensamiento débil, tiene su vertiente terapéutica al devenir una suerte de vacuna contra los excesos generados por lo que podríamos denominar el pensamiento fuerte que promete arreglarlo todo.  

En cualquier caso, cuando la realidad nos supera, el hombre –una manifestación de darwinismo– es capaz de estimular o engendrar el individualismo o el corporativismo como modo y manera vivir. Un par de fenómenos que aparecen aquí y allá en beneficio de la supervivencia.  

Salgan a la calle y observen  

Si eso hacen, comprobarán que el hombre busca y defiende sus intereses, que se asocia o no con sus conciudadanos según convenga y no como advierte la consciencia, que los planes perfectos para construir mundos perfectos han sido donados al museo de curiosidades históricas, sociológicas o ideológicas, que la ambigüedad y el oportunismo suele ser la regla y no la excepción.  

Foto: Freepik.
Foto: Freepik.

Repasen el comportamiento ciudadano –también el de las instituciones de índole diversa- y verán que el pensamiento débil –en el sentido reseñado antes- se va implantando. Ahí está el sindicalismo llamado de  clase cada día más corporativo que quiere hacernos creer que sus intereses generales son particulares. Ahí está la ambigüedad calculada –o no tan calculada como parece- de los políticos y la política.

¿Cabe recordar la fiebre del oro? ¿Cabe recordar el carácter tibio –débil- de muchos de los proyectos que se plantean? ¿Cabe recordar el cambio de la macrosolidaridad por la microsolidaridad? ¿Cabe recordar el egoísmo y/o individualismo emergentes?  

No todo es malo, ni mucho menos 

No todo está perdido. ¿Por qué no apreciar en el individualismo una forma no hipócrita ni ideológica de altruismo al considerar el Otro como un igual diferente? ¿Por qué no ver en el corporativismo de nuestros días un modo y manera democráticos de defender los intereses propios?

¿Por qué no percibir en el pragmatismo un método de alejamiento de las fantasías? Todavía más: ¿por qué no descubrir en el pensamiento débil  una crítica de las falsas verdades?            

Por impotencia o prepotencia, el discurso fuerte y los valores fuertes nos han descolocado

Es cierto que el pensamiento débil resulta impotente y acostumbra a coquetear con el amoralismo. Pero, ello no significa que, contrario sensu, se deban restaurar las viejas verdades y los viejos proyectos que, a fin de cuentas, nos han llevado a la razón instrumental, a la homogeinización, al totalitarismo disfrazado de progresismo y a la plétora miserable de la que hablaba Fourier.  

No tengamos prisa   

Ya sea por impotencia o prepotencia, el discurso fuerte y los valores fuertes nos han descolocado. O colocado en un lugar nada apropiado o poco edificante. Asía las cosas, ¿por qué no apostar por un relativismo o escepticismo que se conforme con el posibilismo y/o el pesimismo activo?

Algo es algo, exclama el homo clausus. ¿Acaso con el escepticismo y el posibilismo no se puede hacer camino? Quizá se recorra más de lo previsto. ¿Qué ello nos obliga a hacer un rodeo? Cierto. Pero, también es cierto que así se evitan tropezones. No hay que tener prisa.                   

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