La justicia salva a los peces gordos de la política
Los ciudadanos peregrinan estos días a sus lugares de vacaciones estivales, tras un curso trufado de sobresaltos de corrupción y crisis. El ruedo celtibérico bulle agitado como nunca. Ahí está el caso Gürtel y sus incontables derivadas, con Luis Bárcenas luciendo el garbo como el malo de la película. El día que largó al diario El País la contabilidad B del partido, Mariano Rajoy y todo su equipo quedaron seriamente tocados, quién sabe si para siempre.
La credibilidad del presidente está bajo mínimos y no se atisban indicios de que vaya a recuperarse. A ello contribuyen su lamentable política de comunicación, sus conferencias de prensa sin preguntas y sus peroratas leídas, mediante circuito cerrado de televisión, a los periodistas alojados en una sala contigua.
La última hazaña del gallego ha sido anunciar que el 1 de agosto, cuando todo el país se encuentra de asueto, dará explicaciones sobre sus supuestos sobresueldos bajo mano. Quizás pretende que nadie se entere de su versión. Quién sabe.
A estas alturas, ya poco importa lo que Rajoy pueda decir o leer, porque a la feligresía nadie le quita la impresión de que la cúpula del Partido Popular está formada por una deleznable colección de corruptos. Del tal Bárcenas se pueden aseverar muchas cosas, ninguna buena. La primera, que ha mentido como un bellaco en sus declaraciones ante el juez Ruz de la Audiencia Nacional. Primero negó la mayor, pese al aluvión de pruebas existentes en su contra. Luego se dedicó a chantajear a todo quisque desde los medios informativos. Finalmente, cuando harto de sus embustes, el joven magistrado lo envió a prisión, Bárcenas cambió de registro, puso en marcha el ventilador y comenzó a arrojar basura en todas direcciones. En su huida hacia adelante ha contado con los inestimables servicios del sinuoso abogado barcelonés Jorge Trías Sagnier, que fue diputado del PP en la etapa de José María Aznar.
Los explosivos papeles de Bárcenas han estado dando hilo a la cometa de los escándalos “populares” durante muchos meses y lo que te rondaré, morena. Luis el Cabrón, como le motejaba la tropa de la trama Gürtel, se ha cargado al PP, aunque es más justo decir que el PP se hundió solito cuando sus dirigentes se enfrascaron en el sutil deporte de cobrar estipendios opacos. ¿Y de dónde salía el dinero? Pues parece ser que de las mordidas con que las grandes constructoras obsequiaban a Bárcenas, a cambio de obras públicas. O sea, corrupción pura y dura.
Y mientras el PP y sus jerarcas naufragan en un océano de podredumbre, la Justicia acaba de escribir unas páginas gloriosas a mayor honra de la casta política. En sólo un par de días, el Tribunal Supremo ha librado de la cárcel al ex presidente de Baleares Jaume Matas (PP), al ex ministro José Blanco (PSOE) y a la presidenta de Navarra Yolanda Barcina (UPN). A Matas el Supremo le ha rebajado a nueve meses la condena de seis años que le impuso la Audiencia de Palma, con lo que evita su entrada en el penal. Matas se ha salvado por los pelos, pero su futuro procesal es sombrío, pues tiene todavía dos docenas de causas pendientes. Todas ellas están relacionadas con el caso Palma Arena, una de cuyas derivadas es el escándalo de Urdangarín.
Doble rasero
También ha salido bien parado en el Supremo el ex ministro José Blanco, a quien se acusaba de tráfico de influencias por haber mediado ante el alcalde de Sant Boi de Llobregat (Barcelona) para que otorgara una licencia de obras a su íntimo compañero de fatigas José Antonio Orozco, vicepresidente de la compañía transportista Azkar. El instructor del Supremo apreció indicios de delito en la actuación de Blanco, pero la Sala no los ve por ninguna parte y lo ha absuelto.
El tercer caso atañe a Yolanda Barcina, presidenta del gobierno foral de Navarra, a quien una jueza atribuía la comisión de un delito de cohecho. Ocurre que Barcina y su predecesor Miguel Sanz (UPN), miembros de la Junta de Fundadores de Caja Navarra, instituyeron en su seno un órgano consultivo llamado Comisión de Reporte. Este curioso ente se reunía una vez al mes con objeto de “ser informado y darse por enterado” de acuerdos varios tomados por otros centros de gobierno de la casa. Por este trabajo, ciertamente nada agotador, los integrantes de la Comisión cobraban dietas de asistencia a razón de 2.680 euros la presidenta y 1.751 los demás vocales, entre ellos el alcalde de Pamplona Enrique Maya (UPN).
Se llegó al extremo de que en alguna ocasión la Comisión de Reporte se reunió simplemente para tomar nota de que no había habido ningún acuerdo de los otros órganos digno de mención, sin que Barcina y sus colegas dejaran de embolsarse la correspondiente mamandurria.
En definitiva, Barcina y Sanz se inventaron la dichosa Comisión con el único objetivo de mangonear unas miserables pagas. Además, lo hicieron en secreto, sin informar a nadie. Barcina no debía ver claro el gatuperio, porque al destaparse en los diarios lo primero que hizo fue devolver todo el dinero percibido.
Ahora el Supremo archiva el caso. Lo más llamativo es que la resolución del alto tribunal cita en su apoyo la recentísima sentencia que ha exonerado a Jaume Matas de la cárcel. Un apaño judicial sirve para justificar otro. Y aquí paz y después gloria.
En cambio, la justicia no ha tenido tantos miramientos con Maria Antònia Munar, lideresa del minúsculo partido Unión Mallorquina. Le ha propinado nada menos que seis años a la sombra por el chanchullo de Can Domenge. El magnate inmobiliario Román Sanahuja largó a Munar y sus compinches una mordida de cinco millones de euros para que le adjudicasen un soberbio solar de Palma de Mallorca por la mitad de su valor real. Antes de la apertura de la vista oral, Sanahuja se vio en grave peligro y pactó oportunamente con la fiscalía. Sólo le han caído ocho meses de cárcel, por lo que no ingresará. A su abogado Santiago Fiol, que actuó de intermediario con los políticos mangantes, le han recetado año y medio entre rejas, de modo que tampoco irá a presidio.
Nunca como hasta ahora, el conjunto de las instituciones del país –comenzando por Jefatura del Estado– alcanzaron tan altas cotas de desprestigio. Algunas instancias de la Justicia todavía mantenían un cierto halo de imparcialidad e independencia. Pero con resoluciones como las citadas, no parece sino que se hayan plegado a los designios de la infecta clase política y sus secuaces. Matas, Blanco y Barcina poseen poderosas aldabas. La insignificante Munar, en cambio, no las tiene, y así le va. Estos y otros espectáculos de análogo porte darían para unas cuantas secuelas de El Padrino.