La política del pasa pantalla

Este modelo económico está devastando los cimientos de los que depende la posteridad

Si hay algo que caracteriza ostensiblemente a los líderes de la triada de partidos que lidian por la hegemonía de la derecha, es hacer gala de unos niveles de atención propios de peces de colores más o menos exóticos, lo que se refleja en la volatilidad de buena parte de sus propuestas y en lo impulsivo de sus declaraciones públicas, para mayor gloria de la hemeroteca.

Pero sería bien naif creer que esto ocurre por casualidad, y que no es una tarea programada para hallar la correcta sintonía en el dial demoscópico. A estas alturas, todos los indicios apuntan a que la estrategia de la gran derecha española parece pasar por una división corporativa que ha roto el monopolio del Partido Popular.

La desunión hace la fuerza, según la apuesta de FAES

A partir de ahí se han creado tres split-ups para diversificar la oferta conservadora esperando que así sus resultados electorales sean más que la suma de las partes, y brindar a los electores la oportunidad de elegir opciones que de otro modo no pasarían del estadio de ponencia presentada por una u otra corriente interna del PP. 

En este caso, podríamos aventurar que la desunión hace la fuerza, según la apuesta de FAES auspiciada por un Aznar que parece estar hecho de Teflón.

En este sentido, quienes han concebido este plan merecen ser loados por haber sabido leer correctamente las dinámicas conductoras del comportamiento de los ciudadanos en nuestra sociedad postindustrial, que se manifiesta en una cultura de consumo fugaz.

Gran parte de nuestra economía está basada en la idea ‘compre hoy y pague mañana’     

Además está orientada a la gratificación inmediata asistida por tecnologías digitales que, alternativamente, anticipan y condicionan nuestras preferencias personales, que se fusionan así con las del mercado sin que nos demos cuenta o nos importe.

Los diseñadores de estas herramientas informáticas y los accionistas de las empresas que se hacen de oro a costa a nuestra contribución gratuita, y aun así agradecida, conocen bien que nuestro cerebro reptiliano evolucionó para que nuestros ancestros sobrevivieran en un mundo prehistórico que disponía de recursos escasos y oportunidades infrecuentes, priorizando las recompensas a corto plazo, postergando los beneficios futuros potenciales y difiriendo los costes de nuestras acciones repentinas.

Y saben que estimular este cerebro básico es muy fácil, como lo prueba el hecho de que una parte sustancial de nuestra economía actual está basada en este sesgo primigenio: desde el compre hoy y pague mañana, hasta nuestro desplazamiento mental a comunidades virtuales afines a nuestros valores y principios, que nos van empujando a sentir incomodidad -y hasta rechazo visceral- con personas o ideas que no identificamos directa e inmediatamente con nuestra forma de ver las cosas.

Esto tiene la ventaja de escondernos de aquello que, o no nos gratifica, o nos acarrea un precio tangible, sea este económico, físico o emocional. Pero estos comportamientos socavan paulatinamente nuestras estructuras socio-económicas, y por ende, las políticas.

La preferencia en la cultura dominante por centrarse en el presente, a costa de descuidar lo futurible, desincentiva el que los políticos profesionales se comporten de manera reflexiva, y aún más que hagan esfuerzos por alcanzar compromisos duraderos.
 
Por el contrario, los intereses particulares por obtener réditos inmediatos, aboca a los políticos a adoptar una impulsividad enfocada en el corto plazo del ciclo electoral, que mimetiza la morfología de las campañas comerciales, y emula su lógica oportunista de cuentas de resultados trimestrales, aumento del valor en bolsa, reparto de dividendos entre accionistas y primas y prebendas para el consejo de dirección.

Al igual que en el mundo de los negocios este modelo económico, obcecado con los beneficios rápidos y fáciles, está devastando los cimientos económicos de los que depende la prosperidad real a largo plazo, la traslación de este sistema al mundo de la política causará costes generales a largo plazo, en términos de desigualdad y disfuncionalidad social.

El votante bajo demanda

Si el sistema político deja de arbitrar entre los intereses públicos y privados, y si los políticos profesionales pasan a ser delegados que siguen los impulsos de gratificación emocional o material de los electores, en lugar de ejercer como sus representantes para liderar el camino hacia el futuro.

La política se convertirá en un zoco concebido para obtener victorias rápidas, donde se animará a los votantes a usar la política como cualquier otro producto para el consumo personalizado de opciones gratificantes, instantáneas, y gratuitas.

Una vez que los electores votan por impulsos egoístas bajo demanda, en lugar de por ideales, se entra en una puja electoral en la que el criterio esencial es la apelación a la codicia individual, y lo político queda reducido a un ejercicio banal de neuromarketing que promete otorgar tratamientos preferenciales a cambio de una papeleta, que se convierte así en una estampita equivalente a clicar me gusta en nuestra red social favorita.