La Rioja existe, pero no es

El nacionalismo vasco ha intentado apropiarse del símbolo de La Rioja intentando crear ' La Rioja Alavesa', algo que ha puesto en peligro el trabajo de 15.000 familias y un negocio que mueve 1.300 millones de euros al año

Allá por 1977, en plena efervescencia autonómica, recuerdo que los riojanos reivindicaban su propia identidad con la creación de una bandera cuatricolor y una canción, compuesta e interpretada por el grupo de folk “Carmen, Jesús e Iñaki”, que acabó siendo todo un himno: “La Rioja existe, pero no es”, decía el estribillo.

Muchas identidades quedaron oscurecidas en el largo túnel de la dictadura. La riojana fue una de ellas. Pero en el tránsito hacia la luz que se veía al final se disipó toda duda. Lejos de caer en reivindicaciones de carácter nacionalista y dejando a un lado cualquier tentación excluyente, La Rioja se convirtió en una comunidad autónoma uniprovincial siempre comprometida con los intereses de un país que se llama España.

Pero lejos de aquí, La Rioja deja de ser una región y se convierte casi exclusivamente en una marca. Rioja es una etiqueta en una botella lanzada al océano de los millones de consumidores de vino de todo el mundo. Durante los años que viví en Londres lo pude comprobar. “Rioka”, con esa “j” impronunciable para los británicos, es un nombre tan común y familiar en las estanterías de los supermercados del Reino Unido como el queso parmesano. Se me figura que incluso será parecido el número de los incapaces de poner tanto la provincia de Parma como La Rioja en el mapa de sus respectivos países.

Y seguramente ese desconocimiento, me refiero al de La Rioja, se deba a la secular generosidad de sus habitantes. Lejos de marcar fronteras, de perfilar límites o de absorber lo que históricamente ha sido de otros, en La Rioja se ha trabajado sin hacer de la identidad excluyente la razón de ser. Por eso, como dice el estribillo de la canción, “La Rioja existe, pero no es. Si nos unimos, la hemos de hacer”. El nombre de esta tierra está tan íntimamente vinculado al de España que podría ejercer por sí mismo el papel de embajador en el mundo. Así que no es de extrañar que a algunos les moleste y la quieran trocear.

Y es aquí donde se enmarca el último intento del nacionalismo vasco para hacerse con una parte de esa marca y destrozarla en su conjunto. Su ofensiva, crear “Rioja Alavesa”, tenía como munición los votos en el Congreso para aprobar los Presupuestos Generales del Gobierno de Pedro Sánchez. El PNV, acostumbrado a salirse con la suya casi siempre, se ha encontrado en esta ocasión con la firme oposición de los productores del sector que veían peligrar el trabajo de 15.000 familias y un negocio que mueve 1.300 millones de euros al año.

Y ahí no queda todo. Para el actual gobierno socialista de La Rioja, que preside Concha Andreu, podría ser mortal en las próximas elecciones ceder ahora al nacionalismo vasco. Así que de momento todo se mantiene como está. Hasta que el PNV vuelva al ataque. Todo va a depender de la necesidad que tenga Pedro Sánchez de contar con sus votos. Por lo pronto el presidente del Gobierno ha dejado claro a los de Sabin Etxea que ya no son tan imprescindibles. Que Bildu, siempre de la mano de ERC, está también ahí para hacer negocio y que las cosas han cambiado.

Los de Andoni Ortuzar andan ahora con la mosca detrás de la oreja. Que los socialistas vascos hayan anunciado la posibilidad de pactar con Bildu en el futuro pone en peligro la hegemonía del PNV en el País Vasco. Y eso supone perder peso político e influencia en Madrid, donde han dejado siempre claro hasta dónde son capaces de llegar cuando se empeñan en algo.

Pero está claro que con Pedro Sánchez no todo son días de vino y rosas.