Cómo el debate migratorio cambiará en unas décadas

La inmigración es percibida por amplios sectores de la opinión pública europea como un problema. El discurso se ha centrado en la presión sobre los servicios públicos, la competencia en el mercado laboral o los desafíos de integración cultural. Esta narrativa está marcando las agendas políticas y electorales, alimentando nuevas formaciones políticas y generando tensiones sociales. Pero la realidad demográfica avanza sin pedir permiso a titulares ni a sondeos. Y esa realidad está a punto de dar un vuelco que, para 2050, podría transformar la percepción de la inmigración.

España tiene una tasa de fecundidad de apenas 1,12 hijos por mujer, una de las más bajas de Europa. Nacen apenas 330 000 bebés al año, una cifra que no se veía desde 1941. La edad media al tener el primer hijo ha subido a 31,5 años, y el porcentaje de madres de más de 40 años supera el 11 % según datos del INE. Como resultado, la población activa (15–64 años) representa sólo el 66 %, frente al 20,6 % de mayores de 65 años y el índice de dependencia —personas mayores por cada 100 en edad laboral— ya alcanza el 53,4 %, con proyecciones al alza. Los estándares de vida —medidos por PIB per cápita— caerán en unos 6.500 euros de no compensar el envejecimiento con mayor productividad, jubilaciones tardías o más inmigración, según datos del Instituto Austríaco de Investigación Económica (WIFO). 

Europa envejece. No es nuevo. Pero lo que obviamos es que incluso los países que hasta hace poco eran exportadores netos de población están entrando en la misma dinámica. Tomemos el caso de Marruecos, tradicional país emisor de inmigrantes hacia Europa, especialmente hacia España, donde residen casi un millón de marroquíes. Hoy, la tasa de fertilidad de las mujeres marroquíes ha caído a 1,97 hijos por mujer, por debajo del umbral de reemplazo poblacional de 2,1 (Censo General de Población y Vivienda de Marruecos, 2024). Hace una década era de 2,5. Este descenso es significativo y rápido. Son ya cinco millones de ancianos, frente a los 3,2 millones de hace una década. Marruecos, como tantos otros países en desarrollo, está cruzando el Rubicón demográfico.

Esta transición no es exclusiva. Bangladesh, India, Túnez, Filipinas o México muestran trayectorias similares. La urbanización, la educación de las mujeres y el acceso a métodos anticonceptivos están transformando el perfil reproductivo de las sociedades emergentes. El “bono demográfico” se está agotando incluso en los lugares donde muchos europeos siguen creyendo que “hay demasiada gente”. Es una visión anclada en el pasado. En el futuro, países como Marruecos intentarán atraer de vuelta a la diáspora para compensar el colapso demográfico.

De discutir cómo frenar la inmigración, pasaremos a debatir cómo atraerla de forma inteligente, cómo competir por los mejores talentos y, sí, cómo integrar con éxito a quienes vengan.

¿Qué significa esto para Europa en 2050? Que la inmigración será, cada vez más, una competencia entre países desarrollados por atraer a un número decreciente de trabajadores jóvenes. Japón ya lo sabe y ha empezado a abrir tímidamente su mercado laboral. Alemania, con más de la mitad de su población en edad de trabajar por encima de los 45 años, lo sabe también. Ninguna nación europea puede sostener su sistema del bienestar o su productividad sin una renovación generacional que ya no llegará del interior.

Cuando esa conciencia cale, cambiará el discurso político. De discutir cómo frenar la inmigración, pasaremos a debatir cómo atraerla de forma inteligente, cómo competir por los mejores talentos y, sí, cómo integrar con éxito a quienes vengan.

No se trata de aumentar la cantidad, sino la calidad. Pasar del dilema cierre o apertura, a una estrategia de captación inteligente. Lo que discutimos hoy como amenaza se convertirá en competencia: ¿quién ofrece mejores condiciones para atraer jóvenes, habilidades, ideas? Alemania, Reino Unido, Japón… ya empiezan a calibrar el debate migratorio en términos de competitividad. 

Planificar flujos migratorios de forma proactiva, basada en análisis de datos, proyecciones demográficas y necesidades económicas reales. Acuerdos (o mecanismos de mercado) que permitan la migración legal de un número determinado de ciudadanos en función de la demanda laboral no cubierta con la población residente. Estrategias para atraer a trabajadores cualificados, establecer alianzas de formación pre-partida con los países de origen y facilitar su incorporación en el mercado laboral. 

Los países que lo hagan bien —con políticas educativas sólidas, mercados laborales dinámicos y una narrativa inclusiva— prosperarán. Los que no, declinarán. La demografía, a diferencia de la ideología, tiene la terquedad de los hechos. Y si en 2050 miramos atrás con perspectiva, quizás comprendamos que el error no fue recibir más o menos inmigrantes, sino no haber ido a buscarlos de forma inteligente.

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