La telaraña del independentismo que se cierne sobre Rajoy

Rajoy dispone de los medios necesarios para frenar el referéndum del 1-O, pero la telaraña del independentismo le puede atrapar en una operación revolucionaria

El análisis de costes y oportunidades se ha hecho en la Moncloa. El presidente Mariano Rajoy ha sido consciente de que se podía llegar a la actual situación. Por ello, se lleva meses preparando diferentes respuestas a partir de lo que haga el soberanismo en Cataluña, pero la telaraña del independentismo se cierne sobre Rajoy, con muchos factores en juego.

Es difícil valorar cómo ha afectado a los propios independentistas la forma en la que se aprobaron en el Parlament la ley del referéndum y la ley de transitoriedad jurídica, el 6 y el 7 de septiembre, vulnerando los derechos de los diputados de la oposición, pero la concatenación de hechos, con la llamada de la Fiscalía a más de 700 alcaldes que se han comprometido con el 1-O, ha llevado a todo el bloque, rocoso, seguro, desacomplejado, –por ahora—a rechazar cualquier autocrítica. Al revés.

Para el Gobierno del PP la tarea puede ser muy agridulce. La voluntad es impedir el referéndum, y no dejar ninguna posibilidad para que se exhiban urnas y votos. No es ya una cuestión sobre la unidad de España. Rajoy entiende que debe mostrar que no se puede desafiar un estado de derecho con la aprobación de dos leyes como las acordadas en el Parlament después de todas las advertencias del Tribunal Constitucional. Y ha asumido el coste con una conclusión: es más alto el coste de permitir la votación que el de aparecer como un presidente que cierra colegios electorales, requisa urnas y suspende de funciones a políticos. Porque como estado es imprescindible.

Eso puede ser un buen análisis o no, pero lo es sobre un papel, a partir de un escenario en el que se ha tratado de contar con todos los factores. Pero Rajoy no los tiene todos. La actuación de la Fiscalía respecto a los alcaldes ha sido utilizada por el independentismo con otra exhibición organizativa.

El PP actúa siempre a la defensiva, y tiene motivos para ello, pero debe asumir riesgos

Todo el bloque soberanista funciona como un solo hombre, y el objetivo no es la independencia, ¿alguna vez lo fue?, sino arrinconar al PP, utilizando algo que es cierto: el PP es incapaz de jugar al ataque, de proponer y anticiparse con reformas de calado frente a un estado autonómico que hace más de una década que no funciona.

La explicación es que el PP es el gran partido del centro-derecha en toda España, con muchos ángulos y acentos, y prefiere ser pasivo, jugar a la defensiva, para que ninguna parte del partido pueda sufrir, sea su ala liberal, su ala democristiana o su sector de derecha más dura. Pero en algún momento deberá asumir riesgos.

El independentismo sabe una cosa y es que, por muchas razones que exigirían más tiempo, la gran batalla que puede generar más apoyos es la que se establezca contra el Gobierno del PP. De ahí el acuerdo entre Puigdemont y Ada Colau, que no es ningún acuerdo, pero sí una imagen que a los dos les beneficia.

El 1-O, aunque el soberanismo no logre sus objetivos, puede suponer un cambio para toda España

Y eso supone que se podría generar un cambio. Si Rajoy fuerza la maquinaria –que por otra parte debía poner en marcha—el independentismo le buscará las cosquillas. Ya lo hace. El mensaje es que España comienza a tener un problema de falta de democracia. Y aunque no lo adopten las instituciones europeas o los grandes medios de comunicación europeos, si se producen algaradas –y se buscarán—lo que ocurra a partir del 1 de octubre puede suponer un cambio para todos: una negociación para un nuevo papel de Cataluña en el conjunto de España.

¿Es un chantaje? En cierta medida lo es. La política de contentamiento con el nacionalismo a lo largo de los años ha sido negativa para todos, para las propias comunidades autónomas y para el conjunto de ciudadanos españoles. Pero también hay razones que se han desatendido, advertencias que llegaban y se ignoraban. Y lo que pueda forzar el 1-O, tal vez, es una llamada de atención de enormes dimensiones, –esperemos que no trágica—para que España asuma todos sus retos pendientes y que pueden pasar por una reforma de la Constitución, sin temores, sin complejos. Y con la participación entusiasta –esa es la gran incógnita—del centro-derecha español que representa el PP.