La vileza de lo cursi

Meritxell Batet, al conmemorar la Constitución, defiende para Bildu "la plena y legitima participación en nuestro sistema político e institucional"

El preciosista discurso de la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, el día que conmemoramos la Constitución ha despertado simpatía y hasta admiración incluso entre aquellos que no son de su partido. Es normal, ¿quién puede resistirse a las bien sonantes palabras «inclusión», «participación», «integración», «colaboración», «confianza», «estabilidad», «encuentro» y «respeto»?

¿Cómo no sentirnos aludidos, incluidos incluso, en ese grandilocuente «todos somos pocos»? Hasta a los más púdicos y exigentes con su intimidad casi se les salta alguna lagrimita con esa mención a las «manos apretadas y caricias repartidas». Todo muy emotivo, aunque a algunos pudiese resultarles algo cursi, como si el sentimentalismo estuviese ahí para encubrir malas gestiones. Bueno, cuestión de gustos.

Pero a los representantes de nuestras instituciones deberíamos exigirles algo más que buenas palabras; deberíamos exigirles coherencia y profesionalidad en el cumplimiento de su deber.

Somos muchos los que estamos hartos de tanta palabrería buenista y políticamente correcta tan distanciada de la realidad, cuando es obvio que el señalamiento desde el discurso institucional no debería haber sido a los que hacen bandera de nuestras instituciones sino a los que no las respetan.

No digo a los que las quieren cambiar, pues a través de las vías establecidas por nuestra democracia todos tenemos derecho a ello, sino a los que pretenden saltarse las normas para obtener sus objetivos políticos.

La presidenta del Congreso, presidenta de todos los diputados sin importar su adscripción política, posee todo el poder administrativo y las facultades de control que le obligan a interponer medidas disciplinarias y de corrección cuando el orden y las normativas no se cumplen.

Bildu estana ausente en el homenaje a la Constitución, y no por casualidad

Es una pena que no haya utilizado la oportunidad que le prestaba la conmemoración de nuestra Constitución para reconvenir a los que con su significativa ausencia en ese acto le han mostrado su desprecio. 

Me pregunto si ha sido lo más adecuado destacar, en este acto de homenaje a la Constitución, la legitimidad de la participación en la vida política e institucional de partidos como EH Bildu, que precisamente estaba ausente y no por casualidad.

Es verdad que eso corrobora que nuestro sistema democrático es más abierto y flexible que otros de nuestro entorno europeo, pues permite la participación en la vida pública, política e institucional de partidos políticos que llevan en su programa la división de nuestro país, ponen en cuestión nuestro estado de derecho o tienen pendiente condenar el terrorismo.

Pero por otro lado resulta tan esperpéntica la reivindicación por la que se conmina a aceptar que participen a los que ya aceptamos que participen, en lugar de a los que no participan porque no quieren participar, que no he podido evitar acordarme de la cómica escena en La vida de Brian, de Monty Python, en la que Stand reivindicaba como hombre su derecho a concebir hijos como mujer.

Volviendo a nuestra también delirante realidad no parece lo más adecuado, el día de la Constitución, recordar algo que todos sabemos y silenciar en cambio el elefante que está en la habitación.

¿Será que ese obviar los gestos anticonstitucionales de los socios del Gobierno es una forma de apoyo a una coalición cada vez más cuestionada, incluso por muchos de los miembros del partido en el poder? Pero no, eso sería tanto como suponer que la presidenta del Congreso no ha cumplido con el papel de neutralidad que le corresponde.

Estamos en un periodo ensoberbecido en el que lo que pensamos y lo que sentimos parece que siempre debe prevalecer

Sea como fuere, a mí me habría gustado escuchar, de la presidenta del Congreso de todos, lamentar la ausencia de los socios de Gobierno en la celebración de la Constitución, me habría gustado que, en aras de la inclusión, participación, integración, colaboración, confianza, estabilidad y encuentro, amonestara a aquellos que no han mostrado respeto por la Constitución que es precisamente la garante de todo ello.

Institucionalmente tenía no sólo la posibilidad sino la obligación de exigir un comportamiento institucional de los ausentes, cómo presidenta del parlamento debe exigir que se cumplan las normas, acompañadas de los gestos pertinentes.

Al fin y al cabo, la democracia es un sistema fundamentalmente formal, aunque no exento de principios y valores, pero tristemente estamos en un periodo ensoberbecido en el que lo que pensamos y lo que sentimos parece que siempre debe prevalecer.