Las redes de ‘business angels’, las grandes olvidadas de la Ley de Emprendedores

Casi dos millones de empresas destruidas y una caída del 30 % en el número de emprendedores menores de 40 años, entre 2007 y 2012, son argumentos utilizados por la administración para poner en marcha la Ley 14/2013 de apoyo a los emprendedores. Una iniciativa de la que no puede discutirse la bondad de sus objetivos, pero que parece no haber encauzado correctamente sus medidas, fiándolo casi todo a la dotación de recursos y olvidando piezas esenciales para el soporte del emprendimiento.

Desde la entrada en vigor de la ley, hemos visto cómo se han destinado cantidades ingentes de dinero público a incrementar la base de emprendedores en España, articulando medidas, modos y medios que difícilmente pueden vehicular una política racional destinada a propiciar el tejido empresarial del futuro.

Ninguna duda cabe sobre la necesidad de apoyar a los emprendedores (serán ellos los artífices de la generación de empresas y empleo, y, con ello, del nuevo modelo productivo español), pero cabe preguntarse si este ‘boom’ del emprendimiento es artificial.

Sin entrar en la necesidad de fomentar el emprendimiento ya desde la escuela (como se hace en otros países europeos), parece que se ha apostado todo a la dotación económica de proyectos que precisan mucho más, e, incluso, por ‘albergar’ a grupos de emprendedores en edificios fruto de inversiones públicas ineficientes. Se ha fomentado así una brutal aparición de emprendedores, a los que, paradójicamente, se aleja de la realidad empresarial.

Sí caben aquí varias preguntas: ¿se ha calculado el retorno de esa inversión? ¿Cómo se maneja en este escenario el fracaso de los proyectos? ¿Sabe la Administración cómo encauzar una buena idea que, sin embargo, cae? ¿Se ha tenido en cuenta que, para poner en marcha un proyecto, es exigible (o al menos deseable) que alguno de sus impulsores cuente con experiencia previa, conocimientos del sector, y que se disponga de un equipo cohesionado, una dirección firme…?

En los países anglosajones se concentran en FFF (Family, Friends and Fools) las fuentes económicas iniciales de los emprendedores; a partir de ahí éstos necesitan dar un salto, para el que el dinero no es lo único importante. Surge así la figura del ‘business angel’, que acompaña al emprendedor, aportándole, además de recursos, experiencia en la gestión y en el sector, contactos y asesoramiento.

Fenómeno reciente en España (y más aún en Galicia), los ‘business angels’ son los grandes olvidados de la Ley de Emprendedores, que prevé alguna ventaja fiscal para personas físicas que apoyen proyectos de emprendedores, pero obvia a las redes de inversores privados.

Sólo dos de cada veintitrés startups (ni siquiera un 10 %) salen adelante. Asumiendo este dato, parece irrefutable que los inversores están obligados a diversificar su inversión; algo que individualmente es muy complicado y que se simplifica de forma notable a través de las redes de ‘business angels’. Aparte de financiación, estas redes, formadas generalmente por empresarios, directivos y ejecutivos, aportan apoyo, experiencia, formación y otros intangibles. Las redes evalúan proyectos y ofrecen a sus miembros, de acuerdo con esa valoración, la posibilidad de inversión en uno o varios proyectos. En otros lugares, cuando la Administración refuerza- incluso cofinanciando las nuevas iniciativas empresariales-, se produce un efecto multiplicador sobre las posibilidades de éxito de un proyecto.

Por el contrario, no parece que ‘confinar’ a grupos de emprendedores en locales creados con fines distintos al emprendimiento, sea la mejor manera de favorecer el acceso a la experiencia empresarial y el encauzamiento de un posible fracaso. La implicación del sector público de esta manera ha provocado que, no pocas veces, se les acostumbre a disponer de importantes cantidades de recursos, sin siquiera exigir que, además de la idea, exista un equipo cohesionado y apoyado por personas experimentadas en labores de empresa.

Los emprendedores precisan, es cierto, de recursos económicos (posiblemente, no tantos en el inicio de su actividad), pero también, y sobre todo, de equipos que vayan generando músculo para afrontar las vicisitudes del mercado y los retos de competitividad. A menudo, más que dinero, hace falta introducir una buena dirección, una buena gestión, una buena organización, que generalmente cuesta bastante más encontrar, para incrementar sus posibilidades de éxito. Es el punto fuerte de algunas redes de inversores (si se me permitiera introducir la cuña publicitaria, diría que lo es, por ejemplo, de Redinvest, la red del Círculo de Empresarios de Galicia). Sin embargo, pese a todo lo expuesto, no existen condiciones especiales que propicien la creación o el mantenimiento de estas redes.

Legislar para poner dinero y justificar así que se está haciendo «algo» por el emprendimiento no es una buena receta. Corremos el riesgo de crear un gigante con pies de barro, o de inflar una burbuja que terminará estallando, sin control de los mínimos retornos exigibles a las inversiones públicas. Y, lo que es peor, corremos también el riesgo de perder en esta carrera ideas y proyectos que, bien encaminados y asesorados por quien conoce el mundo empresarial, estarían llamados a cimentar la economía española del siglo XXI.

Para aprovechar la gran creatividad española, Administración e inversores deberían sumar esfuerzos, sin solapamientos. Lo contrario puede terminar machacando vocaciones empresariales y dejando tras de sí una ristra de fracasos que nunca deberían ser tales.

 

Juan R. Güell Cancela es presidente del Círculo de Empresarios de Galicia