Las secuelas del virus de la violencia

La violencia en el País Vasco experimenta brotes más o menos aislados y difíciles de erradicar a pesar del fin de ETA

Agentes antidisturbios de la Ertzaintza intervienen en la "zona vieja" de San Sebastián después de que un grupo de jóvenes provocase disturbios, el 23 de enero de 2021 | EFE/JE
Agentes antidisturbios de la Ertzaintza intervienen en la «zona vieja» de San Sebastián después de que un grupo de jóvenes provocase disturbios, el 23 de enero de 2021 | EFE/JE

Si hiciéramos un paralelismo entre el Covid-19 y el terrorismo de ETA podríamos decir que, mientras el primero sigue sin ser sometido, este último está bajo control gracias a que se encontró la vacuna y se aplicó con eficacia. Costó, pero se dio con ella. Esto no quiere decir, sin embargo, que se haya acabado radical y definitivamente con la violencia.

De la misma manera que los hallazgos farmacéuticos no garantizan que puedan evitar nuevas mutaciones y cepas diferentes del virus pandémico, la violencia en el País Vasco también experimenta brotes más o menos aislados —aunque no tan mortales como los de antaño— pero difíciles de erradicar en cualquier caso.

Se podría decir que cuando se extiende la relajación y se aceptan determinados postulados rebrota el bicho en lugares donde se le daba por muerto. Pero no. Como dice la canción, “no estaba muerto, estaba de parranda”.

Es la eterna “kale borroka”, la violencia callejera que vuelve a manifestarse en diferentes puntos del País Vasco como consecuencia de la falta de libertades que provoca la pandemia.

Como si la Ertzaintza, que sale a impedir que se celebren botellones masivos los fines de semana, fuera el brazo armado y represor del fascista y asesino coronavirus. Dos ertzainas heridos y dos manifestantes detenidos en Santurce, cuyo Ayuntamiento, con la excepción de los concejales de Bildu, ha condenado los incidentes.

Esta nueva cepa de ceporros, que no están dispuestos a aceptar la dura realidad, es heredera de otra no menos intransigente y cínica.

Esa que encarnan los actuales dirigentes de Bildu, entre ellos la expresentadora de la televisión autonómica vasca, ETB, Maddalen Iriarte, quien ha llegado a decir que “el daño causado por ETA ya está reconocido. Que fuese o no injusto depende de cada relato”.

Claro que ETA reconoció siempre el dolor que causaba; lo hacía cada vez que reivindicaba un atentado. Sabía que sus crímenes generaban mucho dolor y precisamente por eso los llevaba a cabo. Ese era su objetivo.

Y si algún incauto ha podido ver algún indicio de arrepentimiento en esta primera parte de la frase de Iriarte se le habrá despejado toda duda al leer la segunda: “Que fuese o no injusto depende de cada relato”.

Se acabó con ETA, pero una peligrosa variante con el mismo adn se mantiene en estado semi durmiente

Y para esto, créanme, no hay vacuna que valga. Por eso salen a la calle en San Sebastián, Pasajes o Santurce a enfrentarse a la policía. No es por reivindicaciones tan “profundas” como la independencia, la amnistía para los etarras o la salida de la Guardia Civil del País Vasco. No.

Es por algo mucho más trascendental: la celebración de botellones masivos durante el toque de queda. Porque sabemos que hay un virus que está matando a mucha gente, especialmente a ancianos, pero que sea injusto o no que nosotros salgamos a divertirnos, cuando y como nos da la gana, dependerá de cada relato. Y la Ertzaintza no es quién para aguarnos la fiesta.

Y mutatis mutandis nos encontramos con una formación con representación parlamentaria que entiende que lo justo o injusto depende de la interpretación de cada uno. Con una formación que en base a esa misma premisa sigue apoyando que se reciba como héroes en sus pueblos a miembros de ETA, cuyos atentados sigue sin condenar.

Con una formación calificada de “socio preferente” por el vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias. Con una formación que es la segunda fuerza en el País Vasco y que aspira a arrebatar, más pronto que tarde, la hegemonía al PNV.

Aunque la formación de Arnaldo Otegi ha demostrado tener poco olfato político. Justo cuando al PNV le crujen las cuadernas de su gestión sanitaria, sale Iriarte con una frase de vergüenza propia y ajena y para más inri en el aniversario del asesinato de Gregorio Ordóñez.

Un capote al ejecutivo de Iñigo Urkullu, sumido estos días en ceses de gestores de hospitales por vacunarse en secreto y declaraciones que cuestionan seriamente la actuación de la consejería de Sanidad en esta crisis.

Pero volviendo a lo que nos trae, que es el rebrote de la violencia, hay que dejar claro que la vacuna acabó con el virus más letal. Se acabó con ETA. Pero una peligrosa variante con el mismo adn se mantiene en estado semi durmiente.

Que salga o no de ese letargo depende básicamente de un factor: de aceptar que cerca de 900 asesinatos pudieron no ser injustos. Asumir un planteamiento así es garantizar la propagación de nuevas cepas.