Los analistas financieros no dan una en el clavo
Donde dije digo, digo Diego. El gigante financiero Goldman Sachs están entonando el mea culpa por sus dictámenes erróneos sobre España. Los economistas de la firma anunciaban meses atrás una inmediata intervención de nuestro país por los esbirros de la UE y el FMI para salvarnos del naufragio.
Ahora, ante el hecho indiscutible de que nada de ello ha ocurrido, exprimen la sesera en busca de posibles explicaciones a su patinazo. Y acaban de descubrir dos cosas: primera, que el Gobierno de Mariano Rajoy puso en marcha algunas reformas; y segunda, que como consecuencia de ellas, diversos indicadores empiezan, de forma sorprendente, a reflejar una leve mejoría. A buenas horas mangas verdes.
Aunque han dado un traspié, las ilustradas cabezas pensantes del banco norteamericano no se dan del todo por vencidas y tratan de justificarlo. Sostienen que sus predicciones se cumplieron milimétricamente hasta el segundo cuatrimestre de este año. Pero hete aquí que los ajustes gubernamentales comenzaron a rendir algunos frutos, siquiera sea de forma muy modesta. Y por ello las previsiones de Goldman quedaron desfasadas.
Hay que ver cuánto les cuesta a esos supuestos sabios reconocer sus tropezones y cuán frágiles son sus excusas. ¿No sería más noble admitir lisa y llanamente que metieron la pata y tomar buena nota para evitar la reincidencia en el futuro?
Sea como sea, el mea culpa de Goldman Sachs debe agradecerse, sobre todo porque no es nada habitual que un coloso financiero como Goldman acepte sus fallos. Lo malo es que llega tarde. Quién sabe cuántos ahorradores habrán sufrido graves perjuicios por hacerles caso.
A la luz de este y otros innumerables ejemplos que podría traer a colación, semeja increíble que haya en el mundo inversores que todavía siguen a pies juntillas los dictámenes de los grandes bancos internacionales y los toman como verdades absolutas a la hora de planificar y abordar sus operaciones mercantiles. Pifias mayúsculas como la perpetrada por Goldman con el Reino de España deberían abrirles los ojos de una vez por todas.
Además, llueve sobre mojado. Es fama y razón que los vaticinios de los analistas sobre la marcha de las bolsas de valores no son certeros ni por casualidad. Hay un rito que se repite todos los años. Cuando se acerca el final del ejercicio, una aguerrida tropa de “expertos” de bancos, financieras y firmas de bolsa se lanza a propalar urbi et orbi sus profecías sobre la evolución de los mercados en general y de las compañías cotizadas, en particular.
Atajo de farsantes
Estos genios bursátiles no se andan con medias tintas. En sus conjeturas llegan a facilitar a la clientela la cotización exacta, decimales incluidos, que alcanzarán a un año vista las empresas estudiadas. Además, acostumbran a expresar sus doctas reseñas en una jerga inextricable, apta sólo para iniciados.
Si 12 meses después se da un repaso a sus augurios, resulta que casi nunca dan en el blanco. Sus yerros son infinitamente superiores a los aciertos. Por ello, bien puede aseverarse, sin incurrir en la exageración, que el valor de los pronósticos de esta caterva de charlatanes es similar, si no inferior, al de los echadores de cartas que monopolizan las programaciones de las televisiones a altas horas de la madrugada. Próximamente dedicaré a este asunto un comentario, porque tiene miga.
Item más. A mediados de 2007, cuando la crisis financiera ya había hundido varios bancos en EEUU, un trabajo de dos universidades de aquel país reveló que dos de cada tres cronistas de Wall Street confesaban haber recibido “favores” de las empresas examinadas. Obviamente, de ahí a la colusión de intereses media un corto trecho.
La situación en España no es muy distinta. Recuerdo tiempo atrás que uno de los grandes bancos, de cuyo nombre prefiero no acordarme, publicó un documentado trabajo sobre una de las principales inmobiliarias. En él, ensalzaba las virtudes de la empresa, destacaba sus “fundamentales” y le aseguraba “un gran potencial de revalorización” a corto plazo. Cualquier lector poco avezado compraría de inmediato carretadas de acciones, ante la perspectiva de una suculenta plusvalía a la vuelta de la esquina.
Pocas semanas después, se supo que el mismo banco que cantaba las excelencias de la promotora, era poseedor de un paquetón de títulos del que pretendía desprenderse. ¿Acaso los directivos del banco no estaban convencidos de los fastuosos barruntos de revalorización que propalaban sus propios especialistas? Más bien parece que aprovecharon la publicación y el instantáneo impulso alcista que provocó en la inmobiliaria de marras, para largar a manos llenas todos los títulos.
En román paladino, propalaron un reportaje repleto de falsedades sobre una empresa participada, para animar a los ciudadanos a la compra de acciones. Y en cuanto subió unos enteros, se desprendieron de las suyas con una opípara ganancia. Un caso de libro sobre la manipulación de los mercados.
Goldman Sachs ha rectificado y pide perdón. Bienvenido sea. Pero en vez de lamentarse con la boca pequeña convendría que dejara de publicar informes y más informes que raramente se cumplen. Como reza el refrán, dan una en el clavo y ciento en la herradura.