Los cuadros del PP condenan a Casado

Dirigentes populares en muchos rincones de España han sido víctimas de las formas intempestivas y cuarteleras de Teodoro García Egea y piden el fin de la era Casado

Los cuadros del PP han dictado sentencia: Casado y Teo no tienen futuro. Los chats y grupos de Whatsapp internos de todos los rincones de España están que trinan y en ellos los concejales, diputados provinciales y presidentes locales populares piden el fin de una etapa que empezó en unas primarias inéditas en las que Casado, contra pronóstico, derrotó a Soraya Sáenz de Santamaría y a Dolores de Cospedal.

Los cuadros medios del PP en muchos rincones de España han sido víctimas de las formas intempestivas y cuarteleras de Teodoro García Egea: el cese de Bonig en Valencia, las batallas por controlar el partido y limitar el poder de Moreno Bonilla en Andalucía, las gestoras en Cataluña tras la debacle electoral y un largo etcétera de purgas hacen que García Egea no tenga crédito y sí mucha gente esperando ver pasar su cadáver político por la puerta.

Pablo Casado, con Alberto Núñez Feijóo, Isabel Díaz Ayuso y Alfonso Fernández Mañueco. EFE

Lo de Ayuso es solo la cima de una semana llena de metas volantes abracadabrantes que han agotado el limitado crédito del tándem Casado-Egea ante la opinión pública, donde su predicamento era escaso, y entre los dirigentes del partido, ámbito al que que García Egea se había dedicado en cuerpo y alma para domarlos y garantizarse se lealtad cara al congreso popular previsto para junio de este año.

La votación de la reforma laboral con el error de Casero fue un zarpazo para la dirección del PP no solo porque ese error la daba un balón de oxígeno a Sánchez y llevaba al PP al ridículo sino porque el responsable del desaguisado, lejos de ser un cualquiera, era un colaborador próximo del propio García Egea.

Luego llegó el día de las elecciones en Castilla y León y las promesas de laureles quedaron en victoria agónica; a partir de ahí, la cuenta atrás de la implosión del PP era cuestión de días. El debate suicida sobre el pacto o no con Vox y el fuego amigo de la filtración sobre el espionaje de Ayuso han terminado con el sueño de Casado de llegar a Moncloa. Se irá mañana o aguantará no se sabe cuánto tiempo, pero su liderazgo ya toco a su fin. Los votantes populares descubrieron en pocos días que su partido estaba en manos de Casero y de Carromero y no dan crédito.

La obsesión del PP de Madrid por el espionaje es cíclica, en el 2009 fueron los seguimientos al exconsejero De Prada, luego vino lo de las cremas a Cifuentes, que termino con su dimisión, y ahora lo de Ayuso.

De la comparecencia matinal de Ayuso ha sorprendido que no ha hablado politiqués, sino que lo ha dicho todo claro, algo infrecuente en la política: la dirección de su partido ha conspirado contra ella y ha buscado su destrucción. Solo se ha dejado un pelo en la gatera: ella ha atribuido esta persecución a la petición de celebrar un congreso del PP en Madrid que le diera la presidencia. No es cierto, quien encargó el espionaje a Ayuso lo hizo porque temía que la presidenta de la Comunidad acabara siendo un a rival al liderazgo del partido.

La autodestrucción del PP se parece a la explosión del planeta provocada por la presidenta de los EEUU y sus nefastos consejeros en la película No mires arriba. Deja tocado a Almeida, que deberá luchar para hacer creer a todo el mundo que él no sabía nada de lo de Carromero a pesar de que era el coordinador de Alcaldía, pringa a Ayuso con la sombra de la corrupción por haber favorecido a un hermano y convierte a Casado en un personaje gris que maniobra para destruir adversarios políticos de su propio partido llegando a aceptar ayuda de Moncloa, que parece que es de donde le llega la pista del contrato presuntamente irregular de la Comunidad con la empresa con la que tendría algún tipo de relación el hermano de la presidenta de la Comunidad.

Feijoo y Moreno Bonillo, los otros dos megabarones del PP, no moverán una ceja para defender a Casado, al que le queda decidir si se va o le echan. Si no se va, el cisma no es una quimera. En Moncloa y en Bambú, sede de Vox, corre el cava.