Los empresarios, el empleo y la opinión pública
Metroscopia nos ha dado una sorpresa agradable. En su última encuesta, nos informa de que «la mitad de los españoles quisieran ser empresarios». Y que los españoles confían más en los empresarios (50%) que en el Estado (14%) para salir de la crisis. En cuanto a la imagen los resultados no son tan buenos; el 41% de la población tiene buena imagen de los empresarios, mientras que el 36% la tiene mala.
El cambio de opinión de los ciudadanos españoles es sorprendente. Desde siempre, la sociedad no ha valorado positivamente la función social del empresario. Y creo que esta consideración ha empeorado con la crisis y la corrupción.
¿Qué está sucediendo en la opinión pública? Algunos factores podrían explicar el cambio. La gente se va dando cuenta de que el Estado, la Administración, no va a generar nuevos puestos de trabajo. Existe una presión ideológica, difícil de probar, que induce a pensar que tenemos una Administración demasiado grande, demasiado poblada.
Si este sentimiento se asienta, no sería lógico pensar en que la cantidad de «empleados públicos» vaya a crecer. Al contrario, irá disminuyendo la oferta de puestos de trabajo. Y el otro gran sector generador de empleo, las cajas y bancos, tampoco van a crecer. Al contrario, vemos que van reduciendo personal ya que sobra un 20% de la capacidad instalada, en un proceso de concentración muy acentuado.
Mientras, la gente va desconfiando del «Estado Providencia», y la izquierda clásica se va quedando sin otro pilar de su discurso. Por contra, los empresarios crean y destruyen puestos de trabajo precarios, a tiempo parcial, sin seguridad y con salarios insuficientes. Por culpa de la crisis y con la ayuda de una regulación laboral mucho más flexible. Trabajar se ha hecho mucho más arriesgado. Pero parece que no hay otra opción. Hay que hacerlo en un entorno más difícil.
En estas circunstancias se abre la opción de trabajar por cuenta propia. A veces, las más, porque no queda más remedio. Pero otras porque, si sale bien, es una oportunidad. No hace falta ir a los garajes de Silicon Valley. Aquí en España hay ya muchos ejemplos, especialmente en el campo de Internet, de iniciativas de éxito. Y el coste de establecimiento es bajo. En resumen, la elección es entre una opción -la pública- que presumiblemente no tendrá el peso del pasado, y, otra, -la privada- que no es óptima, pero si posible. O emigrar.
Desde una perspectiva más sociológica, sin embargo, tampoco la gente se acaba de fiar de lo que se entiende por empresarios, en su función de creación de riqueza. Por la corrupción que ha invadido la iniciativa privada, con los ejemplos más llamativos del encarcelado ex-presidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán, y su vicepresidente, Arturo Fernández (que pagaba en B a sus empleados). Y por la crisis económica que debilita extraordinariamente al empleado.
No nos hallamos en un buen momento para reconciliar la función del empresario con la necesidad de asentar empleo de calidad, y sostenible. Todavía hace falta mucha «cultura empresarial» en la sociedad y en la política y sus representantes, para poder conciliar empresa y creación de empleo.
Las empresas, las que crean puestos de trabajo, no están suficientemente valoradas socialmente. No se resaltan los casos de éxito. No se habla de «historias ejemplares». Y las hay. La gente no acaba de fiarse, pero es el único camino para crear puestos de trabajo.
Y por otro lado en la política y sus representantes tampoco encontramos una actitud favorable a la empresa, quizá, porque no la conocen de verdad. Aquí vendría a cuento un párrafo del libro «El Dilema de España», de Luis Garicano. Habla del sistema de partidos. Reproduzco textualmente:
«El concejal o el diputado regional que consigue llegar a diputado nacional tras convencer al comité de listas de su partido de que es idóneo para el puesto no es el que tiene la iniciativa, el más brillante o el más trabajador, sino el soldado más disciplinado, el que tiene menos ganas de disentir…Las élites que promueven este sistema no han estudiado fuera (casi sin excepción), no hablan inglés, y no entienden nada de tecnología, de ingeniería, de economía, ni de ciencia. En resumen, el sistema se autoperpetua porque no hay ningún hueco por el que puedan entrar las voces de los que están fuera de él».
Y yo añadiría que tampoco saben casi nada de empresa. De cómo crear puestos de trabajo eficientes, de las necesidades de las empresas normales. Y tampoco conocen los empresarios corrientes. Eso sí, conocen las empresas del Ibex, del CEC, de las que se acercan al regulador.
Si es así como parece que la mitad de los españoles quiere convertirse en empresarios –con el riesgo que esto comporta–, lo más eficiente sería favorecer, empujar y ayudar estas «nuevas vocaciones» empresariales. Aunque fuese, simplemente, no poniendo inconvenientes al desarrollo de su función.