Urgencia climática: del menú de terraza al bocata playero 

La razón de este cambio radica, sin duda, en el incremento que han experimentado los precios en la hostelería española, que en algunos lugares han subido más del 30 % en los últimos cinco años

Este verano que se nos va pasará a la historia como el de los peores incendios jamás vistos; también por haber registrado el mayor caos ferroviario. Y lo recordaremos, sin duda, porque fue el verano en que empezamos a ver cómo los turistas cambiaban de hábito y dejaban de comer en las terrazas para pasarse al bocata playero. Para el Gobierno ha sido el verano de la “urgencia climática”, y los hosteleros siempre recordarán este 2025 porque nunca antes vinieron tantos turistas que gastaron tan poco. 

Igual que los fuegos provocados han tenido este verano las condiciones idóneas para su propagación, el turista ha encontrado en las terrazas una razón simple, pero de mucho peso para huir de ellas: la factura. Con lo que cuesta una ronda de refrescos y unas tapas variadas, encontramos en el supermercado bocadillos y bebidas para pasar el día en la orilla del mar, o cerca, con toda la familia. Por eso, una de las estampas más típicas del veraneo en la costa ha sido la sombrilla, la neverita y el bocata con arena. 

Desde el Gobierno celebran cifras récord de llegadas. Se ha especulado incluso con que este año podríamos rondar los cien millones de visitantes, pero lo cierto es que este crecimiento, lejos de traducirse en un éxito económico, ha supuesto un retroceso para hoteleros y restauradores, que no comparten el optimismo gubernamental. El sector turístico representa el 12 % del PIB nacional, es la locomotora de nuestra economía, pero los últimos datos hablan de una caída del gasto medio por turista  entre el 5 y el 8 %.

La razón de este cambio radica, sin duda, en el incremento que han experimentado los precios en la hostelería española, que en algunos lugares han subido más del 30 % en los últimos cinco años. El coste de la energía, los alquileres y la implacable fiscalidad que aprieta con especial fuerza al pequeño empresario se reflejan en la cuenta que lleva el camarero a los cada vez más sorprendidos turistas británicos, alemanes o franceses. No digamos ya a los españoles, que, con sueldos medios congelados y una inflación acumulada del 15 % en apenas dos años, han pasado del menú del día en la terraza del bar al bocata de chorizo en la playa. 

No estamos hablando de un comportamiento generalizado, ni mucho menos. Afortunadamente tampoco este verano se han quemado la mayor parte de los montes de España, que siguen intactos. Pero igual que el fuego en Galicia o Castilla y León nos alerta, según el Gobierno, de una “urgencia climática”, la caída del gasto por turista debería encender también la “urgencia climática hostelera” y no buscar en factores externos y globales algo que afecta a nuestro principal sector económico. 

La playa del Benidorm. Foto: Europa Press.
La playa del Benidorm. Foto: Europa Press.

A los turistas extranjeros les empieza a pasar lo mismo que a los españoles: perciben que cada vez pagan más por menos. Más impuestos, más burocracia y menos servicio. En los extranjeros se resume en que, cuando se sientan en una terraza y ven los precios de la carta, hacen cuentas y se van al supermercado más cercano. A los españoles nos toca subirnos a un tren, con precios nada baratos, con interrupciones y averías continuas, o circular por carreteras cada vez en peor estado. O ver que nuestros impuestos no sirven para hacer frente de manera coordinada a las devastadoras consecuencias de riadas e incendios. 

Se evidencia un modelo económico ineficaz. Somos una potencia mundial en recepción de turistas, pero estamos perdiendo la batalla del gasto. Y, sin gasto, el sector que actúa como tractor económico del país empieza a perder potencia. Los hoteles han tenido ocupaciones históricas, pero márgenes menguantes, y los restaurantes se han llenado de mesas reservadas por clientes que se han ajustado a un presupuesto vacacional como si estuvieran en los peores años de la crisis económica. Podríamos decir que el Gobierno debería incluir este fenómeno en su próximo plan de sostenibilidad: decir que el bocata en la playa es como el diésel y la neverita una mini central nuclear. Y si nadie se lo toma en serio, pues decretazo, otro impuesto y listo. 

Lo cierto es que el modelo turístico español atraviesa una crisis silenciosa que muchos prefieren disfrazar de éxito. Los turistas vienen, sí, pero cada vez gastan menos. Y mientras el Gobierno aplaude el récord de llegadas, los hosteleros se preguntan cuánto tiempo más podrán resistir esta “migración climática” que sustituye la terraza por el desayuno en el apartamento y el bocata playero. 

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