¿Serán las mujeres las que acaben con Sánchez? 

Lo que está ocurriendo en el PSOE no es una ofensiva externa, sino una implosión moral

Siempre se cuenta que Al Capone no cayó por los muertos que dejó en las calles de Chicago ni por el imperio criminal que levantó a plena luz del día, sino por algo mucho más prosaico y, precisamente por eso, implacable: no pagar impuestos. El gran símbolo del crimen organizado la pifió no por lo evidente, sino por aquello que parecía menor y terminó siendo innegable. Salvando todas las distancias, no es descabellado plantear que Pedro Sánchez no termine políticamente derrotado por ninguna de las complejas, enrevesadas y ya casi rutinarias tramas de corrupción que le rodean a él y al PSOE, sino por algo mucho más incómodo para su propio partido: la revuelta interna de sus mujeres. 

Porque de las tramas de corrupción siempre hay una salida discursiva. Se puede hablar de lawfare, de persecución mediática, de la fachosfera, de jueces prevaricadores o de una derecha que no acepta el resultado de las urnas. El manual está escrito, subrayado y ya casi memorizado. Pero con las denuncias de acoso sexual y comportamientos machistas dentro del propio partido, ese arsenal retórico simplemente no funciona. No hay «cloacas», no hay «medios de derechas», no hay «y tú más» que valga. Y eso es lo verdaderamente disruptivo. 

Lo que está ocurriendo en el PSOE no es una ofensiva externa, sino una implosión moral. Un goteo constante —un día sí y otro también— de testimonios, denuncias, silencios forzados y relatos incómodos que afectan a cargos, excargos, asesores y entornos de poder. Algunos casos han salido a la luz pública; otros se han quedado en los márgenes, en conversaciones privadas, en expedientes internos, en advertencias ignoradas. Y otros, sencillamente, se han tapado. Incluso cuando las afectadas trabajaban en el corazón mismo del poder: la Moncloa. 

En algún punto del camino, la dirección del partido optó por gestionar estos asuntos como se gestionan los daños colaterales: minimizando, retrasando, esperando que el ruido se apague solo. Una estrategia comprensible desde el cinismo político, pero suicida desde el punto de vista ético. Porque cuando quienes denuncian no son adversarios políticos, sino mujeres socialistas, militantes, votantes o trabajadoras del propio aparato, no hay cortafuegos ideológico que valga. 

Conviene recordar algunos de los episodios que han ido apareciendo en los últimos meses, incluso días: denuncias de comportamientos inapropiados de dirigentes territoriales, acusaciones de acoso a asesoras, mensajes, insinuaciones, abusos de poder disfrazados de camaradería política y una cultura interna que durante demasiado tiempo confundió progresismo con impunidad. Paco Salazar, Antonio Navarro, José Tomé, Toni González, Javier Izquierdo, Francisco Luis Fernández, Xosé Carlos Valcárcel… Casos que se amontonan de golpe y que evidencian una crisis de profundo calado, a tenor de las críticas de figuras feministas del partido como Elena Valenciano o Soledad Murillo. 

Koldo García, exasesor del exministro de Transportes, José Luis Ábalos. Foto: EFE.
Koldo García, exasesor del exministro de Transportes, José Luis Ábalos. Foto: EFE.

Al PSOE le ha salido un «Me Too» propio. Y ahí no hay posibilidad de responder con el viejo comodín parlamentario. No existe el «y tú más» cuando se habla de acoso sexual. O, haciendo el chiste fácil, no hay un «y too más». Nadie acepta como consuelo que «esto pasa en todos los partidos» cuando se ha construido durante décadas un discurso moral basado precisamente en lo contrario. 

El flanco más descuidado ha sido, paradójicamente, el que el socialismo español convirtió en seña de identidad: el feminismo. Ese «soy feminista porque soy socialista» que, escuchado en boca de Ábalos, suena no solo vacío, sino directamente insultante. Para muchas mujeres que votaron socialista no por siglas, sino por convicción feminista, el desencanto es profundo. Y definitivo. No se cambia de voto por un caso de corrupción más, pero sí por la sensación de haber sido engañadas moralmente. 

Ese «soy feminista porque soy socialista» que, escuchado en boca de Ábalos

La izquierda observa todo esto con una incomodidad apenas disimulada. Porque nadie quiere asumir que entre sus filas hay comportamientos que siempre se señalaron como patrimonio exclusivo del adversario. Pero los hay. Y negarlo solo agrava el problema. Quizá el lema más honesto sería este: ser socialista no te exime de ser machista. 

Tal vez la regeneración del socialismo en España no venga de grandes congresos ni de renovaciones auspiciadas por viejas glorias. Es posible que venga de sus mujeres militantes y de su negativa a mirar hacia otro lado. Mujeres capaces de tolerar —con resignación política— cualquier caso de corrupción estructural que siempre permita decirle al PP «y tú más», pero plenamente conscientes de que en materia de acoso sexual no hay relativismo posible y de que aceptar el silencio como respuesta es traicionar una bandera que la izquierda ha asumido siempre como propia y que ha creído, falsamente, que era de su exclusividad. 

Al Capone cayó por los impuestos. Y quizá Pedro Sánchez no caiga por el caso Koldo, Air Europa o lo que esté por venir, sino por algo mucho más simple y devastador: haber descuidado el único terreno en el que no cabía el autoengaño. 

Miguel Ángel Idígoras 

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