Tan cerca del chavismo

El PSOE es hoy un nido de corrupción y machismo

La connivencia entre chavismo y sanchismo no se agota en el papel de José Luis Rodríguez Zapatero, mediador complaciente de Nicolás Maduro y peor expresidente de la democracia española.  El rescate público de Plus Ultra, aerolínea vinculada a intereses bolivarianos, ilustra una putrefacta relación: dinero de los contribuyentes españoles acabó presuntamente blanqueando negocios asociados al régimen criminal. Corrupción económica, y también ideológica. Las analogías políticas entre España y Venezuela han dejado de ser una exageración retórica para convertirse en una advertencia cada vez más inquietante. 

Ambos gobiernos comparten ciertas afinidades ideológicas: coinciden, sobre todo, en una pulsión iliberal que erosiona las instituciones mientras fractura deliberadamente a la sociedad. Y es que Delcy Rodríguez no solo vino a España con unas maletas, sino también con unas ideas perversas. Tomemos nota. Se puede discutir sobre el grado de la degradación de la democracia española, pero la tendencia es evidente para todo aquel que quiera ver. Pierre Rosanvallon escribió que el populismo se puede imponer por un proceso de brutalización directa de las instituciones o por la desvitalización progresiva. En todo caso, el destino es el mismo. 

El PSOE es hoy un nido de corrupción y machismo. Y controla, a través de las mentiras y las dádivas, un gobierno desleal a la democracia y peligroso para las mujeres. Carlos Granés describe con precisión esa deriva en El rugido de nuestro tiempo (Taurus, 2025): una izquierda populista que se proclama vanguardia moral mientras practica un cinismo obsceno. Un ejemplo elocuente: Nicolás Maduro es el “más escrupuloso predicador del lenguaje inclusivo” y dirige, al mismo tiempo, un régimen responsable de la ruina y el exilio de millones de venezolanas. 

España conoce bien esa cultura de la impostura. Quienes se declaraban “feministas porque son socialistas” impulsaron la ley del solo sí es sí, que terminó rebajando condenas y liberando a centenares de agresores sexuales. Hubo dirigentes que financiaron sus primarias con dinero procedente de prostíbulos y, después, despilfarraron recursos públicos en ese negocio que públicamente prometían prohibir. Pura hipocresía: un partido como el PSOE se permitía dar lecciones de feminismo mientras desprotegía a las trabajadoras y encubría a los depravados de su cúpula. 

Por eso resulta tan significativo que el Nobel de la Paz de 2025 haya recaído en una mujer, y no en una cualquiera. María Corina Machado es el símbolo de una Venezuela que no se rinde, pero su reconocimiento va más allá: es una censura implícita a todos los gobiernos que, por cálculo o afinidad ideológica, han relativizado la naturaleza criminal del chavismo. Machado ganó de forma aplastante las elecciones presidenciales venezolanas de 2024, pero la dictadura respondió como siempre: fraude y represión. Ahora ha ganado el Nobel y, sin embargo, el sanchismo, ese fraude democrático, todavía no ha encontrado un minuto para felicitarla. 

Corrupción y machismo. Machismo y corrupción. Machado insiste en que los venezolanos ya no viven bajo una dictadura convencional, sino bajo una organización criminal incrustada en el poder. Advierte también de que hay gobiernos europeos que prefieren mirar hacia otro lado, y cuesta poco imaginar cuál encabeza esa lista. Frente a ese modelo, la heroína venezolana defiende que la democracia solo prospera cuando camina de la mano de la libertad. 

La deriva iliberal de Pedro Sánchez

La democracia o es liberal, o degenera en una pantomima al servicio de un caudillo, aunque sea un caudillo maquillado. La deriva iliberal de Pedro Sánchez —ataque a los contrapesos, colonización partidista de instituciones independientes, desprecio sistemático al adversario— tiene un efecto corrosivo: normaliza la lógica del enemigo interno y allana el camino hacia una democracia puramente formal. 

El daño no se limita al deterioro institucional. Incluye también discordia, la construcción deliberada de una cultura de la desconfianza y del odio, una dialéctica schmittiana amigo-enemigo que justifica el desprecio a la libertad y sirve de cortina de humo para ocultar la corrupción. En su discurso del Nobel, leído por su hija, Machado denunció precisamente esa estrategia del régimen chavista: lograr que los ciudadanos desconfíen unos de otros, callen y se perciban como enemigos en lugar de ciudadanos libres. 

El chavismo demostró que la democracia puede vaciarse desde dentro mientras se agita sin descanso la bandera de la discordia. El sanchismo, acorralado por los escándalos y por su fragilidad parlamentaria, recorre un camino inquietantemente similar: polarizar para seguir mandando, activar la propaganda para levantar un “muro” entre españoles y erosionar los frenos institucionales. 

La lección venezolana es clara: la democracia se construye con libertad, y se pierde con discordia. Que el ejemplo de María Corina Machado nos sirva de vacuna frente a esa tentación y nos recuerde que todavía estamos a tiempo de elegir entre la senda de la libertad o el precipicio del populismo. 

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