Una granja de pollos Carvajales
Durante años, muchos periodistas ejercieron de comisarios políticos, señalando y ridiculizando a colegas cuya única osadía era investigar las sospechas de corrupción
La vergüenza cayó sobre el PSOE mucho antes de que estallaran los escándalos actuales. Comenzó en el momento exacto en que decidió dinamitar, una tras otra, las promesas que había repetido durante la campaña electoral: no pactar con populistas, no apoyarse en separatistas, no indultar a condenados, no amnistiar a sediciosos. Todo en Pedro Sánchez era mentira: cómo no iba a traicionar a sus votantes y a vender España a sus enemigos. Todo era mentira e indecencia. Se rodeó de los peores. No, el poder no les corrompió. Subieron corrompidos al Peugeot.
Porque ahora se empieza a saber lo que muchos advertían mientras la maquinaria mediática oficial les tachaba de pseudomedios o fascistas. La corrupción no era un accidente en el PSOE: era una toda cultura política incrustada en los engranajes del partido. Koldo era exactamente lo que parecía; Ábalos, también; Cerdán, lo mismo. Y Sánchez terminará mostrándose como lo que ha insinuado sin pudor durante años: un dirigente que considera que las instituciones existen para servirle a él, solo a él y a nadie más que él.
Ya cayó su peón en la fiscalía general del Estado. Sus tertulianos, presentadores y juntaletras sincronizados se muestran cada día más patéticos. Durante años, muchos periodistas ejercieron de comisarios políticos, señalando y ridiculizando a colegas cuya única osadía era investigar las sospechas de corrupción. Hoy, cuando la realidad les pasa por encima, su prestigio se deshace como un azucarillo. Han quedado reducidos moralmente —y profesionalmente— al nivel del último fontanero de Ferraz.
Sánchez está abrasando a una generación entera de cuadros socialistas con la misma virulencia con que el procés quemó a toda una hornada de dirigentes nacionalistas catalanes. Los dos proyectos han tenido en común la misma lógica: la mentira como herramienta, la polarización como método y la erosión institucional como consecuencia. Y todos sus protagonistas acabarán igual.
También los cómplices. La extrema izquierda surgida del 15-M, aquella que prometía regenerar la democracia, ha acabado siendo coautora de su degeneración, de la antiTransición. Fue tocar moqueta y evaporarse el romanticismo indignado. Y es que también ellos, los morados, eran lo que parecían.
Por su parte, Junts y el PNV se acomodaron sin rubor a un gobierno intervencionista en lo económico y wokista en lo moral. Corrupción por partida doble. Ahora insinúan rupturas, pero empiezan a llegar tarde. Han sido colaboradores necesarios de todos los desmanes del sanchismo. La paradoja es que su servilismo los ha debilitado: están siendo devorados por fuerzas más radicales —Aliança Catalana y Bildu— que capitalizan su absoluto desgaste moral.
Y lo peor para los cómplices del sanchismo está todavía por aflorar. Ábalos, que se niega a colaborar con la Justicia, empieza sin embargo a dejar caer insinuaciones sobre la relación entre el rescate-pelotazo de Air Europa y Begoña Gómez. Koldo ya abrió una grieta revelando la existencia del pacto de los encapuchados: la reunión entre Sánchez y Otegi donde la corrupción actuaba como lubricante político. También apunta al “pitufeo” en las primarias del PSOE, presuntamente financiadas por las saunas del suegro.
El clan del Peugeot, y los que están por venir, pueden convertirse en una auténtica granja de pollos carvajales: un gallinero de voces que, acorraladas, empiezan a cacarear verdades, igual que el exjefe de la Inteligencia militar chavista canta, en Estados Unidos, canta los negocios turbios de ZP. La historia demuestra que cuando el poder empieza a resquebrajarse, los silencios se rompen y los fieles se convierten en arrepentidos.
El gallinero se anima: la política española se transforma en una granja ruidosa donde los que antes callaban hoy empiezan a cantar. No por ética ni por patriotismo, sino por supervivencia. La red del poder ya no les sostiene y debe salvar su propio cuello. Es en momentos como este cuando la verdad sale en tromba, desbordada, cacareante, imposible de controlar.