Los sueños, pesadillas son

El 15-M fracasó. Pero, no por culpa de la vieja política, o la represión del Sistema, o las argucias del capitalismo liberal, sino por deméritos propios

Si analizan los reportajes, entrevistas y valoraciones que durante los últimos días se han publicado en recuerdo del décimo aniversario del 15-M; si hacen eso, comprobarán que, en la mayoría de casos, se derraman lágrimas por la revuelta fracasada. Conviene detenerse en el detalle: no se ha recordado, sino celebrado el 15-M.  Celebrar: “ensalzar públicamente a un ser sagrado o un hecho solemne, religioso o profano, dedicando uno o más días a su recuerdo” (DRAE, primera acepción).  

Efectivamente, se ha celebrado el 15-M como si de algo sagrado se tratara. Me remito de nuevo al DRAE. Sagrado: “digno de veneración… que es objeto de culto… digno de veneración y respeto”. Por eso, se habla de la “huella histórica”, de “un antes y un después”, de la “causa pendiente”, de “un mundo por construir” y de “otra España posible”.  

Una vez que las aguas de la celebración –exaltada fundamentalmente por la izquierda alternativa y los activistas de antaño: que diez años no es nada- han vuelto a su cauce, resulta interesante detenerse en el 15-M para tomar nota, no de lo que felizmente no ocurrió, sino de lo que podría suceder si los denominados quincemayistas, indignados o alternativos -quizá de la mano de la izquierda gaseosa-, tomaran de nuevo la calle para colonizar las instituciones y la mente.        

Las pasiones estomacales   

El 15-M fracasó. Pero, no por culpa de la vieja política, o la represión del Sistema, o las argucias del capitalismo liberal, sino por deméritos propios. Por su manifiesta retórica e inanición. Por sus despropósitos, simplezas, sandeces y cursilerías.  

¿Cómo puede cuajar en la Europa Occidental del siglo XXI un movimiento –por muy populista que sea- cuyo demodé lema fundacional es “no somos mercancías en manos de políticos y banqueros”? ¿Cómo puede cuajar un movimiento que dice que la democracia formal –la única realmente existente- no nos representa y se propone nacionalizar –entre otras- las fuentes de energía, las riquezas del subsuelo, las compañías de seguros y los grandes bancos?   

A lo que hay que sumar el gobierno mundial, el intervencionismo económico, la paralización de los proyectos de reforma de carácter liberal, los referéndums vinculantes ante cualquier plan de ajuste estructural, la disminución de la jornada laboral, el control del alquiler, el fin del régimen de concertación con la enseñanza privada, y la constitución de fondos de restitución para compensar a los países empobrecidos por el neoliberalismo. 

Primer aviso para navegantes: las pasiones estomacales de la izquierda alternativa son difíciles de digerir y pueden arruinarnos. Frente a los alternativos, argumentos democráticos para evitar que el monstruo –de vuelta a casa- nos caiga encima.  

Argumentos: la dicha democracia real es propia de los regímenes autoritarios, las nacionalizaciones son caras e ineficientes, la disminución de la jornada laboral no genera empleo, el control del precio del alquiler reduce la oferta y aumenta el precio, el gobierno mundial equivale  a una ONU multiplicada por cien, y los países subdesarrollados sueñan con la llegada de las multinacionales porque hay una cosa peor que ser explotado por las multinacionales, no ser explotados por las mismas.           

El espejo de la izquierda alternativa    

Los alternativos de ayer y de hoy –a la manera de los movimientos reaccionarios de derecha e izquierda de las primeras décadas del siglo XX-  insisten y persisten en la causa pendiente o revolución pendiente.  

Dicen: “democracia real ya”. ¿De qué están hablando? En el mejor de los casos, se trata de una kermés poco heroica. Pero, el populismo y la apelación a las pasiones estomacales de nuestros indignados, así como la concepción prepolítica que manifiestan –“en democracia tú no decides”, “no nos representan” y “lo queremos todo y lo queremos ahora”- no anuncian nada nuevo ni bueno. ¿Qué anuncian? La verdad revelada al pueblo inculto.  

Los «indignados» del 15M vuelven a concentrarse en la Puerta del Sol, en Madrid, en su décimo aniversario. EFE/Rodrigo Jiménez

Paseen y lean algunos textos del 15-M que son el espejo de la izquierda alternativa: el pueblo ha de rechazar un sistema falsamente democrático,  faltan alternativas imaginativas, la verdadera democracia sale de la Puerta del Sol,  los ciudadanos no son conscientes de la realidad, el mal reside en el individualismo y el dinero, el liberalismo es un neofeudalismo, hay que reeducar en el raciocinio (al respecto, consúltense volúmenes como ReaccionaActúa y Yes We Camp! Trazos para una (r)evolución,  publicados en 2011 y 2012).  

Segundo aviso para navegantes: recelen de quienes abordan la realidad  de una manera univoca y excluyente con el objeto de conducirles a la felicidad. Sigue el desenfreno de las pasiones. Continúa el discurso de quienes están convencidos de su misión histórica. Ese discurso –panfletario, prepotente, pedante, sabihondo y sabelotodo- que se presenta como indiscutible e inobjetable. No olviden que los sueños, pesadillas son.  

Un par de argumentos democráticos para protegernos del monstruo alternativo que siempre acecha: 1) desconfíen de todo salvapueblos, salvaciudadanos y salvademocracias, y 2) sospechen, por decirlo a la manera de Edmund Burke, ante cualquier ideología, movimiento o individuo que se empeña en “decidir sobre la felicidad del otro”.     

La charlatanería redentora  

En El declive del imperio americano (película dirigida por Denys Arcand en 1986) hay una escena cuyo texto merece la pena reproducir: “Una vez esfumado el sueño marxista-leninista no queda ningún otro modelo de sociedad del cual se pueda decir: así nos gustaría vivir”.  

Contrariamente a lo que afirmó el director y guionista canadiense, una vez esfumado el sueño marxista-leninista, sí aparecieron sueños substitutorios que buscaban la salvación en la potenciación de las emociones, en las nuevas formas de espiritualidad y religiosidad, en la identidad, en la ecología, en las tecnologías de última generación o en el movimiento de los indignados.  

Frente a todas las formas posibles de charlatanería redentora, hay que ser prudente, hacer política y tener sentido del límite para desterrar aquellos sueños –recuerden: los sueños, pesadillas son- cuyas pretendidas bondades nos pueden llevar por el camino de la perdición.   

Y sí existe un modelo de sociedad de la cual se puede decir “así nos gustaría vivir”. Hablo del modelo que, rehuyendo la soteriología laica y asumiendo –como se avanzaba- los límites del presente, sea capaz de desvelar las imposturas e ilusiones al tiempo que nos instale en la realidad. Hablo, claro está, del modelo liberal democrático. Si un mundo mejor es posible, está en este.