Macron o cómo salir del neoliberalismo progresista

Macron asegura que sabe cómo combatir la ruptura social en Francia, pero hasta ahora los gobiernos llamados progresistas han fracasado ante el neoliberalismo

Ha ganado Macron. Es el nuevo presidente de la República de Francia. Las instituciones europeas respiran tranquilas, y los principales mandatarios aplauden la campaña de Macron y consideran que se ha parado el populismo de Marine Le Pen. Pero, ¿es todo tan evidente? ¿Són los diez millones de franceses unos fascistas que no saben lo que hacen y que quieren romper la democracia francesa?

En unas elecciones tan polarizadas, en las que, en realidad, no se ha contrastado un paquete de políticas públicas en profundidad, se ha dado únicamente un primer paso. Es mejor un candidato como Macron, que quiere profundizar en la unión política europea, y que dice entender por qué se ha fracturado Francia, que una candidata que se refugia en el terreno nacional y en los valores –¿cuáles?– de una supuesta república francesa inmutable.

Macron: en estas elecciones tan polarizadas no se ha contrastado un paquete de políticas públicas en profundidad

Pero lo que está en juego es comprender –para tratar de buscar soluciones posibles– un problema que afecta a todo el mundo occidental, y que se puede etiquetar con una idea: el neoliberalismo progresista ha acabado provocando reacciones a derecha e izquierda porque millones de ciudadanos –para nada fascistas o retrógrados (aunque también existen)– se han sentido y han sido perjudicados.

Esto se entenderá si se mira la primera reacción desde la izquierda, desde las tesis de Mélenchon, o de algunos líderes de Podemos en España. La idea es que Macron es un enviado del sistema, un muñeco que ha sabido ganar unas elecciones para que pocas cosas cambien, y se dé la impresión de que, efectivamente, ha sabido combatir el populismo de la ultraderecha de Le Pen.

Pero, si atendemos su campaña electoral, y sus decisiones como ministro de Economía, o sus reflexiones, lo que reclama Macron es salir, precisamente, de ese neoliberalismo progresista para preocuparse de verdad por una parte de la sociedad francesa que se ha quedado al margen, principalmente los jóvenes, y los jóvenes de origen inmigrante, aunque sean franceses de segunda y tercera generación.

Macron: lo que reclama es preocuparse de verdad por una parte de la sociedad francesa que se ha quedado al margen

Macron propone reformas que la izquierda rechaza, para mejorar la eficiencia del gasto y ayudar, realmente, a quien necesite esa ayuda con mayor urgencia. Los datos no dejan lugar a dudas: no se trata de que Francia destine más recursos al estado de bienestar. Es uno de los países del mundo más generosos, con más facilidades, por ejemplo, para las familias numerosas, dentro de su tradición de fomentar la natalidad. ¡El 57% del PIB está en manos del Estado!

El problema se centra, por tanto, en cómo se gasta, en cómo se distribuye, y en cómo se promueve que todos los ciudadanos tengan las mismas oportunidades para crear riqueza. Otra cosa será conocer cómo puede Macron tener una mayoría parlamentaria detrás que le apoye en sus reformas.

Lo que está en juego, y no sólo en Francia, es cómo se halla una respuesta a ese neoliberalismo progresista del que ha pecado el socialismo francés o el Partido Demócrata en Estados Unidos, o el PSOE en España, o el Partido Laborista en el Reino Unido.

Cuando las fuerzas llamadas progresistas han gobernado no han sabido o no han podido cambiar una dinámica económica que ha dejado a millones de personas en la estacada, y que han reaccionado abrazando a fuerzas políticas populistas, sean de izquierda o de derecha, en función de la cultura política existente en cada país, sea Podemos o Trump.

Esas fuerzas llamadas progresistas se dedicaron a apoyar derechos individuales, al comprobar que dar la batalla contra un capitalismo escorado hacia el poder financiero era muy complicado. Y ya fuera en España, en Francia o en Estados Unidos, se buscó la complicidad de minorías. Lo explica, en referencia al mandato de Clinton en Estados Unidos, –para derivar hacia la victoria de Trump– Nancy Fraser, profesora en la New School de Nueva York en el libro El gran retroceso (Seix Barral)–La gran regressió (Empúries):

“Los nuevos movimientos sociales progresistas, que pretendían derrocar jerarquías de género, raza—etnicidad– y sexo, se vieron enfrentados a poblaciones que buscaban defender mundos vitales y privilegios establecidos, amenazados ahora por el cosmopolitismo de la nueva economía financiera. La colisión de estos dos frentes de lucha produjo una nueva constelación: los defensores de la emancipación se unieron a los partisanos del capitalismo financiero para cargarse la protección social. El fruto de su unión fue el neoliberalismo progresista”.

Macron: cuando las fuerzas progresistas han gobernado, no han podido cambiar la dinámica económica

Eso ha ocurrido en la práctica totalidad de los países occidentales. Existe una minoría –más o menos numerosa– que se ha visto beneficiada por la nueva economía, con buena educación, que se apropia de los cada vez más escasos puestos de trabajo de calidad y con altos salarios, que no puede entender cómo alguien puede votar a Le Pen, y menos si ese alguien es un obrero industrial, antiguo militante del Partido Comunista.

La incógnita se centra en si el voto a una nueva generación, la que presenta Macron en Francia, puede resolver ese gran problema social: rehacer la división social, recuperar un tejido económico que ha quedado muy tocado con la globalización. Y saber, al mismo tiempo, relativizar la situación, porque, pese a todo, en occidente hay estados potentes, con redes sociales, y el mundo ha cambiado, y millones de personas en el planeta se han incorporado al sistema.

En Francia, Macron dice que quiere superar esa disyuntiva. Por lo menos, asegura que conoce esa enorme falla del sistema. Y sabe, porque él procede de ese mundo, que el neoliberalismo progresista ha fracasado de forma estrepitosa.

Podría comenzar un cambio en Europa. Con Macron, y conociendo lo que ha ocurrido con experiencias como las de Blair, Clinton, Zapatero, Hollande u Obama. En el otro lado, no pierden el tiempo ni Trump, ni Le Pen. Un hombre de 39 años da muestras de que, ahora sí, ha entendido el mensaje. Lo explicaremos.