Madrid, la comunidad que Cataluña hubiera querido ser

El rechazo a la competencia fiscal que tiene Madrid es producto de la frustración de unas élites locales antes convencidas de su superioridad a la hora de competir, como Cataluña

El candidato de ERC a la presidencia de la Generalitat, Pere Aragonès durante el acto que ERC ha celebrado este sábado en Barcelona para conmemorar el 90 aniversario de la proclamación de la «república catalana» en una «federación ibérica». EFE/ Quique García

Hay varios motivos por los que las decisiones políticas se separan de la realidad. A veces, por atender los vaivenes de las tendencias que impone la demoscopia. Otras, por pura y gratuita ideología. Las Autonomías no fueron una demanda del pueblo español para acercar la Administración al administrado: fue un invento impuesto por la clase política.

Hubiera sido -quizá, hay mucho que discutir- una buena idea si no se hubieran creado para contentar a nacionalistas vascos y catalanes y para diluir ese «café para todos» del agravio comparativo. Quién pensó (y siguió pensando una y otra vez con el resultado que conocemos) que el aplacamiento y la concesión apagarían el artificial conflicto merecería la medalla a la incompetencia. El Nobel político.

Café para todos

Lo que sucedió fue que partir de entonces esas autonomías exacerbaron el nacionalismo que las movía. Cómo no iba a ocurrir eso si se las dotó de bandera, himno, poder ejecutivo, legislativo, judicial, callejero propio, héroes y días nacionales. En este sentido, el Estado de las Autonomías, con todo su fárrago y duplicidades, se creó para nada porque de lo que se trataba en realidad es de que existiera ese agravio comparativo. De que unos fueran más que otros porque unos lo valían.

E inventaron modos de seguir con tensiones. Cruentos incluso por parte del independentismo criminal vasco. Marrullero y chantajista por lo que respecta al nacionalismo catalán. Y el pelotón del “café para todos” que observaba fue aprendiendo durante décadas que la deslealtad, la desobediencia, incluso atentados flagrantes contra la Ley no sólo no eran castigados, sino que el gobierno de Sánchez culminaría esa deriva aceptando como socios a partidos golpistas o herederos de Eta.

Por otro lado, el desempeño económico. Al inicio, la mayoría de las autonomías tenía capacidad para gastar, pero no para recaudar tributos. Sus posibilidades se ampliaron a partir de 1997 con la Ley 39/1988, del 28 de diciembre, reguladora de las Haciendas Locales. Crear un aparato burocrático para sustento de los partidos políticos es irresistible.

Madrid se ve fuerte en su gestión económica y fiscal, reclama igualdad de trato y quiere liderar

Cada gobierno regional constituye un nuevo gestor de servicios públicos, pero también un nuevo extractor potencial de rentas. Eso ha permitido que en el mismo país se combinasen sistemas orientados más o menos a la producción con otros de tipo más extractivo. Capturando rentas del exterior, como podría ser el caso de las comunidades forales o, por imperativos de la estructura legal, haciéndolo dentro de la propia región.

En el caso de Cataluña (y en cierto modo Andalucía) se ha ido progresivamente avanzado hacia un modelo fuertemente extractivo, consiguiendo tratos de favor desde fuera y apretando las tuercas desde dentro a sus ciudadanos. Al malgastar esa recaudación extra creando redes clientelares y fabricando propaganda identitaria, Cataluña ha perdido liderazgo y ha pasado de alardear de ser “la locomotora de España” (Maragall dixit) a mirar con temor el furgón de cola.

La negligente gestión de la pandemia

A todo esto, se ha sumado una negligente gestión de la pandemia en la que ha parecido en muchos momentos que las decisiones se tomaban, o bien en Bruselas, o bien a nivel autonómico, en un “Reino de Taifas” sanitario. La jerarquía de autoridad se ha desplazado tanto horizontalmente que hasta el ministro que gestionaba el estado de alarma fue elegido como candidato en una elección local y de ahí desapareció prácticamente del escenario.

Era fácil que con este clima una cabeza de ratón se sintiera crecida. Y si el ratón era corajudo como la presidenta de Madrid y su comunidad de considerable tamaño político, la “rebeldía” en el mismo corazón de España estaba servida. Efectivamente, Madrid se ve fuerte en su gestión económica y fiscal, reclama igualdad de trato y quiere liderar.

Reclaman para Madrid tipos fiscales que no quieren en sus comunidades

Y esto es llevar el “café para todos” demasiado lejos desde el punto de vista de las autonomías que se reclaman naciones. Por eso, ignorando (o haciendo que ignoran) que están en un juego de espejos, les dicen, echándoselo en cara, que son «nacionalistas españoles». Y piden para Madrid lo que nunca han querido para ellos: una igualdad fiscal que pasa por una elevación de los principales impuestos autonómicos hasta el punto de equipararlos con los tipos medios que cobran el resto de regiones en España.

Nos vamos a divertir. Este rechazo a la competencia fiscal es producto de la frustración de unas élites locales antes convencidas de su superioridad a la hora de competir. La locura identitaria ha tenido consecuencias, y no la menor el abandono en el último par de decenios de una estrategia más productiva en favor de otra más extractiva.

No han tenido cabeza para nada más que “El Procés”. Y los ciudadanos asistimos a ese nuevo espectáculo en el que quienes más exigieron competencias fiscales ahora propongan limitarlas. No podrían señalar mejor su fracaso

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