Más austeridad: Francia en la encrucijada
La historia vuelve a repetirse. Los partidos que concurren a las elecciones con un programa atractivo, a contracorriente, luego, si ganan, tienen que cambiar la política que llevan a cabo, de forma radical.
También es cierto que si presentaran un programa de «austeridad», no ganarían las elecciones.
Le pasó a François Mitterrand en los 80s, y le ha vuelto a pasar ahora a François Hollande. Después podríamos entrar en la comunicación; a disfrazar los hechos con el típico discurso francés. «Austeridad sí, para mayor soberanía» como dijo Manuel Valls. Pero la realidad es que el plan que ha presentado pone del revés todo el catecismo económico de la izquierda francesa.
Veámoslo. En tres años pretende ahorrar 50.000 millones de euros para que el sector privado consiga crear un millón de puestos de trabajo, al rebajar el Gobierno el «precio del empleo», a base de reducir las cotizaciones sociales 36.000 millones.
Se termina de forma clara y contundente con la política de incrementar los impuestos para salvaguardar el gasto social. Pero ¿cómo se consigue ahorrar 50.000 millones?
Cortando gasto social por 11.000 millones; en sanidad se ahorran con medidas de eficiencia 10.000 millones más. El Estado, vía congelación de salarios y no revalorización de las pensiones (salvo las más bajas) dice que se va a ahorrar 18.000 millones, y las corporaciones locales otros 11.000 millones.
Manuel Valls borda el discurso responsable. Dice que con el 57% sobre el PIB de gasto público no se puede pagar la deuda que llega ya al 93% del PIB, cuando estaba en el 50% hace diez años. El Pacto de Estabilidad la establece en el 60%. En palabras del primer ministro «debemos romper la lógica de la deuda». En el más puro estilo Bruselas-Frankfurt. Se trata de que Francia vuelva a crecer de forma sana, con reformas que sacuden a la sociedad y al estado francés.
Es cierto que el cántaro francés ha ido demasiadas veces a la fuente, y antes de recibir otro aviso serio más de la Comisión han decidido cortar por lo sano. Es una de las ventajas de contar con mayoría suficiente.
Como era de prever, el ala izquierda del partido socialista, los sindicatos, los funcionarios, etc., han manifestado su rechazo más vigoroso. Incluso, ha habido un intento de motín en la mayoría del Congreso de los Diputados. La protesta generalizada todavía no ha empezado a la espera de las elecciones europeas. Pero la inteligencia, el OFCE, el observatorio francés de coyuntura del prestigioso Instituto de Estudios Políticos (Sciences Po) ha presentado una alternativa. Dice que las medidas del Gobierno van a reducir el crecimiento del PIB, en nueve y siete décimas en 2014 y en 2015, que es precisamente lo que no interesa. Y que, además, se ha demostrado ineficaz en países como España.
Ofrece distintas opciones en base a modular tanto la vía de los ingresos como la de los gastos en un intento de salvar la cara del socialismo francés, intentando hacer más digerible el impacto del ajuste.
No olvidemos que Francia es un 25% del PIB europeo y su política económica tiene repercusiones serias en sus socios comerciales.
El Gobierno francés reconoce que tiene que ajustarse, que no puede continuar aumentando su deuda y su déficit, pero clama contra la política europea. Su ministro de Economía Arnaud Montebourg reclama «bajar el precio del euro y cambiar el dogma de Bruselas». El BCE debe depreciar la moneda hasta el 1,2 dólares/euro y estimular la economía. Con políticas monetarias más expansivas, al estilo de Estados Unidos y Reino Unido.
Por otro lado, son bien conocidos los efectos negativos de una política de ahorro forzoso. Juan Carlos Díez lo pone claramente de manifiesto. Por un lado, aumenta la incertidumbre sobre la renta futura y, por otro, se incrementa la tasa de ahorro por un motivo de precaución.
Dos contraindicaciones letales a la hora de animar el tono de la actividad económica y poder estabilizar cuanto antes el presupuesto. Porque las fuertes caídas de los ingresos fiscales son el principal motivo de que se incremente la deuda pública y el déficit, como ha sucedido en España.
Los economistas no se han puesto de acuerdo con lo que podríamos denominar «la dosis de austeridad» necesaria. Aquella que es imprescindible para no entrar en una espiral que no tiene vuelta atrás y, aquella otra que, es contraproducente para el objetivo que se quiere alcanzar. Aquella que no consigue disminuir el déficit público porque mata el crecimiento y, en consecuencia, los ingresos fiscales.
Es como conseguir un difícil y delicado equilibrio que, además, no depende de uno mismo. Es un juego en el que los demás países ejercen una influencia poderosa. Y en el caso de Francia, aún más.
La desestabilización social en el país es muy peligrosa para la UE. El histórico equilibrio, hasta ahora decantado en favor de Alemania, puede romperse si Francia no consigue hacerse oír en Bruselas, y la nueva Comisión no es sensible a este todavía necesario equilibrio histórico, que ha hecho avanzar Europa.